Brindando por nada refuerza el sonido del álbum anterior: de atmósfera, cargadito.

-En cada disco nos planteamos una dirección a donde ir. En este quisimos hacer un disco volador -al menos, en nuestra terminología-. Hasta que no lo logramos, no paramos. Nos gusta la posibilidad de que la gente escuche un tema y pueda viajar, más que bailar.

El rock masivo de la actualidad parece estar más volcado hacia el punch del baile.

-Sí, ese es uno de los problemas que tiene hoy el rock. Pero nosotros estamos más allá de eso, porque realmente no pensamos en lo que está pasando. Uno ya conoce de qué se trata esto: hacer la mejor música que te pueda salir. Tratamos de decir las cosas a nuestra manera, más que de estar al tanto de la moda.

En el terreno de las letras veo que sembraron esperanza. Por ejemplo, en canciones como “Algún día será mejor”, “Como una estrella” y “Nada es real”.

-Muchos de nuestros discos los hicimos para afuera, contestatarios. Pero estos últimos son más para adentro, para que te remuevan sentimientos y vibren con vos. Pensamos que la revolución verdadera empieza adentro de cada uno, mucho más allá de lo que te hagan creer los eslóganes publicitarios; porque si no, es una moda, y las modas son todas pasajeras.

¿La muerte de Alejandro Sokol afectó a la hora de renovar el sonido?

-Afectó por todos lados, pero principalmente en la parte humana: el amigo al que no pudiste salvar. Después, uno tuvo que hacerse fuerte y luchar con los guerreros que tenía al lado. Pero hay que seguir para adelante, más allá de todo. Es tu vida, lo que hacés y las ganas que tenés de seguir haciéndolo.

¿Cómo te enfrentás a cantar los temas en los que Sokol era la voz principal?

-Alejandro sólo cantó un disco completo, el primero [Corderos en la noche, 1991]. En los demás cantábamos mitad y mitad. Participé mucho en el trabajo de las canciones que él cantaba, porque produje la mayoría de los discos de Las Pelotas; no era algo que me resultara ajeno. Pero, por supuesto, hay muchos temas que cantaba Ale que no los canto por respeto a él y porque siento que no sale una versión parecida a nivel de intención o de interpretación.

Vivís desde hace muchos años en el valle de Traslasierra, en Córdoba. ¿Por qué te fuiste para ahí?

-Me vine para acá hace como 23 años, buscando cierto grado de equilibrio entre la vida del rock y la vida misma. Esta es una zona donde hay montañas y poca gente; sirve para alejarse un poco de lo que vivimos siempre. Además, las ciudades cada vez me gustan menos. La naturaleza me conecta con un mejor lado de la vida.

Jugás al golf. Supongo que eso está relacionado con el lado de la naturaleza.

-Aprendí a jugar de grande, casi por una necesidad médica de tener que moverme, y después se transformó en una pasión; es mi hobby. Siempre hay una relación entre el golf y la oligarquía o los garcas, pero yo estoy muy lejos de todo eso: es un viaje personal. Me ayuda a frenar la mente y a distenderme un poco.

¿Es verdad que, cuando estuviste en el servicio militar, llegaste a ser chofer de [el después dictador] Leopoldo Galtieri?

-Sí. Esa fue una parte bastante terminante en mi vida. Conocí a muchos militares del proceso, a muchos de los famosos asesinos; me los tuve que fumar. Mi espíritu rockero terminó de explotar ahí. Cuando a los 18 años conocés a los personajes del poder y te das cuenta del nivel humano que tienen, ves que hay una gran mentira en todo. De hecho, después del servicio militar me hice marino mercante, porque no quería pertenecer más a ningún país y quería vivir en el mar. Pero después apareció Luca Prodan, empezamos con Sumo y todo cambió radicalmente.

¿Cómo fue el primer encuentro que tuviste con Luca?

-Es algo difícil de explicar, porque son sensaciones muy personales. Pero lo cierto es que el nexo siempre fue la música. Me acuerdo de que bajaba del buque y me venía para Córdoba, ahí estaba él y nuestra conexión era tocando. Tocábamos noches, noches y noches, hasta que un día nos dijimos: “Che, ¿y si hacemos un grupo?”.

¿Enseguida notaste el amplio bagaje cultural europeo que tenía?

-Es evidente que en Sudamérica vivimos una realidad social muy distinta de la europea. Una de las cosas más envidiables que tenía Luca era su uso de la libertad. Nosotros salíamos de la represión, de caminar por las calles y que te chuparan, y de golpe este venía con esa cosa posheroína, con una actitud desconocida para nosotros. Fue muy fuerte. Cuando Luca vino a Argentina y vio la música que se hacía, se dio cuenta de que había un lugar. Él siempre me decía que en Argentina no había locura en la música. Entonces, a partir de ese lado empezamos a explotarlo.

Y si bien era tano, ilustró algunas postales típicas de Buenos Aires quizá mejor que varios rockeros locales. Pienso en “Mañana en el Abasto”, por ejemplo.

-Son de las cosas que él dejó. Creó una escuela. Porque antes de Sumo los cantantes que había en Argentina no tenían nada que ver con lo que uno se imaginaba que era un cantante de rock. Pero cuando vino este animal, mostró el lado verdadero del rock y del pospunk. Muchísimos artistas mamaron de él.

Las Pelotas suele tocar algún tema de Sumo, como “El ojo blindado”, por ejemplo. No les pesa el legado.

-Tocar algún tema de vez en cuando es como parte de la misa. Ahora estamos tocando otro que no te voy a decir. Pero nunca fuimos una banda que explotara el hecho de haber sido Sumo. Alguna vez, en nuestras búsquedas para seguir tocando, en las épocas en que había que pedalear cuesta arriba y groso, ponele que inventábamos shows en los que festejábamos el cumpleaños de Luca. Pero eso fue hace muchos años.

Creo que no hay otros casos en el mundo de una banda a la que se le muera el cantante y luego se divida en dos grupos exitosos.

-No sé a nivel de estadística. De hecho, esa fue una de las razones por las que nos quedamos sin compañía de discos en el momento en que empezamos con Las Pelotas. Divididos se quedó con la compañía y a nosotros nos dejaron en la calle. Hubo que empezar todo de vuelta.

¿Quedó ríspida la relación con Divididos?

-Honestamente, hace mucho tiempo que no estamos en contacto. Hubo un momento áspero cuando las dos bandas fuimos a Uruguay, hace muchos años, y había mucha expectativa. Habíamos quedado en tocar algunos temas juntos, pero después se pudrió todo, por historias que no tenían nada que ver con nosotros. Los caminos de la vida te llevan a distintos lados.

Las Pelotas tiene muchos hits. ¿Dirías que “Hola, ¿qué tal?” es el más grande?

-No. Siempre nos reímos y decimos que somos una banda que tiene millones de hits que nadie entendió. Pero hay un montón de temas que afortunadamente siguen siendo actuales y pedidos. “Hola, ¿qué tal?” es uno más de ellos.

¿“Ella está muerta”, también de Amor seco [1995], lo entendieron todos?

-No lo entendieron en lo más mínimo. Te cuento la historia, quizá a vos también te va a parecer ridícula: en esa época había aparecido el look de los cantantes con pelo largo, motoqueros y con toda esa cosa como bien de macho alfa. Y de golpe, en un chiste interno, nos dimos cuenta de que había muchos de esos cantantes que eran gays, y que les cantaban a las minas como diciendo “esta noche te voy a partir como un queso”, pero en realidad nunca las iban a partir; al contrario, estaban esperando que los partieran. Entonces, es una mezcla, una especie de ironía. Porque también todo se había vuelto medio romántico, había aparecido una moda del bolero. Cuando pasaban el tema por la radio nos decían que éramos unos hijos de puta. O nos cargaban: “¿En serio no se te para?”.