Ayer se presentó el libro_ Lo insoportable en las instituciones de protección a la infancia_, la tesis doctoral en Educación de Carmen Rodríguez en la Universidad de Entre Ríos, Argentina. La investigación no consiste en un balance de “buenas o malas prácticas” en los hogares del Sistema de Protección a las Infancias (SPI) del INAU, sino que intenta “comprender” y “hacer visibles” aspectos institucionales que influyen en los niños y adolescentes que allí se alojan. La presidenta del INAU, Marisa Lindner, aseguró que su “desafío” es “transformar lo insoportable que tiene el INAU”. Pidió que el Estado en su conjunto se haga cargo del SPI: “Tender puentes para acompañar la esperanza de los niños insoportables, haciendo parte al sistema de justicia, educación, salud, y al conjunto de las políticas sociales, [para generar] procesos que se puedan sostener”.

Rodríguez revisó legajos que van desde la década de 1970 hasta hoy, y decidió constituir su eje de análisis de las instituciones en las fugas, práctica que aparecía “una y otra vez”. Concluyó que “no pocos pueden estar bajo rejas, ser golpeados, abusados, mordidos por ratas [...] también pueden ser sistemáticamente derivados, no ser recibidos, [ser] desconocidos, maltratados y recibir mal tratamiento”.

Asegura que lo insoportable para el niño consta de varios aspectos: en primer término, “no ser sostenido”; a esto se suman la “deprivación”, la crueldad extrema, el abuso sexual y el incesto, todas cuestiones que “remiten a la instalación de lo traumático en el niño”. Para ejemplificar los conceptos la autora transcribió algunos legajos, entre ellos el de Gabriela y Federico, que narra el pasaje de ambos por el SPI durante aproximadamente cinco meses y evidencia que su llegada a la institución “no impide que algo del orden insoportable sea interrumpido/sustituido/reconfigurado en el vínculo”: lo que ocurre es que la institución es incapaz de “sostener” (ver recuadro “Gabriela y Federico”). Respecto de la “deprivación”, término que toma del pediatra y psiquiatra inglés Donald Woods Winnicott, explica que se presenta “cuando existe una tendencia antisocial”: donde ha habido “una verdadera deprivación y no una simple privación […] el niño ha perdido algo bueno que, hasta una fecha determinada, ejerció un efecto positivo sobre su experiencia y que le ha sido quitado”.

Rodríguez configura lo insoportable en el niño en la tendencia antisocial y en la incapacidad de preocuparse por el otro. A su vez, sostiene que la tendencia antisocial generalmente se expresa de dos formas: el robo y la destructividad. La autora también identificó otra variable: el no soportar a los niños, que se manifiesta en “sentimientos inconscientes de venganza social y en los dispositivos de derivación”, que son “circuitos de desprotección” (ver recuadro “De boca de gurí”).

La otra campana

Lindner aclaró que no desmentirá o callará lo insoportable. “Sería, de alguna manera, seductor contar qué estamos haciendo para combatir los inframundos y elaborar nuevos mundos. Pero sería una forma de eufemismo, un intento de acallar las formas en que las instituciones muchas veces refuerzan y perpetúan el dolor sobre el dolor que ya traen los niños en su historia insoportable de privación, de crueldad extrema, de abusos y maltratos”, señaló. Lindner describió al INAU como una institución “concebida hacia los márgenes de la sociedad, para dar respuesta a lo que la sociedad no tolera y rechaza, donde llegan los niños después de largos periplos de rechazo de sus familias y de las otras instituciones que no pudieron o no quisieron sostenerlos, soportarlos, hacerse cargo”. Apuntó que es una institución “diseñada para ser ingobernable”, que ejecuta el octavo presupuesto en importancia del país pero “sólo se la conoce por lo que no hace o por lo que hace mal”.

Aseguró que en los “variados mandatos” del INAU se desarrollan múltiples programas y líneas de trabajo, destinados a más de 800.000 niños y adolescentes, y que la tarea diaria” en la que quieren reconocerse es la de asumir “de forma militante y contagiosa” la perspectiva de “inconformidad” que recoge el libro. Afirmó que poco se analiza a la institución “desde el orden simbólico e imaginario”; preguntó “cómo acompañar y pensar la inconformidad de nuestra institución de manera que no sofoque, que no se olvide, que pueda tener espacio y perdure”, y cómo “promover instituciones de la inconformidad que no se sientan amenazadas y que no renuncien, en este tiempo histórico en que los proyectos de disconformidad no abundan”.

De boca de gurí

El adolescente, de 14 años, afirmó que un director de uno de los hogares en los que estuvo internado "trataba con prepotencia" a los más grandes, que "los mismos funcionarios no lo querían porque les pegaba a los gurises" para "echarlos". El chiquilín contó uno de los episodios: "Un día llamó a funcionarios para que nos sacaran. Vinieron unos tipos ahí, enormes, y se sentían los golpes en la cocina de cuando preparaban las puntas de aluminio ¡pah! Se sentían los golpes mismo, y vinieron y nos daban con una punta, y él les decía este hizo esto, este hizo aquello y nos daban con las puntas". Otro adolescente dijo que en el Centro de Ingreso lo mordió una rata, que andaban "por todos lados".

El médico y psicoanalista Marcelo Viñar concluyó que es “una denuncia y un instrumento de combate contra la inercia burocrática que prolonga y perpetúa los puntos ciegos del funcionamiento de las instituciones que se ocupan de la infancia marginada. Un alegato contra aquellos que desempeñan su tarea en la rutina de funcionarios o sin la necesaria creatividad del educador. Responsabilidad esta que es compartida por legisladores, profesionales y técnicos, y obliga a una autocrítica permanente”.

La tutora de la tesis, Graciela Frigerio, también fue contundente: “Las políticas de lo deshumano sobreabundan, son inflacionarias. Mantener algo de humanidad parece ser hoy una militancia, un trabajo, un esfuerzo que es bueno hacer con otro”. Aseguró que se podría decir que hay algo de insoportable en que la humanidad haya tenido que crear instituciones para proteger a la infancia: “Si esas instituciones se crearon fue porque unos chicos necesitan ser protegidos de unos grandes”. En ese sentido, agregó que el libro “habla de un secreto que todos sabíamos pero del que nadie quería hablar, y de lo que muy pocos quieren modificar: tomar las decisiones para que algo deje de ser insoportable”. Sostuvo que “algunos podrán decir que los niños y adolescentes devuelven el golpe”, pero no es así: “Para los chicos no es exactamente una revancha, es que finalmente han aprendido lo que les fue enseñado, y se vuelven insoportables por devolver lo que les fue dado. Se reflejan en la imagen de los adultos, que al no soportar el espejo, lo atacan, lo rompen, quizá ignorando que al atacar el espejo de los ojos de los niños que no fueron soportados y se vuelven insoportables, esos grandes pierden algo de sí mismos, de su humanidad”. Participan así en “lo deshumano”: una operación de “borrado, desdibujamiento de la semejanza del otro, y el otro, que ya no es otro, es algo sobre lo que se puede avanzar: 1.500 derivaciones, postergaciones, se delega, rechaza, destrata, maltrata. Una mimetización lleva a la otra”, aseguró.

Gabriela y Federico

Gabriela llega “voluntariamente” al SPI a los 16 años, con su hijo Federico, de dos meses y medio. El parto de Federico “fue provocado por los médicos a las 37 semanas, ya que no aumentaba de peso y el feto presentaba taquicardia”. Gabriela cuenta que tuvo problemas con su madre y con su padrastro, que la expulsaron de la casa, y por eso se presentó en la Unidad Materno Infantil. Según recoge Rodríguez del legajo, desde los 13 años “ha vivido ‘de manera inestable, con períodos de permanencia en la calle, con problemas de consumo de drogas’”. El padre de Federico, de 21 años, está preso. En los cinco meses que estuvo en el SPI Gabriela se fugó varias veces. En el regreso de una de las fugas, a los dos meses aproximadamente de su primer ingreso, se escribe en su legajo: “Gabriela se ha integrado a la casa. Luego de algunas [salidas no autorizadas] y de una internación de su hijo en el hospital, aparentemente se adaptó y no ha vuelto a irse. Plantea que quiere cuidar a su hijo y no lo va a exponer”. Un informe realizado meses después de su primer ingreso narra que, a su llegada, Gabriela “se presenta angustiada y con muchas dificultades para adaptarse a la dinámica del hogar. Su hijo Federico se encuentra en mal estado de salud y Gabriela no logra identificarse y darle buenos cuidados al bebé […] Desde nuestra área jerarquizamos en la intervención el establecimiento de un vínculo con Gabriela que nos permitiese el abordaje del vínculo con su hijo, en ese sentido reconstruimos el proceso de embarazo, parto, puerperio y los sentimientos asociados a cada una de esas etapas. Destacamos: no hubo control hasta los cinco meses, estuvo tres días internada antes de nacer, vivencia de parto expulsiva, pasaje a incubadora, fracaso de cuidados maternos que devienen en una internación en el CTI al mes. Gabriela puede verbalizar sus dificultades de maternaje, la ambivalencia en el vínculo con su hijo, su vivencia de abandono materno”. Dos meses después, otro informe: “Esta semana planteó por su voluntad la separación de su hijo, sus sentimientos son ambivalentes, pero manifiesta no sentirse capacitada para ser madre, con sentimientos de agresividad hacia su hijo que ha tratado de controlar. Dijo que no era un embarazo deseado, que quería abortar pero su madre no se lo permitió”. A los 15 días de este último informe aparece en el legajo un formulario de denuncia de una salida no autorizada, en la que se había llevado a su hijo. Ahí y así finaliza el legajo.

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