Los documentos oficiales sobre la última dictadura argentina que fueron desclasificados y publicados el 8 de agosto muestran el cambio de política implementado por la administración de Jimmy Carter (1977-1981) en relación con los dos gobiernos republicanos que la antecedieron. Carter discrepaba con la visión que los gobiernos republicanos tenían de los países del Cono Sur y con las decisiones que tomaron al respecto. A diferencia de las administraciones de Gerald Ford y Richard Nixon, los principales asesores del presidente del Partido Demócrata creían que el gobierno estadounidense debía exigirles a las dictaduras de la región una reversión de las políticas represivas. Los documentos desclasificados muestran además el nítido conocimiento que tenían tanto la embajada de Estados Unidos en Argentina como los principales asesores del Departamento de Estado sobre la “interna” de la Junta Militar argentina, así como de los recelos y disputas que existían entre los militares de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay.

Henry Kissinger, que había sido secretario de Estado y asesor en Seguridad Nacional de los gobiernos de Ford y Nixon, se movía como pez en las aguas turbias de la dictadura argentina. Eso lo demuestran los informes del embajador estadounidense en Buenos Aires, Raul H Castro, que acompañaba a Kissinger a sol y a sombra en las reuniones que este mantuvo con Jorge Rafael Videla, en las cuales el ex halcón de la Casa Blanca mostraba empatía con el gobierno dictatorial y hablaba acerca de la necesidad de que el nuevo gobierno de Carter “hiciera foco en América Latina”.

Robert Pastor, que en 1977 era miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, establecía en un memorándum dirigido al principal consejero de Carter en seguridad, Zbigniew Brzezinski, que a su juicio llevar adelante una política de distanciamiento y exigencia de respeto a los derechos humanos era la mejor manera de mantener al gobierno argentino como aliado. “Creo que la observación del señor Kissinger de que si no cambiamos nuestra política vamos a tener estos gobiernos en nuestra contra está equivocada”, dice la nota. El mismo texto destaca que a poco de que Carter asumiera, a principios de 1977, las dictaduras de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, lideradas por Brasil, intentaron coordinar esfuerzos para oponerse a las políticas en defensa de los derechos humanos que comenzaba a implementar el nuevo gobierno demócrata. Pero debido a la desconfianza mutua entre las cúpulas militares de los países, el movimiento que pretendían llevar adelante “no llegó a despegar” y terminaron votando disgregados en la asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA). “Argentina, Brasil y Chile son países grandes con gobiernos conservadores y autoritarios, con una visión extremadamente estrecha. Esta estrechez se refleja, entre otras cosas, en la pequeñez de las disputas entre ellos. Chile y Argentina estuvieron a punto de ir a una guerra por el Canal de Beagle, y Brasil y Argentina tensaron sus relaciones al punto de casi romperlas por disputas en aguas limítrofes”, dice el texto de Pastor, que buscaba que los asesores de Carter no revisaran sus políticas a pesar de las presiones que los gobiernos ejercían sobre los embajadores estadounidenses en cada país.

Los documentos destacan que dentro del gobierno de Carter existían dos posiciones en este tema. Por un lado, la del secretario de Estado, Cyrus Vance, que abogaba por presionar a las dictaduras de la región para que abandonaran las detenciones, torturas y desapariciones de militantes de izquierda, y por otro, la de Brzezinski, que creía que presionar a los gobiernos militares podía envalentonar a los soviéticos en la región.

De acuerdo con los documentos desclasificados, las dictaduras militares del Cono Sur se mostraban desconcertadas ante el cambio de rumbo de la política exterior de Washington luego de finalizado el gobierno de Nixon. Por eso, en un principio buscaron oponerse a la línea de defensa de los derechos humanos, pero luego intentaron acercarse al gobierno de Carter para tratar de negociar posiciones. “Jimmy Carter ha inspirado a la nueva generación de latinoamericanos”, destaca otro de los documentos y agrega que este hecho es novedoso, ya que “hasta Jack Kennedy” era mal visto “en las universidades” por su anticomunismo. “Carter es un hombre de gran estatura moral, y eso, a la vez que alienta a los jóvenes latinoamericanos, enfurece a conservadores y militares”, menciona otro de los memos del servicio exterior estadounidense, que entendía que Carter había devuelto a Estados Unidos la influencia que había perdido con la política de los “barcos de guerra”.

En los documentos se subraya que el gobierno encabezado por el general Videla estaba “hambriento” por normalizar la relación con el de Carter. La difusión por parte de las organizaciones de defensa de los derechos humanos de los casos de desapariciones, torturas y asesinatos acorralaba a la dictadura argentina, y por eso, según los documentos desclasificados, la Junta Militar buscaba alcanzar cierta legitimidad con la aprobación del gobierno de Carter. “Los argentinos [en referencia a los militares gobernantes] son gente orgullosa, pero están apesadumbrados con lo que se dice de ellos en el exterior”, indica un reporte de la embajada estadounidense en Argentina, que agrega que el gobierno de Videla es un poco más “sofisticado” que el de Juan Domingo Perón, en el que “siempre buscaban extranjeros que fueran los chivos expiatorios, pero hay límites para su sofisticación y debemos tener cuidado de no cruzarlos”, advertía.

Los documentos exponen el interés con que eran seguidas las disputas internas de la Junta Militar de Argentina. En primer lugar, muestran que quienes tomaban las decisiones eran los miembros del Ejército, que imponían su voluntad sobre los miembros de la junta que respondían a la Marina y la Fuerza Aérea. Según los documentos, Videla “consultaba” las principales decisiones con las otras dos armas, pero ante divisiones, sus propios camaradas de armas y él mismo eran quienes decidían. Se dedica una gran parte de la correspondencia entre la embajada en Buenos Aires y el Departamento de Estado al interés del comandante en jefe de la Marina, Emilio Massera, en reunirse con Carter con la intención de lanzar su candidatura en la sustitución de Videla. Tanto la embajada como el Departamento de Estado recomiendan que ningún alto cargo del gobierno estadounidense se reuniera con Massera por considerarlo un militar de “línea dura” (aun más que Videla) y alguien con quien no se podía tener una “charla franca”.

Los estadounidenses tenían la misma visión de Luciano Benjamín Menéndez, que en ese momento era el comandante de la región militar de Córdoba y que luego sería el gobernador militar en las Malvinas, y de Guillermo Suárez Mason, jefe del Primer Cuerpo del Ejército, a quien consideraban “despiadado”. En cambio, la embajada veía con buenos ojos el ascenso en 1978 de Leopoldo Fortunato Galtieri y destacaban su “razonabilidad” en temas de derechos humanos, ya que durante su jefatura en la ciudad de Rosario había hecho “progresos” en el establecimiento de procesos judiciales a quienes se acusaba de “terrorismo”.

Otro aspecto de los documentos desclasificados era la preocupación mostrada por la administración Carter acerca del conflicto del Canal de Beagle, que casi llevó a las dictaduras militares de Argentina y Chile a comenzar una guerra. En las misivas entre el Departamento de Estado y las embajadas estadounidenses en Buenos Aires y Santiago de Chile, se analiza el camino para evitar que el restablecimiento de relaciones “más templadas” con el gobierno de Videla hiciera que los argentinos vieran “aislados” a los chilenos y esto los impulsara a la “aventura”. Una carta del embajador estadounidense en Buenos Aires establecía que Roberto Viola, integrante del ala “blanda” de la dictadura, estaba convencido de que “no quedaba otra opción que la guerra” en el caso del Beagle. La respuesta recibida por el embajador Castro desde el Departamento de Estado fue que el gobierno estadounidense vería una iniciativa militar argentina en la zona del canal como una “agresión”. En ese caso, el gobierno de Carter logró la mediación del Vaticano, que evitó la guerra “en el último minuto”.