Si bien existen varios libros sobre el rock uruguayo, todavía no había ninguno que le entrara de lleno a la confusa década del 90 y a la desmesurada ebullición de los 2000. Pero ya pasaron -desde la segunda, y ni que hablar de la primera- suficientes años para tomar distancia e investigar sobre aquellas movidas.

La encargada de tomar el guante y meterle mano es Kristel Latecki, periodista musical de El Observador, que entrevistó a más de 40 músicos, bolicheros, periodistas, comunicadores y afines, para dar a luz a Nos íbamos a comer el mundo: 20 años de rock en Uruguay (1990-2009), un libro que impone respeto ya desde su tamaño -unas considerables 428 páginas-, pero aun más por su contenido.

Una de sus principales virtudes es el formato de “historia oral”, a la manera del ya clásico Please Kill Me (1996), de Legs McNeil y Gillian McCain. Es decir que, excepto en pequeñas introducciones, la autora no se mete y deja hablar a los protagonistas. Así las cosas, la pelota de la subjetividad se juega todo el tiempo en la cancha de los entrevistados, que son los que cortaron el bacalao y la vivieron. Pero por supuesto, señora, que también hay un grado de subjetividad del lado de la periodista, en la decisión de preguntar esto, publicar aquello y sacar lo otro: la objetividad pura está entre el monstruo del lago Ness y los Reyes Magos.

Nos íbamos a comer el mundo se divide en tres capítulos, cada uno con varias secciones. En el primero, dedicado a los 90, se destacan los comentarios sobre el golpe que vivió la generación del rock posdictadura en 1989, cuando vía referéndum se mantuvo la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado; la frutilla del postre del primer gobierno de Julio María Sanguinetti, que tenía mucho merengue a base de razias. Los testimonios pintan un panorama desolador.

De todos modos, lo más destacable del primer capítulo es la parte dedicada a Cargo 92, un espectáculo polifacético que tuvo como vedette a Mano Negra, banda francesa que provocó un gran impacto y dejó una huella en el rock uruguayo, algo a veces difícil de comprender para los que en esa época andábamos ocupados en otros asuntos, como aprender a ir al baño solos. Por fin, gracias a los testimonios de varios músicos, como Fernando Santullo (El Peyote Asesino) y -principalmente- Alfredo Chole Gianotti (La Abuela Coca), se logra entender qué implicó la llegada de aquel pintoresco grupo, las características alternativas del evento y la apabullante puesta en escena, que rompía con el bajón afectado y oscuro del rock posdictadura.

Otra de las virtudes del libro es que abraza temáticas que no son estrictamente musicales pero sí inherentes a la cultura de la música y que pocas veces se tratan con profundidad, como las relacionadas con los lugares para tocar. El segundo capítulo está dedicado a los boliches que a su manera fueron emblemas de cada etapa: Juntacadáveres, Amarillo, Perdidos en la Noche, Pachamama y BJ. En esa parte, la pelota de los testimonios la juegan los dueños de los boliches, que, con la ayuda de los músicos, repasan las características de cada uno de los lugares, las relaciones especiales entre ellos y el eterno retorno de las dificultades para mantener una sala de conciertos cuando la Intendencia de Montevideo agarra la pelota y complica el partido con sus tácticas burocráticas.

Al ser una historia oral, es interesante leer cómo se desnudan las personalidades de los entrevistados, a través de sus egos y sus maneras de expresarse -el cómo es tan importante como el qué-. Lo único que a veces hace ruido -pero no tanto como para que caiga la Intendencia- es que la suma de acotaciones sobre un mismo hecho puede volverse un poco redundante. Aunque eso es inherente al formato, quizás algunos comentarios podrían haberse acortado un poco más o incluso eliminado.

El tercer y último capítulo se centra, obviamente, en el auge del rock de los 2000: cómo afectó la crisis socioeconómica de 2002, los festivales masivos de Durazno y la posterior caída.

En definitiva, por si hay algún despistado, Nos íbamos a comer el mundo es muy bueno, certero, bastante exhaustivo, y llena un hueco sobre el rock uruguayo. Como si fuera poco, el lector se encontrará con varias anécdotas de esas que tienen que estar en cualquier libro sobre rock que se precie de tal (hay una de Marcos Motosierra haciendo explotar dos envases de Agua Jane en medio de Pachamama que vale la compra).

El libro se presentará hoy a las 21.00, en el Salón Rojo de la Intendencia de Montevideo y en el marco de la Feria Internacional del Libro. Además de la autora, hablarán el periodista Gabriel Peveroni y el mencionado Marcos Motosierra. Por el bien de sus ropas, tengan en cuenta no acercarle hipoclorito de sodio.