Trainspotting, tanto el libro como la película, fueron muy importantes para mi generación, allá por el final de los años 90. Es una novela sobre jóvenes de Escocia, a medio mundo de distancia de Uruguay y al menos una década atrás, pero parecía que en verdad tenía algo para decirnos. ¿Qué sentís al respecto?

-El tema de la novela es la transición, esencialmente. Moverse en una sociedad que no tiene un trabajo remunerado para ofrecerte. Este era un problema de la clase trabajadora industrial cuando salió la novela, y ahora pasa lo mismo con las profesiones de la clase media -como el periodismo, por ejemplo-. No habría perdurado si fuese un libro sobre la cultura de las drogas y nada más. Las drogas, de hecho, son uno de los efectos, más que las causas, de esa transición. Dondequiera que haya una grieta, la llenan.

Ya que hablaste de transiciones, ¿qué podés decirnos del referéndum por la independencia de Escocia en 2014 y del más reciente brexit?

-Una vez más, son síntomas de transiciones más grandes y más profundas en la sociedad; el industrialismo, el imperialismo, el capitalismo y el socialismo llegan a su fin. La gente se da de cabeza contra todo en busca de democracia, identidad y esperanza en un mundo amenazante, en cambio permanente. La era neoliberal fracasa, en tanto en Occidente se estanca el crecimiento. Son tiempos increíblemente excitantes.

Uno de los aspectos más notorios de tu escritura es una asombrosa facilidad para crear voces diferentes. Por ejemplo, es muy fácil darse cuenta de cuál de los personajes de Trainspotting es el narrador de un capítulo. ¿Cómo desarrollaste esa técnica?

-Viene de construir los personajes a conciencia, con cuidado, para llegar a un conocimiento o sensación de ellos en tu cabeza. De manera que, idealmente, las características que los diferencian queden reproducidas en la página. Podés aprender mucho de otros escritores, por supuesto, pero se trata básicamente de prueba y error. Y de mucha reescritura.

Es fácil percibir que creaste una saga centrada en personajes de Trainspotting, que además aparecen en otros de tus libros. ¿Terminaste con esa saga o tenés planes de revisitarla en el futuro?

-Nunca sabés con seguridad si terminás con los personajes o si son ellos los que terminan contigo. Si tenés un interés especial en algunos temas, podés tomar tu caja de herramientas y sacar personajes viejos para usarlos, pero para temas distintos necesitás crear herramientas nuevas. De eso se trató La vida sexual..., del intento de entender una cultura muy visual, de alguna manera superficial pero fascinante, en Miami.

Dirigiste tu primer cortometraje en 2007 y tu primer largo en 2009; también has escrito guiones y obras de teatro. ¿Qué nos podés decir sobre esa faceta de tu trabajo?

-Soy un contador de historias, básicamente. No importa en verdad si es en un libro, para el escenario, para una película o para la televisión, o qué clase de rol desempeñe; para mí siempre pasa por contar historias. Me gusta trabajar solo en algunas cosas, sin interferencias. La novela es maravillosa para eso; podés hacer tu afirmación definitiva. Pero también me gusta trabajar en colaboración; soy feliz con ser uno más de la barra. Aprendés y crecés trabajando con otros. En el entorno del cine, la televisión o el teatro no me importa si soy el número 1, el número 2 o el chico que prepara el té. Hago lo que sea para que el proyecto avance.

En una entrevista reciente (publicada por The Guardian el 3 de abril de este año) dijiste que “el inglés estándar es muy imperialista”. La traducción al español de tus libros usa, para reproducir tu construcción del habla de las calles de Edimburgo, una forma muy peninsular del castellano, y eso suena un poco imperialista a nuestros oídos. ¿Es un tema que te preocupe?

-Sí. Pero, desafortunadamente, dado que no tengo facilidad para las lenguas, tampoco tengo manera de enterarme de algo así, y no me queda otra que dejarlo a mis editoriales. Escuché, sin embargo, que algunas cosas pueden irritar a los oídos latinoamericanos, y sugerí la posibilidad de diferentes traducciones y ediciones para España, América del Sur y América Central.

El último capítulo de Trainspotting se titula “Station to Station”, y al margen del tema de las estaciones y los trenes en el libro, eso también funciona como alusión a un álbum de David Bowie. Tocaste en por lo menos dos bandas de la escena punk londinense, y estás escribiendo sobre Alan McGee, una figura clave para la música escocesa en particular y para la británica en general. ¿La música que escuchás tiene algún efecto en tu escritura?

-Me hago una playlist para cada personaje, y eso me ayuda a darles una realidad más allá de la página. Pero escucho de todo, en todo momento. Doy vueltas y compro en Spotify; me obsesiono con algo y empiezo a comprar álbumes. Escribo novelas porque fallé como músico; mi escritura creció a partir de ese fracaso.

Como fan demente de Bowie, necesito preguntarte sobre su último disco, Blackstar, y qué sentiste cuando murió.

-Su muerte me conmovió; me alteró, y también el álbum, al igual que su vida y su obra. Sigue conmoviéndome y siempre lo hará. Creo que a la mayor parte de mi generación, o a quienes son activistas de la cultura y la música, les pasa lo mismo. Fue algo diferente a la muerte de un familiar o un amigo cercano; creo que lloramos la muerte de una parte de nosotros, ya que Bowie definió tan poderosa e íntimamente a mi generación y sus ansias artísticas.