Cuando todavía era un autor desconocido dentro y fuera de su país, Pablo Montoya ganó el consagratorio Rómulo Gallegos 2015 con su novela Tríptico de la infamia, en la que narra la historia de tres pintores protestantes del siglo XVI. Al año siguiente, ni bien se difundió la noticia, el colombiano vuelve a la primera plana: ahora Montoya se quedó con el José Donoso 2016, uniéndose así a una lista de escritores encabezados por el mexicano Juan Villoro, el español Javier Marías, el argentino Ricardo Piglia y el chileno Pedro Lemebel. El jurado, integrado por figuras académicas -Raquel Arias (España), Diana Klinger (Brasil), Mónica Marinone (Argentina), Horst Nitschack (Chile) y Rory O’Bryen (Reino Unido)-, valoró el “carácter disruptivo e innovador” de su obra, que “no sólo se desvía de las corrientes de la literatura colombiana de las últimas dos décadas, sino que también ensancha el imaginario latinoamericano al incorporar historias y tradiciones estéticas y vivenciales opacadas por las exigencias del mercado cultural”. Nitschack, presidente del tribunal, subrayó que Montoya es un maestro de la “frase corta y de la descripción de sensaciones y emociones [...], además de nutrir su tratamiento de temas nacionales con un generoso universalismo”.

Lejos del centro del circuito comercial literario colombiano, el escritor -nacido en 1963 en Barrancabermeja- se ha abocado a retratar, en una serie de novelas, ensayos, cuentos y poemas, la violencia y la realidad social de su país, y sobre todo de Medellín. En la actualidad, es docente de la Universidad de Antioquia y trabaja en su quinta novela, surgida a partir de una idea que comenzó a rumiar en los años 80, cuando estudiaba en la Escuela Superior de Música de Tunja y, para sobrevivir (como hacen muchos también aquí), mientras tocaba la flauta traversa en una orquesta sinfónica ejecutaba el saxofón en otras de música tropical.