Uruguay consiguió una maravillosa victoria 4-0 ante Paraguay en el Centenario y lidera las Eliminatorias para el Mundial de Rusia 2018 casi a mitad de la competencia. El de anoche fue un maravilloso partido de Luis Suárez, acompañado por un colectivo serio y comprometido, en el que también descolló el sauceño Matías Corujo, que anoche ocupó el puesto de lateral derecho y fue el factótum para abrir el partido. El equipo de Óscar Tabárez tuvo una solidez envidiable, basada en la seguridad y tranquilidad del colectivo, coronadas por la presencia sin igual de Suárez. La selección celeste hizo una presentación recordable, no por el viento, la lluvia y el frío en Montevideo, sino por el juego colectivo y la presencia goleadora.

Les voy a contar una cosa que volví a sentir anoche: desde que evolucioné de las formas psicológicas más primarias y descubrí que mis mayores no eran omnipotentes, pocas veces había vuelto a sentir esa sensación de protección absoluta, de estar ante un superhéroe del que es factible creer que va a resolver todo. Eso es lo que me pasa con el Gordo Suárez y sus caderas prodigiosas, capaces de parir los milagros que uno sueña.

Identidad

No fue el parentesco entre guaraníes y charrúas, ni el gran José Gervasio, ni mucho menos, claro está, el letrista Francisco Acuña de Figueroa, lo que promovió esta historia tan particular de uruguayos y paraguayos en el fútbol, que nos permite identificarnos tanto o más que los naturales y comprobados vínculos entre aquellas etnias que nos han legado, entre otras cosas, un imaginario de espíritu que nos identifica. Evidentemente en el fútbol, que es una parte importante de nuestra vida social y de relaciones, somos tan iguales que hasta parecemos tener la misma forma de jugar, pero tan distintos que parece que nunca hubiésemos cultivado determinada manera de encarar el deporte. Tan emparejados y tan distanciados en prestaciones futbolísticas como la de anoche, cuando Uruguay le pasó por encima, de principio a fin, a Paraguay.

De hecho, tal vez pocas veces como en la previa de este partido los técnicos habían anunciado cómo proyectaban el partido, cómo pensaban, el pasado y el presente de ambos representativos. No fue casualidad que Tabárez lo presentara como un partido muy importante frente a un muy buen equipo: “Hay unos clichés que dicen que Uruguay juega así y Paraguay juega así. Pero a veces eso no es así, porque son las circunstancias las que determinan la manera de jugar. Se juega con lo que se puede”, había dicho el director técnico uruguayo, mientras que el orientador de los paraguayos, el Chiqui Francisco Arce, lo había simplificado de esta manera: “El encuentro será macho contra recontramacho, y cuchillo entre los dientes”.

Y claro, sabiendo cómo viene la mano desde que uruguayos y paraguayos se enfrentaron por primera vez en una cancha de fútbol, muchos de nosotros imaginábamos un partido con un inicio duro, seco, apretado. Pero, claro está, ni los técnicos ni nosotros, los más de 30.000 mojados soñadores, pensábamos que el jugador extra serían la lluvia, el viento y el frío, sino las maravillas de Luis, nuestro nuevo tótem sin estatua.

Guay

Ustedes, a esta altura del partido, ya lo saben. Los paraguayos nos han complicado desde cada uno de los principios: nos quitaron las posibilidades del Sudamericano de 1921 en la primera aparición guaraní, cuando la celeste ya había ganado dos de los primeros tres certámenes continentales; nos dejaron fuera del Mundial de Suecia 1958, en las primeras Eliminatorias que debimos jugar, después de ser múltiples campeones mundiales. Cada partido entre ambas selecciones, desde entonces, ha sido un parto. Anoche también lo fue, pero para parir un resultado excepcional.

Salimos empatados en los himnos, con Francisco Acuña de Figueroa escribiendo para los dos; tienen puntos de contacto como “la patria o la tumba” y “República o muerte”. Pero el partido fue celeste de principio a fin. Era y fue, como había sentenciado Tabárez, un partido muy importante. Y era vital la idea de conseguir una victoria que permitiera mantener la buena racha en las Eliminatorias como local.

La frecuencia de la formación del equipo es lo que da continuidad, pero la presencia de Suárez, más que una coyuntura excepcional, determina la diferencia.

El comienzo de Uruguay produjo entusiasmo con los ataques por la banda derecha. La presión ejercida sobre la última línea de Paraguay parecía dar buenos resultados, fundamentalmente porque la pelota pasó por los pies de Gastón Ramírez, que habilitaba a las bandas ensanchando el juego. Dos buenas jugadas de Suárez, de entrada, parecía que iban a darle el gol a Uruguay.

Al principio, los paraguayos esperaban muy atrás. Eso permitió el manejo de pelota de los celestes hasta el mediocampo. Ahí se complicaban los circuitos, porque había demasiadas camisetas albirrojas. Una acción de presión fulminante entre Suárez y Edinson Cavani permitió que el primero robara la pelota y habilitara al segundo, que estuvo a punto de llegar al gol, pero el remate fue atajado por el golero Diego Barreto. De inmediato, una sucesión de córners y centros casi le dan el gol a Uruguay, que en ese momento ya estaba a punto de abrir marcador.

Quedó Chiche

Como si estuviera en el campito de Sauce, el Chiche Matías Corujo robó una pelota cerca de la mitad de la cancha y empezó a remar hacia delante. En el momento oportuno metió un pase de oro a Suárez, que con su maravilloso prodigio de fuerza y calidad se fue hasta la línea del fondo y metió el centro para que Cavani venciera al arquero paraguayo. Golazo.

Uruguay estaba tranquilo. Además, estaba jugando bien y eso hacía que el control de la pelota mantuviera a Paraguay sin animarse a atacar. El rival ya empezaba a claudicar ante el juego del elenco de Tabárez. Tan bien estábamos jugando que después llegaría el segundo gol, con una gran jugada de Suárez por la derecha, superando a los defensas guaraníes. Terminó en córner y así llegó el gol del Cebolla Cristian Rodríguez, de cabeza. Pero había más, porque cuando ya terminaba la primera parte, Luisito garabateó por la izquierda e inventó una jugada maravillosa que terminó en penal; pateado por el mejor futbolista uruguayo de las últimas décadas, se transformó en el 3-0 cuando todavía no se había jugado la mitad del partido.

Y hubo que seguir contando: al comienzo del segundo tiempo llegó el cuarto. Otra vez Luis, otra vez Suárez. Maravilloso, mágico, inigualable, único, robó y recibió una pelota, hizo equilibrio por la línea del fondo, desbordó cuanto tenía que desbordar y le mandó el pase a su coterráneo Cavani para que marcara el cuarto gol.

De ahí para adelante, para nosotros no existió la lluvia, ni el viento, ni el frío. Una dulce sensación de bienestar y confort se apoderó de casi tres millones. Qué lindo.

¡Uruguay nomá!