Anoche en el estadio Metropolitano de Barranquilla Wanderers quedó eliminado de la Copa Sudamericana en la serie de penales, después de sostener el cero en su arco en todo el campeonato. Empataron 0-0, en la serie de cinco desde el punto penal ganó Junior 4-3 y se adjudicó el puesto en disputa para los cuartos de final de la competencia. Los bohemios llegaron a estar arriba 3-2 en los penales, pero una atajada de Sebastián Viera del remate de Joaquín Verges y un rebote en el travesaño del Chino Rodrigo Rivero le dieron la clasificación a Junior de Barranquilla.

Wanderers quedó en las puertas de una histórica clasificación a los cuartos de final, pero se despidió de la Copa Sudamericana con la frente en bien en alto, invicto después de seis partidos y sin haber recibido ni siquiera un gol en el campeonato.

Una lástima, pero esto es fútbol

Una instancia difícil, claro. Imaginen que si lo damos por asumido en el caso de la mejor conformación que podemos concebir contemporáneamente del fútbol uruguayo -que, creo, muchos podemos pensar que es la selección-, cuánto más para un equipo casi semestralmente renovado, rearmado, pero siempre ilusionado como este Wanderers. Y de ahí a pensar cómo lo sintieron, cómo lo sienten los jugadores que llegaron después de un interminable viaje a Barranquilla para defender en el Metropolitano la ilusión y un poco la locura de seguir.

Cada día, cada partido, en cada mate en el vestuario hay una disputa contra la protológica futbolera, contra el no van a poder, contra el no creo que puedan salir adelante. Entonces, esas clandestinas pero sólidas convicciones de daremos todo van socavando el status quo, y, alguna vez que otra, el túnel conduce a ese resultado que pocos ajenos esperaban.

En el marco de todas esas percepciones iniciales e incluso las teóricas prepartido, el juego en la primera mitad se centró en sostener las posibles ofensivas del equipo colombiano, que se fueron incrementando a medida que pasaban los minutos, a medida que la humedad, combinada con la alta temperatura corporal, iba diezmando el esquema de sostén planteado inicialmente por los uruguayos. Pero claro: no fue contratar una bañadera barranquillera y colocarla delante del enorme Cachorro Leonardo Burián, sino tratar de jugar armaditos y neutralizando.

Al fin y al cabo, la falta notoria de ataques de los bohemios en esos primeros 45 no se dio porque no estuviese previsto atacar, o porque no hubiera posibilidades de progresar en la cancha por ausencia de futbolistas que fueran aptos para tal tarea. En definitiva, los albinegros que dirige Gastón Machado arrancaron jugando anoche casi con tres futbolistas habituados a jugar arriba, cerca del arquero rival: el duraznense Manuel Castro, el tejano Sergio Blanco y el coloniense Rodrigo Rivero.

Pasó lo que casi siempre en condiciones tan incómodas para nuestros futbolistas: la pelota la tuvieron casi siempre los colombianos y entonces todo fue desarmar intentos de ataques, intervenciones brillantes y sobrias del Cachorro Burián, y correr, correr y correr detrás de la gallina para un lado y para otro.

Eso fue el primer tiempo, con un equipo sin muchas ideas pero con la casi burocrática actitud de poner el sello de locatario que quiere definir la serie a su favor -el tiburón barranquillero-, y otro carente de conexiones con la pelota, pero conectadísimo y solidario en una forma de defender que tiene la marca en el orillo del fútbol jugado en Uruguay. Y Santiago Martínez de acá para allá, y Adrián Colombino con su lija gruesa, y la línea de cuatro en afinación forzada, pero como si estuviese estudiando y repitiendo los movimientos de un táctico.

Una de suspenso

Esa imagen, ese tráiler del largometraje de los 90 minutos, ese guion del juego, fue tomando un cariz mucho más dramático, un increscendo, un tour de force hacia lo dramático. Es que ya sin la resolana del sol, pero sin la frescura de la noche, con esa impresionante humedad que impera en Barranquilla, se hizo permanente y repetida la acción en campo uruguayo, aunque tal vez con menos chances de definir y puro oficio de la acción defensiva de los jóvenes wanderistas.

Así lo sufrió Wanderers, que apenas pudo requechear una opción autogenerada por el Chapa Blanco, que, heroico, terminó acompañado por el libertense Santiago Chuki Gaspari y el rosarino Joaquín Verges.

Lo soportó Wanderers y llegó hasta el final, incluyendo una increíble en la que el travesaño lo salvó.

La misma parte del arco que después lo sacó de la competencia.

Qué pena. Un penal.