La necesidad de establecer un Día Internacional del Migrante se origina en el creciente número de personas en esa condición en el mundo y en la preocupación internacional por asegurar su protección y el respeto de sus derechos y libertades fundamentales, en un contexto de crisis migratoria global, cuyas expresiones más dramáticas son hoy la crisis de refugiados en Europa, la guerra en Siria, el discurso antimigrante de Donald Trump y la dolorosa crisis en Haití -que ha convertido a Perú en uno de sus países de tránsito desde Ecuador hacia Brasil-.

En 1997, un grupo de inmigrantes en Asia comenzó a celebrar y promocionar el 18 de diciembre como Día Internacional de la Solidaridad con los Migrantes y Emigrantes. Siete años antes, el 18 de diciembre de 1990, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Convención Internacional de Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migrantes y de sus Familias, tras una década de negociaciones gubernamentales y lucha de las comunidades de Inmigraciones de todo el mundo. Desde el 2000 se celebra el Día Internacional del Migrante, que constituye una oportunidad para reconocer las contribuciones de millones de migrantes al desarrollo y el bienestar de muchos países, de origen y destino, del mundo; para exigir el fin de todas las formas de abuso y violencia contra los migrantes y sus familias, y promover el respecto de sus derechos básicos, y para convocar a todos los gobiernos del mundo a ratificar la Convención de la Organización de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Trabajadores Migrantes.

Eric Hobsbawm, en su monumental Historia del siglo XX, señala que una tendencia de los años finales del siglo pasado fue la extraordinaria movilidad de la población a escala mundial, que ha repercutido en profundidad en la economía, la cultura y la política, tanto de los países que presentan este fenómeno internamente como en los de origen, los de tránsito y los de destino. Son millones las personas que se desplazan dentro de su país o encuentran refugio en otros por causa de los conflictos armados o la violencia en el suyo propio. Es todavía más numerosa, y crece día a día, la población que cambia de residencia por razones económicas, políticas o por los llamados desastres naturales.

Cabe mencionar, dentro de las características sobresalientes de este fenómeno, la creciente y significativa feminización de los flujos migratorios, producto del aumento numérico de las mujeres, de su protagonismo y de su autonomía. Actualmente las mujeres no son acompañantes ni dependientes de migrantes varones, sino que migran como pioneras o jefas del núcleo familiar.

Patrón migratorio de Perú

La Comunidad Andina de Naciones tiene más de diez millones de migrantes, 10% de su población. Perú, por su parte, cuenta 3.833.310 personas que han migrado fuera del territorio nacional según los últimos informes del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Se estima que 50% está en situación irregular. Representan más de 800.000 electores habilitados para votar en las elecciones presidenciales y congresales, y envían más de 2.849 millones de dólares anuales en remesas a Perú.

Los migrantes peruanos pagan 56% de los servicios consulares con los costos de sus trámites. Tienen 705.000 hogares, con 2.800.000 familiares en Perú. Geográficamente, sólo tres de los 1.864 distritos de Perú no presentan emigrados.

Asimismo, Perú tiene 60.000 inmigrantes: uno de cada 52 emigrados peruanos en el exterior. Como otros países de la Unión de Naciones Suramericanas, Perú fue por mucho tiempo un país receptor de inmigrantes, un fenómeno que se inauguró hace cinco siglos al consumarse la conquista y colonización del imperio incaico. En el período colonial, además de la llegada de españoles, fue traído, como parte de la trata esclavista, un número importante de personas oriundas del noreste de África. Tras la independencia consumada a principios del siglo XIX, se inició también un significativo proceso de migración de población china y, hacia fines del siglo, se sumaron personas provenientes de Japón (en Perú se concentra la segunda colonia japonesa de Sudamérica, después de la de Brasil). En ambos casos, la principal fuente de empleos fueron las labores de la agricultura de la costa. Hasta fines de la década del 1950, Perú fue considerado un país receptor de inmigrantes, aunque en ningún caso la población extranjera superó 3% del total de la población.

Desde el punto de vista de las migraciones internacionales, se reconocen en el Perú republicano dos etapas muy marcadas. En la primera, que va hasta 1970, predominó la inmigración, mientras que en la segunda, desde 1970, prima la emigración. Perú se ha convertido en un país expulsor, hecho relacionado con su rápido crecimiento demográfico desde la década de 1940. Los inmigrantes peruanos desde 1930 hasta 2015 alcanzaban la cifra de 3.833.310.

Hasta fines del siglo XX, la salida de peruanos al exterior era un rasgo propio de la elite, que buscaba estatus cultural o profesional, o, en menor grado, escapaba a la persecución política. Los principales destinos eran Europa y Estados Unidos, y en segundo lugar (y más tardíamente) países de la región, como México, Venezuela y Chile. Pero el rápido crecimiento demográfico a partir de 1960 generó un “excedente” de población que difícilmente hubiera podido absorber la economía nacional. Se produjo entonces un considerable flujo migratorio de peruanos hacia el exterior: en poco más de 30 años ha salido de Perú más población que la que ingresó en 195 años.

Un país expulsor

Los principales destinos de la emigración peruana son Estados Unidos (31%), España (14%), Argentina (14,2%), Chile (11,1%), Italia (9,9%), Japón (3,9%) y Venezuela (3,3 %). Pero el panorama comienza a cambiar. Desde 2010, la emigración internacional de peruanos sólo registra tasas negativas. Al mismo tiempo, el número de peruanos que regresan del exterior ha crecido desde 2006. Cada año retornan unos 25.000 compatriotas, la mayoría desde Chile. La recomposición económica de Perú no es el único factor que debe ser tomado en cuenta. También importan las crisis de los países receptores. En Europa, por ejemplo, le ha ido muy mal a España. Y en Estados Unidos hay un crecimiento muy lento del empleo, sobre todo del no calificado, que es al que apunta la mayoría de los migrantes nacionales, como explica Carlos Aramburú, especialista en migraciones y docente de la Universidad Católica.

¿Quiénes son esos peruanos dispersos por el mundo? Según el INEI, 56,7% eran jóvenes (de entre 15 y 39 años), solteros en su mayoría (64,1%). Asimismo, casi 60% de estas personas sólo contaba, al irse, con educación básica. A diferencia de lo que ocurre en otros países, donde la mayoría de los migrantes son hombres, en Perú el número de migrantes mujeres supera ligeramente (51,4%) el de migrantes varones.

La feminización de la migración

La migración femenina, si bien menos visibilizada que la de los varones, ha existido históricamente. Desde la época colonial eran requeridos sus servicios en las casas patronales de haciendas y fincas. Esta demanda fue aumentando a medida que se desarrollaban los centros urbanos, de manera que el flujo migratorio de niñas y jóvenes del área rural ha sido sostenido, aunque generalmente ignorado.

La emigración femenina tiene distintas causas. Puede producirse por motivos laborales y económicos: la división del trabajo por género destina para las mujeres el trabajo doméstico y la cría de niños y niñas de familias “acomodadas”. En el país, ese rol es para las mujeres que proceden del medio rural e indígenas, y, a escala globalizada, para las migrantes de los países del tercer mundo. También cada vez más mujeres, en ejercicio de su autonomía, deciden migrar solas, con la ayuda de redes familiares y sociales constituidas, muchas veces, por otras mujeres. Migran, además, mujeres afectadas por algún estigma familiar o comunitario: madres solas, víctimas de abusos intrafamiliares, rebeladas contra las normas familiares o locales, repudiadas, engañadas, etcétera. Finalmente, también la costumbre hace que las mujeres, luego de casarse, migren para vivir con la familia o el pueblo del esposo.

Como construcción que organiza las relaciones entre hombres y mujeres, el género atraviesa y condiciona todos los aspectos de la vida social, y configura de manera diferente las experiencias migratorias de cada sexo. Mientras que, hasta finales de la década de los 70, el perfil típico del migrante era el de un trabajador hombre y, por lo general, sostén de la familia, a principios de los 80 comenzó a aumentar el número de mujeres, tanto solteras como casadas, y con un nivel del instrucción más elevado que el de los hombres, que se desplazaban por su cuenta, de manera autónoma, para ocupar puestos de trabajo. Pero, a pesar de su importancia dentro de los flujos migratorios, persiste una relativa invisibilidad de las mujeres migrantes, sobre todo en los estudios sobre remesas y entre los hacedores de políticas públicas. Los estudios que abordaron la época de las grandes migraciones intercontinentales (siglos XVIII, XIX y parte del XX) visualizaron dos formas o “patrones” predominantes. Calificaron de “autónomas” las migraciones masculinas, en tanto que las femeninas seguían un patrón “asociativo”: ellos solían trasladarse solos, ellas migraban como hijas, familiares o cónyuges de un migrante.

Si bien la migración femenina no es nueva, lo que sí es nuevo es el aumento sostenido de las migraciones laborales autónomas de mujeres, que ya no sólo migran en su rol de esposas, sino que cada vez más asumen el proyecto migratorio de manera independiente, a menudo como principales proveedoras económicas de sus hogares.

El hecho de que la mano de obra femenina de los países pobres sea la más barata ayuda a explicar tanto la feminización de las migraciones como la masiva integración laboral de mujeres a las zonas francas y a las empresas transnacionales de servicios que se han instalado en las últimas décadas en muchos países del sur. La causa del aumento de las migraciones laborales femeninas se inscribe en las estrategias de supervivencia de los hogares pobres del sur global, que han surgido en las últimas décadas en respuesta al aumento de la pobreza y el empeoramiento de las condiciones vida.

Aída García Naranjo Morales Presidenta de Espacios Sin Fronteras; embajadora de Perú en Uruguay entre 2012 y 2014.