José Tort, Gabriel Rinaldi (ahora en Inglaterra), Pablo Smircich, Santiago Fontenla, Fernanda Domínguez Nicolás Dell Oca y Carlos Carmona. Así se llaman los siete científicos uruguayos que participaron en un importante proyecto, junto con equipos de universidades de Estados Unidos, que consistió en la secuenciación completa del genoma Fasciola hepatica, un parásito que en el Río de la Plata se conoce como saguaypé. Tras cuatro años de investigación, el equipo del departamento de Genética de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República publicó esta semana un artículo en la revista científica Plos Genetics, que incluye conclusiones sobre toda la investigación. Para conocer mejor este hecho científico, la diaria conversó con José Tort.

La primera está cantada: ¿qué es la Fasciola hepática?

-Es un gusano parásito que en el Río de la Plata se conoce como saguaypé. Es bastante frecuente y extendido, normalmente vive en el hígado de la vaca, de la oveja o del hombre, y produce importantes pérdidas desde el punto de vista productivo, pues provoca lesiones hepáticas que derivan en pérdida de peso, disminución de calidad de la leche, etcétera, y que también genera enfermedad hepática en el caso del hombre.

¿Es posible que corra algún riesgo al comer un churrasco de hígado?

-No. En primer lugar, porque el parásito se transmite de otra manera, y además existen en los frigoríficos mecanismos que evitan la comercialización de hígados afectados. No te olvides de que es una enfermedad que se conoce desde hace tiempo y que se trata con drogas que permiten eliminar al parásito, pero esto sucede cuando ya infectó a la oveja, a la vaca o a la persona. El pasaje del parásito en el hígado deja secuelas, ese hígado queda con alteraciones morfológicas, fibrosado. En los frigoríficos se hacen inspecciones veterinarias que detectan estas alteraciones, y ante cualquier sospecha mínima de que ese hígado estuvo infectado, inmediatamente se decomisa y descarta. Por otro lado, como decía, la infección ocurre por la ingesta de vegetales contaminados.

¿Cómo es el ciclo?

-El gusano adulto vive adentro del hígado y produce miles de huevos por día, que van por toda la vía digestiva y salen con las heces. Cuando eso cae en el campo, en el pasto, de ese huevo sale una larva que se mete adentro de un caracolito, que es muy pequeño. Dentro del caracol, esa forma larvaria del parásito se multiplica muchas veces, generando cientos de otras formas larvarias más avanzadas, que salen del caracol y se enquistan en la vegetación. Esto ocurre con mayor frecuencia en zonas anegadas, donde hay agua en contacto con la vegetación y el ganado se infecta cuando come esa vegetación contaminada con metacercarias (que es como se llama la forma de resistencia). La planta de consumo humano que crece en esas condiciones es el berro; por eso, cuando comés berro que no está bien lavado podés estar ingiriendo las metacercarias.

Por eso siempre se dice que si vas a recoger berro en una cañada es importante que el agua corra, que no esté estancada.

-Además, hay que lavarlo muy bien, porque es una forma de resistencia muy chiquita que está enquistada ahí en la hoja. Cuando eso llega al tubo digestivo, el quiste se activa, sale la forma juvenil del parásito, que cruza la pared del intestino, y penetra y atraviesa el tejido del hígado y llega al canalículo biliar, que es su lugar definitivo.

¿Cómo se combaten esas enfermedades?

-Esta parasitosis tiene distribución en todo el mundo. Existen drogas que pueden inhibir o bloquear su desarrollo. Estas drogas eliminan al parásito, pero no el daño que provocó; entonces hay que buscar otros mecanismos de control, que tienen que ver con la regulación de las poblaciones de caracoles, o buscar otros blancos de droga. Lo otro que está pasando es que estas drogas, como cualquiera de las que se usan para combatir agentes patógenos, han generado también mecanismos de resistencia, y han aparecido aislados de parásitos que no responden a la droga, que son resistentes. Debido a eso, es necesario buscar nuevos puntos en la bioquímica de estos organismos para entender por dónde bloquearlos. Para estudiar eso es importante conocer qué proteínas y qué genes tiene este parásito, qué expresan y qué función cumplen. Estos estudios, desde el punto de vista de la genómica, comenzaron poco después del avance en estudios como el del genoma humano. La mano venía relativamente lenta, pero con la aparición de nuevas técnicas de secuenciación masiva empezó a avanzar muy rápidamente y a menor costo. En este organismo en particular, trabajamos desde el Departamento de Genética de la Facultad de Medicina junto con equipos de las universidades de Saint Louis y George Washington, de Estados Unidos, tratando de descifrar el genoma del parásito. Finalmente, completamos la secuencia genómica de este parásito, que es muy grande; para que tengas una idea, es un tercio del genoma humano.

¿En qué consiste el proceso de secuenciación del genoma?

-Para explicarlo de una manera sencilla: imaginate que tenés que leer un libro en un lenguaje que no conocés. El mecanismo que usamos consiste en leer pedacitos muy chiquitos de ese libro; lo que hacemos es romper el libro en muchos pedacitos y después empezar a leer cada uno de esos pedacitos, porque resulta más fácil leer de a pocas letras. Una vez que leí todos los fragmentos, busco rearmar el rompecabezas para llegar al libro original. Eso sería leer un genoma. Después, una segunda etapa consistiría en la búsqueda de palabras que tengan sentido, es decir, en encontrar los genes que codifican para proteínas y analizar esos datos; en esta parte participó más activamente el equipo uruguayo.

¿El estudio de la secuenciación permitiría hacernos inmunes a la enfermedad?

-No permite inmunizar, pero sí conocer los genes que tiene el parásito y los que no tiene. A partir de eso, podemos ver cuáles son las funciones bioquímicas diferentes que tiene el parásito con respecto a sus huéspedes, y entonces encontrar los puntos que nos permitan bloquearlo. Esa es una parte interesante de la historia, también vamos a poder ver qué pasa cuando un organismo es resistente a una droga, comparando la diferencia entre parásitos resistentes y sensibles, viendo cuáles son los genes que el parásito que sobrevive mantiene o expresa de manera distinta para poder sobrevivir a esa droga. Es un mecanismo para entender cómo aparece la resistencia a la droga. Por otra parte -y esta es una sorpresa interesante-, al estudiar el genoma del parásito encontramos secuencias que no correspondían al parásito sino a una bacteria, una Neorickettsia. Siguiendo con el ejemplo del libro, lo veníamos leyendo y de repente vimos que aparecían páginas que no tenían nada que ver, que estaban en otro idioma...

¿Esa es la bacteria asociada a este parásito?

-Claro. Un momento interesante de la investigación es el de darse cuenta de que había algo importante que nos tomó por sorpresa. Encontramos secuencias que sugerían que dentro del parásito estaba viviendo una bacteria. La encontramos primero en las muestras de Estados Unidos, pero también en una muestra uruguaya. En otras muestras no aparece, lo que indica que esta bacteria no es esencial en el parásito, aunque puede aparecer asociada. Esta bacteria es del genero Neorickettsia, un tipo de bacterias que no pueden vivir por sí solas; es una bacteria parásita y está emparentada con otras, asociadas a otras enfermedades. Una de ellas es la fiebre del Potomac, que afecta a los caballos; acá existe en la zona de la laguna Merín y se conoce como churrido. Otras bacterias, un poco más lejanas, están asociadas a la tristeza bovina, otra enfermedad que se da en Uruguay y que transmiten las garrapatas. La bacteria que descubrimos está emparentada con estas otras; no sabemos si está vinculada a una enfermedad o no, porque recién la encontramos, todavía no tenemos evidencia.

¿Cuánto tiempo lleva generar un nuevo medicamento a partir de este descubrimiento?

-Estos descubrimientos tienen que ver con la biología básica. Trasladar eso a medicamentos puede significar un proceso de años. Pero para desarrollar este tipo de nuevos fármacos hay distintas estrategias, y una de ellas es conocer todas las proteínas que este parásito puede producir y cuáles son las alteraciones; en ese sentido, ahora disponemos de ese dato, todo lo que el parásito puede fabricar. Avanzamos. Pero, más que nada, nos pone contentos que desde Uruguay estamos aportando a estudios de genómica, una área relativamente nueva, en cosas que son importantes para generar capacidades y para estudiar organismos que eventualmente pueden generar problemas de salud. El principal aporte consiste en formar gente y generar capacidades.

¿Cuáles son los pasos siguientes?

-Hay varias cosas para continuar investigando. Una de ellas tiene que ver con lo que pasa en el estadio del caracol, como huésped intermediario. Dentro del caracol ocurre algo interesante: la amplificación del parásito. A partir de una larva salen cientos de metacercarias, que son las que después infectan a los animales. Está poco estudiado cómo ocurre este proceso; para eso ya recibimos un financiamiento de la CSIC [Comisión Sectorial de Investigación Científica] y vamos a seguir trabajando en ese tema con nuestras contrapartes en las universidades de Estados Unidos y Reino Unido. Creo que lo importante es que quedó claro que en Uruguay podemos trabajar y aportar en estas áreas. Se abre un camino para avanzar, en el que no habrá respuestas a corto plazo, pero lo importante es que es un camino abierto.

Datos

En Uruguay hay unos 11 millones de bovinos y 10 millones de ovinos, que proporcionan aproximadamente 57% del total de las divisas anuales del país. “El impacto económico de la fasciolosis en esta cadena productiva no está estimado de modo certero, si bien es claro que la parasitosis está extendida”, afirman los científicos en su proyecto. En otros países hay datos que sirven como referencia. En Suiza, donde 20% del ganado está infectado, se ha estimado que la fasciolosis bovina provoca pérdidas económicas por unos 52 millones de euros anuales (300 euros por animal infectado). En Turquía, en tanto, la prevalencia de ganado bovino infectado nunca supera el 25%, y se estimaron pérdidas por aproximadamente 43 millones de dólares anuales, en su mayoría derivadas de la disminución en la producción de carne, leche y en la fertilidad animal, y en menor medida del decomiso de hígados y del tratamiento de los animales infectados.