La muerte del sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman no sorprendió a su avanzada edad, pero la persistente actualidad de sus siempre renovadas observaciones produjo de cualquier forma una sensación de obra interrumpida. Nacido en una familia judía de Poznan (Polonia), fue un testigo privilegiado de los feroces totalitarismos del siglo XX; luego de huir con su familia a la Unión Soviética tras la invasión alemana a su país, el futuro filósofo se alistó en las fuerzas polacas que combatían junto a los soviéticos y participó en la Batalla de Berlín. Comunista convencido y orgánico, de vuelta en Polonia integró los servicios de inteligencia, se formó en sociología y comenzó a editar sus trabajos a fines de los años 50.

Perseguido por su condición de judío a principios de los 70, emigró a Israel y luego a Inglaterra, donde encabezó el Departamento de Sociología de la Universidad de Leeds y desarrolló la mayor parte de su obra. Esta comenzó con estudios puntuales sobre la historia del laborismo y el socialismo ingleses, pero luego se orientó hacia temas más globales, tanto de la contemporaneidad inmediata como del pasado que había vivido.

Su visión sobre el Holocausto judío -uno de los temas que trató más en su nutrida bibliografía- estaba emparentada con la de Hanna Arendt, en el sentido de que también negaba la excepcionalidad del genocidio nazi. Es decir, no negaba su magnitud ni su horror, sino que planteaba que aquel exterminio no fue un quiebre moral en la historia reciente, sino uno de los desarrollos posibles de la sociedad industrializada y burocrática.

La notoriedad que alcanzó ya a edad madura se debió en particular a su constante observación de lo contemporáneo; fue un crítico del modelo neoliberal promovido por Margaret Thatcher, la globalización económica y el posmodernismo, una concepción que reconocía pero negaba, alegando que la modernidad seguía en desarrollo, bajo distintos parámetros éticos e ideológicos. Su popularizada forma de definir la sociedad actual como “líquida”, por la fluctuación e inestabilidad de los valores de la modernidad en la era del consumo, ha sido citada hasta el hartazgo, muchas veces sin una auténtica comprensión de su moralismo, y su libro Modernidad líquida (2000) se volvió un texto de cabecera de movimientos de activismo como Ocuppy Wall Street.

Pensador siempre atento a los cambios, siguió opinando con autoridad sobre fenómenos tan recientes como las redes sociales o el brexit, con una visión de profundo pesimismo humanista y una elocuencia que lo hacía sumamente accesible. Falleció en su casa de Leeds, acompañado por su esposa, que, haciéndole honor a la más famosa de sus definiciones, dijo que Bauman había pasado a la “eternidad líquida”.