El nicaragüense Ernesto Cardenal, nacido en 1925, es una figura excepcional, entre otras cosas porque no son muchos, actualmente, los sacerdotes católicos con un amplio reconocimiento internacional como poetas. También tuvo una fuerte singularidad su apoyo en los años 70 al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que reforzó la imagen de la revolución sandinista como un movimiento inusualmente vinculado con las artes, y en especial con la literatura.

En 1966, Cardenal había fundado, en una de las islas del archipiélago de Solentiname, una comunidad cristiana de orientación contemplativa, que se transformó mucho con el paso de los años: por un lado, e incorporando a campesinos locales, se orientó hacia la producción artística y artesanal; por otro, la reflexión de sus integrantes acerca de la realidad del país y del Evangelio llevó a que varios jóvenes se comprometieran con la lucha armada contra la dictadura de Anastasio Somoza y participaran en el ataque a un cuartel. En represalia, Somoza dispuso en 1977 que se arrasaran e incendiaran las instalaciones de la comunidad (un cuento de Julio Cortázar, llamado “Apocalipsis en Solentiname” y publicado en 1976, recuerda una visita de ese escritor a la comunidad y anticipa su destrucción).

Cuando el FSLN derrocó a la dictadura de Somoza en 1979, Cardenal fue el primer ministro de Cultura del gobierno encabezado por Daniel Ortega, y esto le valió en 1983 una reprimenda pública del entonces papa católico Juan Pablo II, que un año después suspendió en el ejercicio del sacerdocio al poeta. Paralelamente, en 1979 la comunidad de Solentiname fue reconstruida con apoyo del gobierno alemán, y allí comenzaron a desarrollarse tareas de alfabetización, de educación artística y de formación de líderes campesinos. Según la escritora nicaragüense Gioconda Belli, en Solentiname se “creó quizás la única verdadera utopía funcional que ha logrado existir en América Latina”.

Luego de que el FSLN perdió las elecciones de 1990, crecientes discrepancias de Cardenal con Ortega y con su esposa, Rosario Murillo, lo llevaron en 1994 a una ruptura con esa organización, y desde que esta volvió al gobierno en 2006 el sacerdote suspendido no ha callado sus críticas a Ortega y Murillo, que actualmente son presidente y vicepresidenta de Nicaragua. Así se convirtió nuevamente en un símbolo, pero del malestar y la indignación de quienes depositaron grandes esperanzas en el sandinismo y hoy consideran traicionados sus ideales. “Mientras el gobierno de Nicaragua quiere empequeñecerlo, su figura y su poesía siguen siendo una inspiración en el mundo entero”, afirmó hace unos años Belli, también alejada del FSLN.

En 1990, algunas instalaciones de la comunidad de Solentiname se convirtieron en un hotel, para albergar a los numerosos visitantes que se acercaban a conocer esa experiencia. Alejandro Guevara, un campesino del lugar que había sido formado por Cardenal, quedó a cargo de la administración, y cuando falleció fue sucedido por su viuda, Nubia del Socorro Arcia Mayorga, quien tiempo después reclamó el hotel como herencia y decidió demandar a Cardenal. El representante legal de Arcia en esa demanda fue José Ramón Rojas Méndez, quien antes había defendido a Ortega cuando Zoilamérica Narváez, hija de Murillo en un matrimonio anterior, acusó al líder sandinista de haber abusado sexualmente de ella durante casi dos décadas, desde que ella tenía 11 años de edad.

Ahora, tras un largo proceso, la Justicia nicaragüense condenó a Cardenal a pagar 800.000 dólares por “daños y perjuicios, daños emergentes, lucro cesante, deterioro de bienes de propiedad y pérdida de activos ocasionados al incumplimiento de su obligación contractual”. El poeta sostiene que eso es parte de una persecución política contra él impulsada por Ortega y Murillo, con la complicidad de jueces que han perdido su independencia. Lo apoya una gran cantidad de escritores e intelectuales nicaragüenses; entre ellos, como era esperable, el célebre escritor Sergio Ramírez, ex comandante sandinista y vicepresidente de Ortega de 1985 a 1990, que rompió en los años 90 con el FSLN y es muy crítico de su orientación actual. Ramírez destacó que en La revolución perdida, un libro de memorias de Cardenal, consta su juicio “sobre quienes malversaron aquel proceso en el que él se comprometió a fondo, desde su fe y desde sus convicciones espirituales”.