En las investigaciones, en los artículos de prensa, en entrevistas, se afirma, una y otra vez, que la violencia de género (verbal, física, psicológica o simbólica) no distingue estrato social ni nivel educativo. Sin embargo, es raro que en los casos que trascienden las protagonistas sean figuras con algún nivel de exposición pública. En el marco del acto “Más igualdad, compromiso del Estado. Punto final a la violencia de género”, organizado por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), la diaria les preguntó a tres mujeres de diferentes esferas de la vida pública cuál es su experiencia en este tema. Mariella Mazzotti, directora del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres); Lilián Celiberti, coordinadora de la organización social Cotidiano Mujer; y Susana Muñiz, presidenta de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), contestaron la misma pregunta: ¿alguna vez fueron víctimas de violencia de género en cualquiera de sus formas?

Mazzotti recordó: “En mi adolescencia viví la violencia callejera. En un momento en el que, como mujer joven, estaba empezando a tener más libertad de movimientos, cuando comenzaba a salir con mis amigas y amigos o cuando volvía de estudiar. La violencia callejera estaba presente y se sumaba a la de la dictadura. En mi familia pude observar relaciones de desigualdad entre mis padres. En aquel momento no eran tan claras las libertades que tenían las mujeres adultas, aunque fueran profesionales. Se notaba, sobre todo, en la toma de decisiones económicas de la familia. Puedo decir que, al igual que muchas mujeres uruguayas, también sé lo que es la violencia de género”.

Tal vez por la característica de la pregunta, o por las implicaciones de la respuesta, Celiberti pensó unos segundos y respondió: “Mi experiencia en términos de violencia de género está muy sesgada por la dictadura. Yo fui secuestrada con mis hijos en Brasil. No hay ningún episodio que pueda identificar como más grave que el hecho de que los militares hayan utilizado a mis hijos como presión y tortura psicológica. Estuvieron 17 días presos sin que yo supiera de ellos; durante tres meses no tuve noticias porque estaba aislada. Busqué la forma de saber de mis hijos por intermedio de varios soldados, no porque los militares jefes lo dijeran. Te diría que me hice feminista en el calabozo; conocía el feminismo de nombre, pero no tenía la menor idea. Sí sentí la vulnerabilidad que teníamos por ser mujeres. La violencia física y psicológica que viví estando presa hizo que naciera una conciencia. Dije: ‘si salgo de acá, voy a luchar por los derechos de las mujeres’. Y en eso estamos”.

Muñiz comentó: “Si hay algo que marcó a mi familia fue que mi bisabuela fue una de las primeras mujeres divorciadas del país. Mi padre siempre decía que tenía que estudiar hasta más que los varones, porque el mundo para las mujeres era más difícil. En el ámbito laboral me desempeñé siempre como médica y profesora, lugares en los que somos más mujeres. Lo que es verdad es que no hay tantas mujeres en los puestos de gestión. Hay techos de cristal, que sin duda se dan y no se visualizan claramente. Creo que en la calle todas hemos sido víctimas de violencia y de destratos hasta por el hecho de manejar, aun cuando los hombres suelen cometer errores siempre se los adjudican a las mujeres”.