Desde el viernes, el santuario de la Virgen del Verdún, en Minas, es visitado por devotos que llegan de todas partes del país. Ayer, cientos de personas se acercaron al cerro del Verdún, donde está ubicado el santuario, para cumplir promesas, agradecer o hacer pedidos especiales. Este año la celebración se extendió más de lo habitual; los primeros días cayeron en Semana de Turismo, ayer fue feriado, y mañana, 19 de abril, cuando se celebra el día de la Virgen, se espera que lleguen más personas.

Este año se brindó un servicio especial de trenes con ese destino, cuyos pasajes se agotaron. Cinco vagones, con capacidad para llevar a 500 personas, partieron de la nueva estación de la Administración de Ferrocarriles del Estado (AFE) a las 8.30. El viaje duró más de cuatro horas y media y fue la previa de una jornada que se vivió con alegría. Llegaron devotos de todas las edades -mujeres mayores, adolescentes, niños y personas de mediana edad-, que pasaron sacándose selfies.

Norma, Beatriz, Selva y Alba iban en la punta de uno de los vagones; las cuatro compartieron el viaje con los periodistas de la diaria. Recién sobre el final del trayecto nos enteramos de que no habían viajado juntas. “Nos conocemos de acá”, dijo Beatriz con naturalidad. Esa familiaridad se produjo porque el tren fue un espacio compartido donde se tomó mate y se comieron bizcochos, se jugó a las cartas, y no faltó quien despuntara el vicio con una petaca de un whisky etiqueta negra.

Norma y Beatriz, dos cuñadas que no quisieron revelar su edad, venían de recorrer siete iglesias el viernes santo, en su via crucis particular. Ayer tomaron el tren en la estación de Sayago para cumplir con una peregrinación que tratan de hacer todos los años. Beatriz tiene dos hijos; el mayor vive en Nueva York y, como su nieto Nicholas cumple el 19 de abril, muchos años la abuela pasó el día de la Virgen en Estados Unidos. “Es un buen negocio cambiar Verdún por Nueva York”, le dijimos. “¿Se piensan que después de 20 años me gusta ir a Nueva York? Esa ciudad me robó a mi hijo. Este año pude venir porque mi nieto, que tiene 17 años y toca el piano, tiene unos conciertos muy importantes y voy a ir más adelante”, comentó. Durante las cuatro horas que duró el viaje, las mujeres nos contaron anécdotas de sus vidas y de la forma en que viven la religión. Beatriz no paraba de hacerle chistes a su cuñada sobre el lugar donde Norma podía guardar la caña que había llevado para usar como bastón. “Te lo podés meter en el garaje”, decía, y todas festejaban.

Beatriz es partera retirada y recorre todas las celebraciones religiosas que puede: va el día 7 de cada mes a San Cayetano, los 11 a la virgen de Lourdes, los 19 a San Expedito, los 21 a San Gregorio y los 28 a San Judas Tadeo. Dos momentos que marcaron su vida fueron el nacimiento de su primer hijo y una enfermedad que tuvo su hermano a los 37 años. “Los médicos me dijeron que mi hijo no iba a vivir, que no lo podía tener. Yo le dije a mi madre que si se moría no quería vivir más, y ella le hizo una promesa a la Virgen de Lourdes. Ese hijo que no iba a vivir ahora tiene más de 50 años, nació por fórceps. Con el segundo me querían hacer una cesárea. Yo me preguntaba por qué no podía parir de forma natural. ¿Qué había hecho? Le pedí a Dios que me ayudara, y nació de forma normal. Me acuerdo como si fuera hoy que un día mi hijo menor, cuando era chico, me preguntó cómo era que creía en Dios si nunca lo había visto. ‘Yo lo sentí muchas veces’, le contesté”.

Otra cosa que la marcó fue la enfermedad de su hermano. “Cuando tenía 37 años lo iban a operar de un bulto de grasa y resultó ser un cáncer de tiroides. Fui a la clínica de Tabaré Vázquez y le mostré la historia clínica. Me dijo que el panorama era negro, que le jugaba en contra que fuera tan joven. Una compañera me dijo que le pidiera a San Judas Tadeo, y lo hice. Mi hermano se murió a los 63 años, del corazón”, contó.

Norma, un poco más tímida, es hija de un guarda de trenes. “La Estación Central era hermosa”, dijo. “Pero empezaron a desmontarla en la dictadura. Sacaron todos los bronces y las piezas de roble, que ahora están en Punta del Este”, señaló. Al ver el estado de los vagones comentó: “Si los ingleses veían algo roto ponían flor de sanción. Además, tomaban el tiempo y, si el tren llegaba un minuto tarde, tenían que hacer un informe de por qué se habían retrasado”.

Selva y Alba son hermanas. Viven en Pajas Blancas y se levantaron a las 5.00 para tomar el tren. Las cuatro mujeres fueron charlando todo el viaje y nos adelantaron cómo iba a ser el resto de la jornada. Todas se rieron de los padres de las dos quinceañeras que volvían a la Virgen para que “les restituyeran el bolsillo”. En verdad, las jóvenes habían prometido subir el cerro para agradecer la fiesta.

Otro personaje del tren fue Artigas, el vendedor ambulante que tiraba datos, como cuántos durmientes hay por kilómetro: 1.400; o la cantidad de personas que entran en un vagón: 100. “Hace 18 años que vendo. El 1º de enero de 1987, cuando AFE cerró, me fui al ómnibus, pero cuando hay viajes especiales vuelvo al tren. Me sé todas las estaciones”, comentó con orgullo.

Subiendo

Cuando el tren llegó, comenzó la peregrinación y el grupo se separó. El camino hacia la cumbre es de piedra y empinado. La idea de Norma de llevar una caña ya no parecía tan exagerada; es más, antes de empezar el camino había varios vendedores que ofrecían bastones improvisados a 30 pesos. En el camino nos encontramos con una mujer, de no más de 30 años, que subía descalza. “No duele tanto, pincha un poco. Hay gente que sube de rodillas. Venimos siempre, pero el año pasado faltamos por el temporal. Nos quedamos con culpa, porque se murió uno de mis sobrinos. Este año no podíamos faltar”, relató.

Mientras subíamos, nos encontramos también con Agustina, una muchacha de 22 años que pasó un año de misionera en Ecuador. “Fui por los salesianos y allá me recibieron ellos. Estuve en Macas, una ciudad que queda en la selva, tiene mucha influencia indígena. Trabajé en un colegio, en la pastoral. De tarde teníamos talleres con los jóvenes, y catequesis. Ellos nos recibían mucho mejor que en Uruguay. Allá, la Virgen Purísima de Macas tiene gran influencia; es la manera que ellos tienen de encontrar a Dios. Hay pila de cosas que vienen de sus creencias [indígenas], pero no hay nada que vaya contra la iglesia. A partir de lo que ellos creen, uno intenta transmitir y evangelizar a su manera, nunca se trata de imponer algo”, expresó. Agustina fue al Verdún con su familia, como parte de un paseo familiar, y sintió que no estaba de más agradecerle a la Virgen.

No mentirás

En la base del cerro había un puesto de confesiones. Cuando el sacerdote que las tomaba se desocupó, nos acercamos a conversar con él y con otro cura. Esperaban la llegada de más personas en busca del perdón. Uno de ellos, muy rubio y con un marcado acento extranjero, nos dijo que era de Minas. “No mienta, padre, que es pecado”, dijimos, y admitió que era polaco.

El padre Jarek llegó hace tres años a Minas, directamente de Polonia. “Siempre el día uno es el 19. Esperamos mucha gente”, explicó. Cuando le preguntamos por la concurrencia al confesionario aseguró: “No se acerca mucha gente, pero siempre hay alguien. Esperamos acá y estamos a disposición. Siempre vale la pena. Es algo que cada uno decide en su corazón”. El religioso dudó unos segundos cuando le preguntamos por el papa Francisco: “Estaba buscando la palabra justa en castellano: es estupendo. Francisco intenta acercar a mucha gente a la iglesia, y aportó una nueva mirada. Ese es un don que muchos van a disfrutar”. Sobre Juan Pablo II, su coterráneo, señaló: “Experimentamos siempre su intermediación y su protección del cielo. Hace poco, tuvimos las reliquias de Juan Pablo II en Montevideo, y mucha gente se acercó. Tenemos algunos testimonios de cómo ha ayudado, para nosotros es la muestra de que está con nosotros”. A las 15.00 empezó la misa, celebrada por el obispo de Minas, Jaime Fuentes. Se espera que mañana llegue el arzobispo de Montevideo, el cardenal Daniel Sturla.