Fines de abril de 2017 en Uruguay: una adolescente se hace cortes en la piel. En el liceo lo notan y avisan a su madre. Ella la lleva a la policlínica local y la atienden. La joven dice que fue uno de los desafíos del juego “ballena azul” en internet. En los días previos circulan mensajes en Whatsapp, Facebook y otras redes que alertan sobre el juego. Los informativos de horario central en televisión no dudan en titular que ha llegado a nuestro país. Psicólogos especializados en el impacto de las tecnologías de información y comunicación tratan de explicar la importancia de la cercanía y el diálogo con los adolescentes. En la televisión insisten en repetir la relación entre el juego y las heridas como si fuera un hecho comprobado, agregando imágenes tomadas de internet, que localizan el supuesto origen en Rusia en 2015 y los suicidios en Brasil. Los ministerios de Salud y del Interior se suman a los supuestos. En las redes todos difunden y condimentan con pequeños detalles.

Sin embargo, no hay ninguna información oficial de Rusia, y en Brasil hay tantas dudas como en Uruguay. Aún no se ha verificado la existencia del juego, ni la versión de la adolescente de Rivera. La televisión no usa el condicional, y, al igual que los mensajes de Whatsapp, se plantean verdades tan irrefutables como carentes de pruebas. Siempre es un amigo de un amigo que me dijo, una noticia publicada en algún portal, una foto que se reenvía una y otra vez.

¿Cómo se crea un rumor en la web? Los hoaxes, bulos, falsedades o engaños (como prefieran llamarlos), son en general una mezcla de verdad con mentiras agregadas, contextos que no corresponden y malos entendidos.

Las claves en el éxito de su difusión tienen que ver con el emisor confiable (el vínculo familiar, el nombre de un colegio, el lugar de trabajo), alguien o algo que agrega confianza (médico, centro de salud, la aduana, la televisión) y un daño contingente cercano (drogas de diseño, gratis, hijos). Todo esto se refuerza pues cada persona lo recibe de un amigo, alguien de su confianza, que hace propias las palabras que recibió y las transmite tal como le llegan. Así, cada persona recibe un mensaje que siente personalizado, y no genérico.

Las redes amplifican. El rumor ya no queda en el barrio, el trabajo o el centro de enseñanza. No sólo nos cruzamos con gente en el ascensor, el almacén y los vecinos, como ocurría hasta el milenio pasado. Ahora tenemos a toda nuestra red de contactos a un solo clic de distancia, pudiendo llevar nuestro mensaje a cualquiera, sin importar en qué parte del mundo esté. Y más allá de la validez o no del número de Dunbar para las redes sociales virtuales (ver “La quimera de las redes sociales”, de Mauro D Ríos y Carlos Petrella), el potencial de difusión es enorme. Esto ha crecido muy rápido y aún estamos aprendiendo a manejarlo: Geocities (1994), ICQ (1996), MSN (1999), Linkedin/MySpace (2003), Facebook (2004), YouTube (2005), Twitter (2006), Pinterest (2008), Whatsapp (2009), Instagram (2010), Snapchat (2012).

Las soluciones a los problemas verdaderos van por otros caminos más tradicionales, basados en la comunicación y la cercanía, tal como plantea el psicólogo y educador Roberto Balaguer: “Ser padres es un camino sin certezas”.