En la edición de la diaria del martes 28 de marzo se abordaron distintos aspectos vinculados con la convocatoria a un nuevo Congreso de Educación, a iniciarse este mes. Entre los puntos que este ámbito considerará, se encuentra el de impulsar un Plan Nacional de Educación, a instancias del Grupo de Reflexión en Educación (GRE), integrado por nueve personas de reconocida trayectoria en cuestiones educacionales. En efecto, el GRE señaló el año pasado en un documento público que se está ante la necesidad de elaborar por primera vez en la historia del país un Plan Nacional de Educación. En este sentido, el Congreso recogerá insumos para el diseño de este Plan.

Señalar que se está ante esta posibilidad por primera vez implica, por la negativa, desconocer el esfuerzo realizado por diversos ámbitos de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) para proponer su documento Plan Nacional de Educación 2010-2030 [componente ANEP]. Aportes para su implementación.

Es verdad que no constituye por sí solo un Plan Nacional de Educación, pero hay dos esfuerzos que no deben desconocerse:

a) situar a la educación como un campo que va más allá del sistema educativo formal y, por lo tanto, ANEP realiza su aporte, así como otras instituciones pudieron realizar otros;

b) situar al eventual Plan 2010- 2030 en sintonía con la Estrategia Nacional para la Infancia y la Adolescencia (ENIA) 2010-2030, impulsada desde el Gabinete Social y que reunió la discusión, reflexión, intercambio y síntesis de un vasto número de actores durante 2007 y 2008: Estado, organizaciones de la sociedad civil, organismos internacionales que tienen áreas de trabajo en temas vinculados a infancia y adolescencia (UNICEF, UNESCO, entre otras), sindicatos, partidos políticos, universidades, etcétera. Con relación a estos dos esfuerzos, estamos frente a acciones que dieron cauce a las tan mentadas políticas de Estado que, cuando se reclaman como un cliché, pueden estar más cerca de lo que se estima.

Desconozco los motivos por los que este aporte no avanzó en su articulación con otros procedentes del campo de la educación para sintetizarse en un plan: tal vez otras coyunturas, contingencias y/o urgencias no favorecieron la culminación del proceso.

En los procesos de planificación en general, y en planificación educativa en particular, la estrategia de administración de las temporalidades y de las prioridades resulta fundamental para transitar, en medio de los avatares cotidianos, hacia horizontes y rumbos con direcciones relativamente claras. Tal vez valga la pena acudir a ese documento, aunque sea como antecedente de este Congreso en Educación, y reconocer que no se parte de cero.

Por otra parte, puede ser al menos discutible la idea de que se puede contar con un Plan Nacional de Educación por primera vez en la historia. Aquí, nuevamente, al considerar elementos teóricos procedentes del campo de la planificación, se podría distinguir entre el plan en mente y el plan escrito. Si bien la escritura como objeto constituye una referencia que “sobrevive” a los permanentes cambios de la realidad social y que, por tanto, se traduce en documento que va más allá de personas circunstanciales y por ello lo escrito es clave, también el plan en mente resulta central, al menos en dos sentidos:

a) contribuye a no hacer del plan escrito un fetiche, sino a acudir a él como consulta y fuente de confrontación, de chequeo entre avances, retrocesos, apuestas, logros y dificultades.

b) encarna la preocupación, valores, ideologías y convicciones de personas e instituciones específicas, que “traducen” lo escrito y lo interpretan, y, en una suerte de retroalimentación, actualizan lo escrito.

Por ello es que podríamos afirmar que, más allá de un breve decreto-ley, el proyecto vareliano sentaba las bases de un Plan Nacional de Educación, en diálogo con el desarrollo de un proyecto del país y de su inserción internacional; más acá en el tiempo, los planteos de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE, 1963) referían a las condiciones en que se encontraban la educación y otras áreas del país, y a los esfuerzos planificados que debían hacerse para lograr un “salto en el desarrollo”; el propio Germán Rama, podríamos decir, contaba con un plan en mente cuando en el Parlamento afirmó que “si no se construyen más escuelas, se deberán construir más cárceles”; o el propio Plan Ceibal, en su apuesta a la reducción de la brecha digital, tiene en mente una concepción del ejercicio de la ciudadanía y del derecho a la educación.

Tal vez se pueda cuestionar que estas y otras iniciativas carecen de articulación en su dinámica interna y/o en su relación con otras aristas de la educación y sus instituciones; esto tampoco es menor en el área de la planificación educativa. Pero es un aspecto, tal vez el más evidente empíricamente hablando; lo que parece estar claro a esta altura es que en educación uno siempre tiene un proyecto que estimula, brinda contexto, otorga parámetros, delinea sueños, activa utopías, etcétera. Y no hay neutralidad posible ante ello, y por ello se está en permanente planificación. Se trata de la dimensión prospectiva de la educación, situada en claves pedagógicas.

Álvaro Silva Muñoz Departamento de Pedagogía, Política y Sociedad del Instituto de Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República