En Uruguay, la conversación sobre emigración gira a menudo en torno a la llamada fuga de cerebros -del inglés brain drain- y sus potenciales efectos negativos y positivos. En esta nota quiero hacer foco sobre otro efecto potencialmente positivo de la emigración -brain gain en la literatura académica-, que quizá pueda ser de interés para el caso uruguayo.

Como caracterización rápida y aproximada de la emigración en Uruguay, en la actualidad se estima que aproximadamente medio millón de uruguayos residen en el exterior -alrededor de 15% de la población- concentrados principalmente en Argentina, Estados Unidos, Brasil y España. Son en su mayoría hombres, de Montevideo o del área metropolitana, jóvenes, relativamente educados, y emigran principalmente por falta de trabajo o por bajos ingresos. En este contexto, uno podría preguntarse: ¿cómo afecta la emigración al país? La respuesta es compleja, ya que la emigración tiene efectos muy variados y de distinto signo sobre los migrantes, sus familias, su entorno y el país entero; efectos que varían además en el corto, mediano y largo plazo.

Una parte importante de la literatura académica sobre la emigración estudia sus efectos (y los de las remesas) sobre el bienestar y el comportamiento de los hogares. Por ejemplo, la partida del jefe de hogar en el corto plazo implica una pérdida de ingresos y de esfuerzo a nivel doméstico, que puede llevar a otros miembros del hogar al mercado de trabajo y/o a cubrir sus tareas dentro del hogar. Algunos trabajos empíricos encuentran, entonces, que la emigración del jefe de hogar lleva a mayor participación de la mujer en el mercado de trabajo, a menor rendimiento educativo de los hijos (y especialmente de las hijas, que en ocasiones abandonan sus estudios para colaborar con las tareas de la casa), a incrementos en el trabajo infantil, entre otros. En el mediano plazo, en la medida en que el jefe de hogar envía remesas, dichos efectos negativos comienzan a revertirse, los trabajos empíricos encuentran en general que las remesas se utilizan para incrementar tanto el consumo de los hogares como la inversión (en educación y salud, y ocasionalmente en bienes de capital), con lo que baja la participación de los demás miembros del hogar en el mercado de trabajo y mejoran los resultados educativos y otros indicadores de bienestar. Estos resultados empíricos son de escaso interés para nosotros, dado que los uruguayos no parecen reproducir el patrón de jefe de hogar que emigra temporalmente y envía remesas durante su estancia en el exterior: los retornantes son un porcentaje bajo de los emigrantes y las remesas no resultan muy significativas, al menos en comparación con otros países.

Otra parte de la literatura académica estudia efectos más macro de la emigración; aquí entran los trabajos sobre el brain drain. Los efectos negativos de la fuga de cerebros son conocidos: si la sociedad subsidia la educación y la formación de individuos altamente calificados que luego eligen emigrar, los frutos de dicha inversión social son cosechados por otros en otros países. La contracara es que los cerebros fugados pueden contribuir con su país de origen si (al menos algunos) posteriormente deciden regresar, contribuyendo con nuevos conocimientos, prácticas, formas de producir o innovar, etcétera. También, aun si no regresan, puede haber un efecto positivo en tanto los cerebros fugados pueden permanecer en contacto con el país de origen, ya sea vía redes de investigación, o intercambio académico, o vínculos empresariales. Gibson y McKenzie (2011) listan un pequeño grupo de investigaciones empíricas que estudian los potenciales efectos positivos de la fuga de cerebros. Estos trabajos suelen encontrar efectos positivos, pero más bien pequeños; el caso de estudio más interesante -especialmente para Uruguay- es el de India: Saxenian (2007) documenta cómo los emigrantes altamente calificados del sector de las TIC fueron -y siguen siendo- un factor clave para el desarrollo del sector en su país de origen en la década de 1990 y a comienzos del siglo XXI.

Ahora bien, de un tiempo a esta parte la literatura sobre fuga de cerebros comenzó a interesarse en una curiosidad teórica: podría ser el caso que la posibilidad de emigrar fuera un incentivo poderoso para que la gente decidiera formarse y educarse, y que el saldo global -en términos de formación y educación de la población- fuera positivo, aun si parte de los individuos altamente formados decide emigrar. Esta es la llamada “hipótesis de la ganancia de cerebros” (brain gain hypothesis). Esta hipótesis la plantea Mountford (1997) en un trabajo teórico, que es seguido por otros autores que también en el plano teórico refinan la idea original y estudian qué condiciones deben cumplirse para que un brain drain dé pie a un brain gain. Lo interesante es que en los últimos años algunos trabajos empíricos estudian el tema y encuentran distintos resultados, dependiendo del país. Por ejemplo, Batista, Lacuesta y Vicente encuentran que aumentos en la probabilidad de emigrar incrementan la probabilidad de terminar la educación secundaria en el caso de Cabo Verde. Alan de Brauw y Johm Giles (2006) encuentran que mayores posibilidades de emigrar reducen la matriculación en educación secundaria en la China rural; los autores argumentan que la posibilidad de mayores ingresos que trae aparejada la emigración a la ciudad es tan fuerte que los estudiantes directamente abandonan el sistema educativo. Más cerca en términos culturales y geográficos, Boucher, Stark y Taylor (2005) no encuentran efecto alguno para el caso de México. Sin embargo, Kandel y Kao (2000), también para México, encuentran que hijos de emigrantes tienen menores aspiraciones educativas que niños con menor exposición a la emigración.

Me interesa traer a colación la posibilidad (más bien teórica) de que la emigración pueda tener efectos positivos sobre el nivel educativo de los habitantes de un país, dado que este punto suele estar ausente de la conversación a nivel local. Vale recordar que hace unos meses, en una encuesta a estudiantes universitarios, 60% respondió “Sí” a la pregunta “¿Considerás la posibilidad de emigrar luego de terminar la carrera?”. Uniendo este resultado con el hecho de que alrededor de 20,3% de la población nacida en Uruguay mayor de 25 años y con nivel terciario emigró y vive en países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, al menos a mí me surge la interrogante honesta de cuántos estudiantes universitarios habrán elegido estudiar pensando en emigrar, cuántos habrán elegido su carrera en función de la posible inserción internacional, y cuántos habrán elegido seguir su formación a nivel de posgrado como estrategia de emigración. Y, en especial, cuántos de todos estos habrán permanecido en el país a pesar de haber considerado a la emigración uno de los factores detrás de su decisión. Notoriamente los datos que mencioné arriba no prueban nada -en todo caso, señalan una potencial línea de investigación-, pero sirven para destacar que quizá haya potenciales efectos de la emigración que no estamos considerando en la conversación sobre el tema.

Una versión previa de esta nota fue publicada en Razones y personas.