“Viva Arte Viva” es el tema (más bien parecido a un eslogan) que define oficialmente a la Bienal de Venecia número 57, inaugurada hace pocos días. Su directora, la francesa Christine Macel, fue curadora jefa del Centro Pompidou de París y ha organizado muestras de, entre otros, Sophie Calle y Gabriel Orozco. En la ciudad italiana ha reunido -los números mantienen la tradición ciclópea del evento- a 120 artistas de 51 países. A eso se le suman 86 participaciones nacionales en los pabellones, entre ellas la de Uruguay. la diaria le pidió al artista uruguayo elegido para esta edición, Mario Sagradini, que hablara, desde Venecia, de su participación y de otros asuntos.

–En Venecia presentás La ley del embudo [con la forma de un antiguo tipo de corral para ganado]. ¿Es una elaboración de la versión que expusiste el año pasado en el Museo Nacional de Artes Visuales en tu muestra -parcialmente retrospectiva- Vademécum, o es la misma obra?

-La muestra del Nacional era antológica; imposible, en aquel momento, una retrospectiva. Y sí, tenía un “embudo” en madera, casi igual a este, aunque con algunas diferencias: las medidas, que eran mayores en Montevideo; y el tipo de madera, que era pino elliotis americano, mientras que para Venecia elegí abeto europeo. Y algunas igualdades: apuntan a lo mismo, la misma concepción, aunque cambien por estar en espacios diferentes. El de Venecia es “viable” en la realidad, pues es el tamaño menor en su uso real/rural: para seis vacas; menos sería antieconómico. ¡Es que las vacas tienen medidas!

–¿En qué consistía el embudo rural?

-En su uso real, campero y, por extensión, artístico -acá y en Montevideo- sirve o se lo ve como un dispositivo para clasificar, seleccionar, ergo discriminar, a los animales. A dónde van algunos ejemplares y a dónde otros. Desde arriba (desde la rampa, por ejemplo) alguien mueve o azuza el ganado para que se desplace, e incluso podrían entrar a caballo. Es algo que se practica desde tiempos inmemoriales, a veces con estrellas amarillas, a veces con palabras. El título es prestado de frases hechas que vienen desde los griegos -el filósofo Anacarsis, del 400 a.C.-, pasando por Martín Fierro, Pablo Neruda, etcétera. Recorridos similares hizo otra frase emparentada: “La ley es tela de araña”, que pasa por Bartolomé Hidalgo, Alfredo Zitarrosa y otros. Las injusticias, desde hace mucho.

–Estuviste un rato largo en Venecia para armar la exposición. Me imagino que transitaste bastante la Bienal. ¿Qué te pareció?

-Aún no sé muy bien qué decir: no pude abarcarla ni remotamente; es enorme. En estos días sigo. Vi algún pabellón cercano al uruguayo: no alcanza para opinar. Ejemplo de lo no visto: la obra alemana ganadora del León de Oro, una performance que dura cuatro horas, y a eso hay que sumarle media hora de cola para entrar. ¡Una jornada entera! Además, desde que llegué, todo ha estado muy controlado y segregado. Tiempos de terrorismo, supongo. Y el tránsito interno no era fluido: si eras del espacio [de los pabellones nacionales en el parque] Giardini no entrabas al Arsenale [dedicado a otros artistas, en lo que fue un complejo de astilleros y armerías], etcétera. Antes las bienales (fui invitado a varias otras, nunca acá) servían para intercambiar, para entreverarse.

–¿Pero viste algo, entre lo que pudiste recorrer, que realmente te llamara la atención? En general, ¿qué nivel te parece que tienen las propuestas?

-En lo que vi al comienzo percibí un nivel absolutamente desparejo, irregular, inestable: cosas que se ven como obras de artistas de nivel, de trayectoria, te interesen o no por sí mismas, y otras muchas que parecen salidas de un fin de curso de taller de iniciación artística. Sin embargo, recién pude visitar casi todo el Arsenale, y mi visión de ahí es más positiva. El montaje en general es realmente bueno, y además hay varias obras interesantes: no sólo de artistas históricos ya fallecidos, sino también de otros actuales e incluso jóvenes. Me sorprendieron las piezas de los artistas de Georgia, Chile, Nueva Zelanda, Eslovenia y China. Y atención, que desde siempre creo que una bienal, cualquiera, si un tercio de su material es bueno, ya es una buena bienal. Nunca se da que todo sea bueno o que mucho sea bueno. Quizá alguna documenta de Kassel fue de nivel parejo.

–¿Cómo vive el contexto global de una bienal un artista como tú, que juega todo el tiempo con conceptos y objetos identitarios del país y la región?

-Como decía, prefiero una manera integrada de vivirla, pero esta es compartimentada. Recién en las previews, del 8 al 12 de mayo, empezó a conectarse un poco la gente, pero sobre todo con personalidades de fuera de la bienal. Para mí fue un golpe fuerte: en La Habana V estuve con Catherine David y varios más. Por acá en esos días pasaron Carlos Gardel, los guitarristas y la sinfónica de Galas del Tango. Increíble: cuando pueda reaccionar pensaré la lista.

–En una vieja entrevista tuya leí una frase que me encantó: “¿Para qué quiero la Gran Manzana si acá está Durazno?”. ¿Podés explicar eso? ¿Seguís pensando lo mismo?

-Es, modestamente, la reformulación vernácula de: “Pintá tu aldea y serás universal”, que es de León Tolstoi, creo. Pero, sobre todo, una aplicación directa mía del entrañable Gordo Duffau, arquitecto y profesor de la facultad que, entre sus muchas concepciones inolvidables, hablaba del “antipodismo”: esa tendencia del ser a pensar y soñar lo que está exactamente en sus antípodas, como el Verdadero Paraíso. No mirás la baldosa en la que estás parado, porque te fabulás el más allá.

–En Italia estás representando a Uruguay. ¿Y Uruguay cómo se (re) presenta, en términos generales, en su producción artística?

-Representar a Uruguay para mí es honor y placer al mismo tiempo: honor compartido con los que se mueven en el mundo del arte en el país, porque nunca estás solo en esto: los acuerdos y desacuerdos, las peloteras, también son parte de la creación, aun del artista solitario, que no lo hay. Y placer porque desde hace décadas me enteré de que el apellido Sagradini nació en Venecia, como Sagradin. Luego, en 1400 o 1500, cierto duque los rajó de la ciudad y se fueron a Rimini, donde con el tiempo se romagnolizaron, agregándose la i final. Así que, además del honor celeste, volver invitado al lugar de la expulsión es un placer muy placentero. La otra parte: ¿cómo se re-presenta el arte uruguayo? Es tema de los mecanismos democráticos que se den los uruguayos; no puedo payar ahora. Lo que sí me importaría remarcar es que hay que ajustar y profundizar cómo se presenta el arte uruguayo en Venecia, que es lo que vivo yo actualmente. Se resolvieron hace un tiempo pautas muy positivas para eso, pero detenerse en ese estadio sería un error: falta mucho ajuste, protocolos, definición de roles que no pueden confundirse ni obviarse, y que hacen a la presentación y, por tanto, a la re-presentación. Revisar el marco y el clavo que sostiene. No sólo la tela pintada. Situaciones que no deben repetirse cada dos años. Como dicen los noticieros: ¡Ampliaremos!

Premios, polémica y dinero

Que el León de Oro a la trayectoria de la 57ª Bienal de arte veneciana le tocara a Carolee Schneemann, mítica body artist estadounidense, no ha extrañado, dado el especial interés por la performance de la curadora Christine Macel. El alemán Franz Erhard Walter, también conocido por sus acciones, además de por sus esculturas en tela, recibió el León de Oro al mejor artista de la exhibición internacional. El León de Plata para jóvenes artistas lo ganó el egipcio Hassan Khan, autor de poderosas instalaciones, mientras que el León de Oro al mejor pabellón se le dio a la alemana Anne Imhof, protagonista de una pequeña polémica por su performance: antes de que abriera la bienal, hubo protestas de animalistas debido al uso que hace la artista, en su obra-acción Faust, de unos perros dóberman encerrados en una gran jaula. Finalmente, el “caso” no se infló ni produjo verdaderos alborotos como en ediciones anteriores. De todas formas, con o sin escándalo, la Bienal mueve, en sus cinco meses y medio de duración, más de 30 millones de dólares.