Acaso sea una segunda lectura la mejor manera de valorar con más justicia Los peligros de fumar en la cama, el libro de cuentos que Mariana Enríquez publicó en 2009 y que fue reeditado hace poco por Anagrama. Es decir: si se leyó primero el posterior y excelente Las cosas que perdimos en el fuego, publicado el año pasado (ver http://ladiaria.com.uy/UNn), se vuelve necesario superar la ansiedad generada por semejante precedente, y releer Los peligros de fumar en la cama -o al menos algunos de sus cuentos- sin buscar en él la brillantez de Las cosas..., sino solamente una prefiguración o anuncio de ella, una estación más en el crecimiento de su autora, y esto termina por dar resultado.

Con esto se quiere decir, entonces, tanto que Los peligros... no está en verdad a la altura de Las cosas... como que en sus mejores momentos, si se lo lee sin la mencionada ansiedad, ofrece una narrativa de interés y, por supuesto, formas previas de la inquietud y extrañamiento (y de la mirada fresca a las convenciones del género y al influjo de HP Lovecraft, Stephen King y Thomas Ligotti) que de manera tan virtuosa convocó la autora en cuentos como “La casa de Adela”, “La hostería” o “Bajo el agua negra”, incluidos en su libro de 2016.

Si bien sus cuentos fueron concebidos de manera independiente y publicados en distintas revistas y antologías antes de su aparición reunida en un solo volumen, Las cosas... se las arreglaba para ofrecer una conexión, una cosa de álbum conceptual, digamos, que no está presente de manera tan nítida en Los peligros... Esto, en principio, no debería considerarse un defecto, pero es cierto que hay un efecto progresivo o acumulativo en la lectura de narraciones a las que es dable encontrarles un eje común (aunque no sea estrictamente narrativo ni un procedimiento deliberado de variación sobre ciertos temas), y en Las cosas... Enríquez colocó sabiamente al final el cuento que da título al libro, logrando el cierre y el paroxismo de esos elementos en común que, en la lectura, iban proyectándose o permitiendo su reconocimiento. En Los peligros... eso no sucede, o al menos no de una manera tan notoria, y al terminar el libro, lo que asoma o es retenido -más que lo que podría llamarse una sensación general- es lo que ofrecen sus mejores cuentos. Así, hay que destacar “La virgen de la tosquera”, donde a una rivalidad entre adolescentes se le va superponiendo una realidad más antigua y terrorífica, como si, sobre el pop de una FM, se abriera camino una transmisión intermitente y ominosa. También “Cuando hablábamos con los muertos” -que emplea el recurso (casi un subgénero en sí mismo) de relatos de adolescentes que aceptan más o menos sin problemas la irrupción de lo sobrenatural, para mayor y kafkiano extrañamiento del relato- y “Rambla triste”, acaso el mejor, que superpone a la geografía real de Barcelona un ambiente inquietante, poblado por niños extraños y terroríficos.

Mención aparte merecen “El desentierro de la angelita”, que juega a dar vuelta una serie de convenciones de los relatos de fantasmas-con-una-venganza, e incorpora también esa suerte de familiaridad -inquietante para el lector- de los personajes con lo sobrenatural y lo siniestro; “Carne”, que prescinde de lo sobrenatural; y “Chicos que faltan”. Estas tres narraciones, aunque todas ellas son disfrutables y están bien resueltas en cuanto a lo estrictamente narrativo, no se despegan de cierta cualidad de aprendizaje en proceso: las tres proponen procedimientos y recursos de interés, pero no llegan a hacerlo de una manera plenamente lograda. No se trata de textos fallidos, pero al terminar de leerlos -y aun sin tener en cuenta el altísimo precedente impuesto por Las cosas...- es difícil librarse de una sensación de que la cosa prometía más y la autora no llegó a ver cómo desarrollarla plenamente. Es interesante, en todo caso, señalar de “Chicos que faltan” el tópico de “personas que desaparecen y regresan cambiadas”-central también en el relato “La canción que cantábamos todos los días”, publicado en 2012 por el también argentino Luciano Lamberti-, que admite, qué duda cabe, una lectura desde la historia reciente de nuestros países (y no me refiero sólo al horror de las dictaduras, sino también a los exilios más cercanos).

Quienes disfrutaron Las cosas que perdimos en el fuego y se sepan ya seguidores de Mariana Enríquez (me cuento en ambas categorías) no deberían dejar escapar Los peligros de fumar en la cama, así sea por su condición de documento del progreso de la autora; sus defectos, o esas cualidades que cabría pensar al menos comparativamente como defectos, no oscurecen el goce de lectura generado por sus cuentos; o, en todo caso, las oscuridades vienen por otro lado, ese que los lectores de Enríquez esperamos con ansias.

Los peligros de fumar en la cama

De Mariana Enríquez, Anagrama, 199 páginas.