Basta apenas ojear el catálogo de Fin de Siglo para notar que desde el año pasado la editorial ha revitalizado su oferta de narrativa nacional, sobre todo por medio de una de sus colecciones. En efecto, de la larga treintena de libros de cuentos y de novelas publicadas en Ñ desde el año 2000, siete aparecieron en los últimos diez meses. Ya sea con ediciones de autores tradicionales de la casa, mediante el Premio Gutenberg -convocado junto a la Unión Europea-, o con nuevas adquisiciones, Fin de Siglo ha establecido un proyecto de renovación y se está convirtiendo, en materia de ficción, en una referencia ineludible en el panorama reciente de las letras uruguayas.

Lo más interesante del conjunto, visto en perspectiva, tal vez sea la variedad de géneros, de temas, de estilos e incluso de edades de los autores. El año pasado, por ejemplo, apareció la novela histórica El sable roto, de Jorge Chagas (1957), sobre Lorenzo Latorre; Verde, que coquetea con el terror sobrenatural, de Ramiro Sanchiz (1978) -de quien hace unas semanas se publicó además El orden del mundo, ganadora del Premio Nacional de Literatura 2016-; el libro de cuentos/nouvelle que por comodidad se puede etiquetar como “realista” Urquiza, de Carolina Bello (1983), última ganadora del Gutenberg; y El mar aéreo, con relatos que bordean la fantasía y la ciencia ficción, de Pablo Dobrinin (1970).

Deliberada fue la omisión en la lista precedente de Pichis, el breve y contundente segundo libro de Martín Lasalt (1977). Deliberada porque el autor comparte varias circunstancias con Andrea di Candia (1963), al fin y al cabo, auténtico motivo de esta reseña. Ambos, de hecho, provienen del mismo taller literario (Adastra, coordinado por Rosario Peyrou y Carlos María Domínguez); ambos obtuvieron importantes distinciones por sus primeras obras (Di Candia, el segundo Premio Nacional de Literatura 2014 por La partida, y Lasalt, el Lolita Rubial 2015 por La entrada al paraíso); ambos ganaron luego el Bartolomé Hidalgo revelación, una en 2015 y el otro en 2016. La reciente incorporación de la novelista al catálogo de Fin de Siglo, con Cadena de frío, es sólo la última de muchas coincidencias.

El horror nuestro de cada día

Si en La partida (Banda Oriental, 2015) Di Candia había demostrado una gran solvencia como narradora, intercalando voces y registros en una novela simple en apariencia pero textualmente espesa, esta nueva obra prueba que sus capacidades están intactas. La historia sigue, en una Montevideo algo atemporal, a Mario, un empleado de la morgue afectado por una serie de rasgos que se podrían llamar obsesivo-compulsivos; a su madre, una mujer terriblemente posesiva y traumatizada por su infancia; a Estrella, una cajera de supermercado frustrada y llena de ilusiones; y al padre de esta, un hombre mayor perdido en la senilidad.

Como en su ópera prima, aquí también una muerte será el eje de la narración, que con soltura recorre, formalmente, algo así como una ascensión de un realismo casi costumbrista a algo parecido a la evocación pesadillesca. Muy centrada en sus personajes, cuyas psiquis Di Candia moldea con destreza (no en vano es psicóloga), corre un riesgo esperable, porque buena parte de su eficacia depende de la empatía que ellos despierten (o no) en el lector.

Si esa conexión existe, la lectura de Cadena de frío se vuelve una experiencia removedora, sostenida en la conmoción que pueden generar los personajes por su auténtica condición de sufrientes, de víctimas, con sus inocencias y también con sus crueldades. Si, en cambio, se es indiferente a ellos y a sus destinos, se pierden momentos muy logrados desde el punto de vista técnico y climas muy intensos, en los que la autora captura con agudeza las vacilaciones de Mario, las certezas de Estrella y los terrores de ambos, y presenta en toda su fragilidad a estos seres siempre al borde de convertirse en “raros”. Lo cierto es que, entre la demencia y la cordura, entre la vida y la muerte, entre la infancia pavorosa y una adultez que duele, entre los impulsos del cuerpo y la sobrevida, Di Candia entrega, con Mario y Estrella (¿juego con Stella Maris?), dos protagonistas llenos de vida para quien pueda, o quiera, leerlos y apreciarlos.

Acaso la mejor cualidad de esta novela, más allá de lo escrito antes, no sea tanto la solvencia en el dibujo de los personajes, sino una doble posibilidad de lectura que se despliega hacia su último tercio. Así, uno puede leer Cadena de frío desde el principio o bien desde el final.

En la continuidad lineal (hacia adelante) de los días, de las peripecias mundanas y las a menudo anodinas rutinas y memorias de los protagonistas, sus paralizantes relaciones familiares y amorosas o sus pasados opacos, uno puede perderse irremisiblemente, y hay momentos en que la prosa parece empantanarse y la narración (profundamente influida por las voces de los personajes, en un estilo que a veces bordea el indirecto libre) pierde el pulso y el interés (consecuentemente, decae). Una vez que se acerca el final del libro, no obstante, la escritura se agiliza, perdiendo ciertos tics, y avanza con denuedo hasta el último capítulo, que nos deja un cuadro a la vez espeluznante y patético, entrañable y siniestro, que exige una relectura y provoca que, en la memoria, todo se tiña de un halo misterioso, y cada acto (por minúsculo que pareciera en su momento) tome nuevas proporciones y resplandezca con fulgores desconocidos.

Cadena de frío

De Andrea di Candia. Montevideo, Fin de Siglo, 2017. 192 páginas.