Témpano. El problema de lo institucional. Cruces entre Europa del Este y el Río de la Plata se titula la muestra del Museo de Arte Contemporáneo de Montevideo (Macmo) que se encuentra en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) hasta el 30 de julio. La exposición reúne un conjunto de obras que pueden englobarse bajo el género de “crítica institucional”, es decir, arte que se dedica a criticar las instituciones del arte; a disputar la política interna del mundo de la creación, circulación y venta del arte.

“Como se sabe, sólo un porcentaje mínimo de la masa de un témpano es visible sobre la superficie del agua: la mayor parte está sumergida”. Témpano se ocupa de las instituciones artísticas buscando, mediante diversas estrategias y métodos, “revelar lo que se oculta, nombrar lo que se silencia, demostrar lo contingente, histórico e interesado de aquello que se da por sentado, inmutable y sin ideología”, dice el desplegable de la exposición. El témpano es, entonces, una metáfora de las instituciones, pero también de las prácticas artísticas, las relaciones y condiciones de producción en ese terreno.

Acompañando el carácter autorreflexivo que signa los campos y disciplinas en la posmodernidad, la crítica institucional pone de manifiesto que el mundo del arte está en disputa, y que en esa batalla se juegan no sólo aspectos simbólicos, sino también económicos, políticos, ideológicos, nacionales e internacionales. El tema es una de las obsesiones del Macmo –que se define como un “espacio de ensayos provisorios de modelos, estrategias y formas de pensar en torno al arte contemporáneo”– y de sus impulsoras, Agustina Rodríguez y Eugenia González, conocidas por ser creadoras de la obra Variables, que, saboteando el proceso de selección de jurados para el Premio Nacional de Artes Visuales –González se hizo elegir como jurado por artistas/obras inexistentes– sacudió la empantuflada escena del arte uruguayo en 2010. Por ese entonces, ambas ya ponían en tensión los procesos por los que debe pasar un artista para ser incluido en el mundo del arte, así como los abusos e intereses institucionales que la mayoría de las veces quedan debajo del agua. Desde su inauguración en 2014, el Macmo ha explorado diferentes modos de poner en cuestión las lógicas de producción artística y reproducción cultural, como en el caso del laboratorio El museo es una escuela o del intento –poco exitoso, dado el silencio absoluto que se cernió sobre su convocatoria– de emular en Uruguay el proyecto de ArtLeaks, consistente en crear un banco de denuncias de abusos institucionales en el mundo del arte.

“El iceberg flota y viaja y se estanca, se derrite y se despedaza, choca contra otros témpanos, con los continentes e islas y con diversos objetos flotantes. Su tamaño cambia, y también su peligrosidad para las embarcaciones, que desarrollan técnicas para no correr la misma suerte del Titanic. Así, las prácticas artísticas que abordan las instituciones en sí mismas y su institucionalidad, y por tanto, sus relaciones con la creación artística, con la industria cultural, el mercado, el poder político, la economía, la ideología, las transformaciones sociales y las historias del arte, se desarrollan en determinado tiempo y lugar; son efectivas o inútiles; rasguñan, dañan o hunden las instituciones; son destruidas o evitadas por ellas; pierden eficacia, se paralizan, son sustituidas por otras; siguen determinados patrones, modelos y tipologías. Las instituciones se adaptan a ellas, las fagocitan y las utilizan para actualizarse y transformarse”.

Así como hay política sobre la política, filosofía sobre la filosofía, ciencia sobre la ciencia, hay arte sobre el arte. Las obras exhibidas en Témpano tienen en cuenta dos mapas: el temático, ya mencionado, y el geográfico, ya que la propuesta busca replicar en el Río de la Plata la investigación Inside Out - Not So White Cube (Del revés - Cubo no tan blanco) de Alenka Gregori , curadora eslovena, y Suzana Milevska, teórica del arte macedonia. Se encuentran así artistas de Europa Central y del Este –donde vive Francisco Tomsich, uno de los curadores de la muestra e integrante del Macmo– con otros rioplatenses, mostrando que, aunque hay especificidades locales, también hay problemas globales que reúnen las preocupaciones de creadores en diversos países de la ex Yugoslavia –Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Serbia– y otros ex integrantes del “bloque socialista” –Bulgaria, Rumania– pero también en Austria, Argentina y Uruguay.

Los artistas y grupos que integran la muestra son ArtLeaks, Azra Akšamija, Aldo Baroffio y Soledad Bettoni, Carlos Capelán, Graciela Carnevale, Andreas Fogarasi, Liljana Gjuzelova y Sašo Stanojkovik, Hungry Artists Foundation, Jusuf Hadžifejzovi , Lea Lublin, Dalibor Martinis, Paula Massarutti, Ivan Moudov, Dan Perjovschi, Lia Perjovschi, Tadej Poga ar, Mariana Telleria, Pablo Uribe y Leonello Zambon. Aunque hay algunos contemporáneos, especialmente los rioplatenses, la mayoría de las obras fueron creadas en los años 70, y esto habla no sólo del carácter histórico de esta vertiente estético-política, sino también del singular contexto en el que surgió (en plena Guerra Fría y cuando en ambos bandos se intensificaban los conflictos internos). Quizá la necesidad de criticar al arte se agudiza en los lugares y momentos en los que también se siente la urgencia de criticar y denunciar sus contextos. Y quizá empezar hablando del mundo propio sea una vía para hablar del mundo.

La crítica institucional mezcla un arte de ideas y una desesperación del arte por tocar la vida, o por mostrar el modo en que la vida y sus agentes perforan todo el tiempo al arte. No busca la belleza estética o la innovación técnica, sino denunciar situaciones relacionadas con la automatización en que han entrado las formas de producción y exhibición del arte, sus economías especulativas y sus modos capitalistas de moverse, la sumisión y los egos en juego, y las políticas culturales y curatoriales que pasan lejos de la consideración de las obras.

En la muestra –curada por el equipo del Macmo con la colaboración de Laura Outeda, May Puchet, Mauricio Rodríguez y Cecilia Sánchez– pueden verse obras en las que los creadores han decidido colgar sus cuadros mirando a la pared, encerrar al público en la sala de exposición, o criticar –habiendo sido elegidos– los criterios de selección de una muestra, o a la institución que las acoge; muestras que esconden dinero entre las obras que luego venden para recuperarlo, y obras cuya observación el propio artista, vestido de guardia, se dedica a obstaculizar; arte que visita las miserias del arte, o que hace visibles a los trabajadores detrás de las exposiciones; obras que parasitan otras obras, cubren de negro un museo, cuentan historias o archivan diálogos como si fueran obras; bibliografías mostradas como obras.

¿Puede el arte criticar al arte desde dentro? Mientras Témpano lo intenta desde el corazón de la institucionalidad artística uruguaya –nada menos que el MNAV– recuerdo la provocación del teórico de la danza Ramsay Burt, quien señala: “Los ataques vanguardistas al arte son ataques a la única institución sobre la cual los artistas tienen alguna influencia”. Puede ser que eso tenga algo de cierto y que estas tentativas sean comidas por el circuito de consumo, poder y mercantilización que domina el arte y sus actuales procesos de inclusión/exclusión. El riesgo existe, y también la apuesta a despertar en los visitantes –y por qué no, en los directores– de museos ciertas inquietudes respecto de la pretensión de neutralidad ideológica o política del arte contemporáneo. Quizá. Al igual que el capitalismo, el mundo del arte devora todo lo que pretende atacarlo. Lo cierto es que después de toda ingesta viene el momento de la digestión, y es entonces que muestras como esta pueden patearle el hígado.