Es complicado evaluar este libro como tal, mientras el desempeño del vicepresidente de la República, Raúl Sendic, es motivo cotidiano de coberturas periodísticas, duras críticas fuera y dentro del Frente Amplio, declaraciones presidenciales acerca de la autofagia, el bullying y lo feo que es pegarle a alguien en el piso, titulares sobre reuniones conspirativas en Atlanta, nuevas revelaciones y nuevas chambonadas, el anuncio de juicios contra las autoras de la obra, Patricia Madrid y Viviana Ruggiero, e infinidad de comentarios en las redes sociales. Es obvio que las controversias sobre Sendic se han vuelto una cuestión política de gran magnitud. Antes de intentar una reseña, quizá convenga señalar tres obviedades más.

  1. Que el libro tenga varios puntos débiles no significa que la trayectoria de Sendic sea intachable; y mencionar tales puntos débiles no implica defenderlo.

  2. Considerando que, a todas luces, una parte muy considerable de la ciudadanía ya tiene opinión formada sobre Sendic, de poco sirve –en términos de convivencia democrática, e incluso con miras a facilitar que haya en este asunto verdad y justicia– reiterar los hechos conocidos en los últimos meses. Sí pueden ser muy útiles los aportes que ayuden a comprender esos hechos, a ubicarlos en secuencias inteligibles y a discernir con precisión qué responsabilidades recaen sobre el vicepresidente (y cuáles le pueden corresponder a otras personas).

  3. Están borroneadas las fronteras entre géneros y formatos que hace algunas décadas subdividían la actividad de escribir. Sin embargo, un libro escrito por periodistas no debe ser una nota larga. Cuando se publican en un periódico resultados de una investigación, es viable y legítimo trabajar por aproximaciones sucesivas, enmendar errores, desechar algunas hipótesis iniciales y plantear otras, e incluso tirar verdes para recoger maduras, apostando a que la divulgación de algunos datos facilitará que aparezcan nuevas fuentes. Un libro queda, y quien lo escribe está obligado a redondear en él, dentro de lo posible y razonable, un relato que cierre, aunque incluya interrogantes.

Vayamos al libro y digamos, para empezar, que sus principales problemas son dos: uno es que tiene más vocación de prontuario que de análisis; el otro es que no logra explicar, o pretende explicar en forma muy superficial, los aspectos vinculados con esta historia que más explicaciones requieren.

En relación con lo primero, la obra no corresponde a lo que las autoras afirman en el texto de contratapa. No “cuenta la historia personal y política” del actual vicepresidente, sino que se detiene solamente en determinados aspectos de esa historia que tienen, como característica común, el potencial de exponer conductas reprochables de Sendic, e incluso les agregan relatos que quizá revelan desaciertos, irregularidades o delitos cometidos por él, y quizá no (ya que no siempre está claro en qué categoría pueden ubicarse algunos hechos, y tampoco si realmente se puede asegurar que fue responsable de que ocurrieran).

Además, aun reconociendo que las motivaciones personales de Sendic son realmente muy difíciles de imaginar, Madrid y Ruggiero parecen haber descartado de antemano que tengan algún componente ideológico, para asumir, en cambio, que estaban ante una persona guiada sólo por el deseo de poder. Sólo así se puede entender que el libro no se detenga en indagación alguna del pensamiento político del vicepresidente y ni siquiera enumere las propuestas programáticas de su sector.

Veamos ahora la escasez de explicaciones. Por supuesto, lo más sencillo de abordar era el asunto de la presunta licenciatura en genética humana. En ese terreno, todo lo sustancial está claro desde hace tiempo, aunque aún haya quienes no quieren verlo: el actual vicepresidente hizo en Cuba un curso breve por el cual lo habilitaron a realizar tareas de docencia y de apoyo a la investigación, pero una cosa es llamarle “licencia” a esa habilitación, y otra muy distinta es sostener que equivalió a una licenciatura. El problema no es que Sendic haya “permitido” que le atribuyeran un título que no estaba revalidado en Uruguay, sino que nunca poseyó nada que se pueda llamar “un título”, pese a lo cual dijo que tenía uno, se hizo el distraído incluso cuando se afirmó que lo había recibido “con medalla de oro”, y se comprometió a presentar pruebas de que no había mentido, sin aportarlas jamás. Esto tiene, sin duda, mucho de patético y de inútil, pero no por eso se lo puede considerar apenas una chantada de poca importancia. El libro recapitula el proceso de desenmascaramiento de esa impostura, iniciado por una nota periodística de Madrid, sin agregar nada de especial relevancia al respecto. También era un bollo lo del uso de las tarjetas corporativas: bien por las periodistas en lo referido a destapar ese tarro, pero señalemos que no van mucho más allá de publicar los resúmenes de cuenta.

Mucho más difícil era relatar la gestión de Sendic como presidente del directorio de ANCAP, y desentrañar de qué modo, y en qué medida, sus acciones u omisiones tuvieron consecuencias graves para esa empresa pública. Lo que el libro ofrece al respecto es el relato de distintos episodios en los cuales, lamentablemente, faltan con frecuencia datos clave para que los lectores los evalúen.

Estos datos deberían haberse referido a cuestiones técnicas y administrativas de cierta complejidad (para que fuera posible entender las características de los negocios habituales de ANCAP, y de otros en los que se quiso embarcar a la empresa); a antecedentes históricos (para explicar si la presidencia de Sendic agravó problemas previos, fue incapaz de resolverlos o creó otros nuevos, sin descartar de antemano la posibilidad de que en algunos aspectos haya logrado avances); y al contexto político (para que estuviera claro cómo y por qué, durante la presidencia de José Mujica, fue viable que se tomaran decisiones con las cuales discrepaba el entonces vicepresidente Danilo Astori, que estaba explícitamente a cargo de la conducción de la política económica). El caso es que, de todo lo antedicho, es mucho más lo que se echa de menos que lo que hay.

Se registran varios desaciertos evidentes en la gestión, pero sin aportar demasiados elementos de juicio para que los lectores distingan (y esto no es nada menor) qué parte de ellos se debió probablemente a incompetencia, y qué parte, en cambio, puede alentar dudas razonables de que hubo actos de corrupción. Incluso en historias sumamente cenagosas, como la de Alcoholes del Uruguay (Alur), es claro que existía un gran descontrol (entre otras cosas, porque a uno de “los buenos” en el relato de Madrid y Ruggiero se le ocurrió nada menos que romper con un destornillador la cerradura del cajón del escritorio de un funcionario de confianza, guiado por su convicción personal de que un cheque que había visto sobre ese escritorio correspondía al pago de una coima), pero no termina de entenderse cuándo es sensato hablar de irregularidades, cuándo de inmoralidades y cuándo de delitos.

Las autoras declaran que no pueden hallar una interpretación aceptable del uso que se le dio a la avioneta de Alur (que en algún caso fue totalmente indebido), pero no por eso se privan de deslizar que hacía escala con frecuencia en el aeropuerto internacional de San Fernando, ubicado en Buenos Aires, que fue también escala frecuente en la llamada “ruta del dinero K”. Esto último es cierto, pero mencionarlo así aporta tanto como mencionar el trabajo de Madrid en El Observador y recordar que ese diario está vinculado con la familia Peirano.

La cuestión de la agencia de publicidad La Diez y sus relaciones dobles con ANCAP y con el sector de Sendic es escandalosa, pero habría ayudado a calibrarla un trabajo de investigación y explicación sobre el modo en que se suelen dar las prácticas en ese terreno. Lo mismo vale para las donaciones de empresarios a sectores políticos.

Las deficiencias de contexto político van más allá de lo referido a la gestión en ANCAP. No parece que se haya considerado relevante relatar con alguna profundidad cómo y por qué Sendic adhirió primero a los postulados del 26 de Marzo y se alejó luego de ellos, ni ensayar alguna explicación de qué representó para el resto de los sectores del Frente Amplio, para los militantes y para la ciudadanía en general (por ejemplo, su apellido, que se menciona como un capital, sin duda fue también, ante parte del electorado, un lastre). O a qué se debió, y qué consecuencias tuvo, su larga historia de enfrentamientos con Astori.

Estas falencias, algunas salidas de tono (la referencia a que Cuba fue “domesticada” por Fidel Castro, o a que Lucía Topolansky defendió a Sendic “cual madre que cuida a su cría”), y algunas ligerezas inexplicables (como la de afirmar, sin fundamentación, que Raúl Sendic padre fue “el símbolo de los presos políticos en Uruguay y en el mundo”) le quitan puntos al libro, que, en definitiva, probablemente confirmará en su condena a quienes ya la tenían decidida, pero es poco probable que aporte a alguien elementos para pensar o repensar seriamente esta desgraciada historia.

Lo del título

La llamada “parábola del hijo pródigo”, incluida en el evangelio de San Lucas (15, 11-32), cuenta la historia de un hombre que tiene dos hijos. El menor le pide, por adelantado, la parte que le corresponde de su herencia, la malgasta en un país lejano y, ya en la ruina y arrepentido, decide regresar a la casa paterna sin más pretensiones que la de ser admitido como jornalero, pero es recibido con una gran fiesta. En suma, lo importante de la narración no es que haya un hijo pródigo (derrochón), sino su mensaje acerca del valor y la necesidad del perdón, por encima de las exigencias de justicia. Parece bastante claro que, en relación con Sendic, no es ese el mensaje que las autoras del libro deseaban transmitir.