“¡A la miércoles!”, exclamó un muchacho cuando vio la cola de 20 personas afuera de la farmacia Antártida, sobre la calle Colonia. Era otro más que se acercaba a comprar marihuana legal el primer día de dispensación, en uno de los apenas cuatro locales montevideanos que accedieron a vender. Pasaban las nueve y media de la mañana, y la temperatura estaba por allá abajo. Pero ese detalle no detuvo a nadie. En la cola se iban armando grupitos de charla, como para entretenerse y distraerse del frío. El tema era uno solo. “No sé si pegar diez o cinco”, decía un joven. El Instituto de Regulación y Control del Cannabis (Ircca) permite vender diez gramos de cannabis por semana para cada usuario registrado. La mercadería viene en coquetos sobrecitos de cinco gramos.

Según el Ircca, 30% de las casi 5.000 personas registradas son mujeres. A primera hora, el porcentaje femenino era aun menor en la cola de Colonia. Una muchacha dijo que no la hizo muy feliz registrarse, pero fue un “mal necesario”. “Sin un registro no iba a salir la ley, sobre todo por las presiones de Brasil y Argentina. Hay partes de la frontera con Brasil que cruzás caminando”, dijo la joven, que está haciendo un doctorado en matemática y a la que la marihuana le permite “concentrarse mejor” y “bajar mucho la ansiedad”.

Santiago es albañil y no tiene tiempo para cultivar marihuana. Fuma desde los 14 años para “bajar”, tranquilizarse y pensar luego de su jornada laboral. También lo ayuda a aliviar las contracturas. Compró “5 y 5”, es decir, las dos variedades disponibles: Alfa 1, con predominancia indica, y Beta 1, con protagonismo de sativa. Quiere probar la diferencia entre ambas, que tienen el mismo porcentaje de THC (2%) pero diferente de CBD (7% y 6%, respectivamente). En la semana previa al comienzo de la venta voló la idea de que 2% era bajo para el componente psicoactivo. Pero el joven, bolsitas en mano, lo relativizó: “Eso lo vamos ver. Yo he fumado porro paraguayo que no te pega ni para el costado”. Santiago contó que la atención en la farmacia fue rápida y tampoco tuvo problema con registrarse en el Correo, ya que, a su juicio, el tema es “en manos de quién cae” el registro. “Si hay una dictadura de vuelta, ese registro va a ser un problema. Pero yo aspiro a que no haya más dictadura. Para eso tenemos que trabajar”, sostuvo.

“¿Están vendiendo maruja acá al lado?”, dijo un señor parado en la puerta del quiosco que está pegado a la farmacia Antártida. “No, pusieron un aviso de que buscan empleado”, respondió irónicamente otro hombre desde adentro. Nadie se quedaba sin opinar del tema del día.

“Está suavetón, ¿no?”, comentaba Federico, que había llegado a la farmacia apenas pasadas las ocho de la mañana, y que cerca de las diez ya tenía su veredicto sobre la marihuana legal. Federico fuma todos los días, y si bien el cannabis le pareció “suave”, señaló que “para empezar está bien”. Contó que compró sativa porque es “la que te pega en el cerebro”, en cambio, “la indica te achaca, te deja con sueño y con ganas de comer y dormir”.

Luego de las diez y media de la mañana, mientras más personas salían con el novel producto, la cola seguía creciendo, a igual ritmo que el reguero de periodistas, fotógrafos y camarógrafos que rodearon a Camila, una joven de 24 años, estudiante de Administración de Empresas. “Estamos viviendo un momento histórico, porque, que yo sepa, es la primera vez en la historia de la humanidad que se va a vender cannabis en las farmacias. Es un avance, estemos en contra o a favor, para hacerle la guerra al narcotráfico”, dijo mientras trataba de abrir el envase para que lo que había adentro fuera fotografiado como la vedette del día.

Adiós, juventud

Si bien predominaban los jóvenes, de vez en cuando se asomaba alguna cabeza blanca en la espera que adornaba la calle Colonia. Mario tiene 61 años y nunca se imaginó estar allí. “Le comentaba al compañero de al lado que cuando yo tenía la edad de él –20 años–, esto era inconcebible: tengo amigos que fueron presos sólo por consumir. Yo soy de la época de la dictadura; entonces, si tenías un porro, te mandaban para adentro. Un compañero estuvo tres años en Miguelete sólo por consumir. Se la comió de arriba, y yo zafé”, dijo. Consume sativa de “toda la vida”, porque es la que “pega en la cabeza”, y no le importa que el THC sea bajo, sino la calidad del producto.

Pero no todos los veteranos estaban tan dispuestos a hablar con la prensa, y mucho menos a ser fotografiados. Un señor increpó a un fotógrafo. Le dijo que era un atrevido, aunque el profesional le explicó que no le sacaba fotos a quien no quisiera. El hombre dijo que tenía antecedentes “por macoña” y que no quería que todos se enteraran de que fumaba.

Después de la una, la cola por la calle Colonia ya medía 70 personas de largo. En cambio, en la farmacia Cáceres, de Bulevar España casi la rambla, no había más de 20, y ni un fotógrafo. De pronto, empezó a correr el rumor de que en la farmacia Pitágoras, en Malvín, ya no quedaba más marihuana. En Pocitos también quedaba poca. Una de las empleadas salió y avisó que quedaban 70 paquetes. Pocos minutos después avisaron que sólo quedaba Alfa 1, la que según el Ircca tiene “efectos psicoactivos que se manifiestan principalmente a nivel físico”. En criollo, se había agotado la que pega en la cabeza.

“Es como un pedito sin alcohol. Mucho más sano y más tranqui”, fueron las palabras que eligió un veterano para describir el efecto de la marihuana. El señor tenía la intención de comprar las dos variedades de cannabis, para probar, pero se iba a quedar con las ganas, porque estaba en la farmacia de Pocitos.

Juan Carlos Meyer, de la farmacia Miguel de la ciudad de Canelones, estaba sorprendido. Esperaba diez personas y terminó atendiendo a cerca de 20. La mayoría rondaba los 30 años y eran hombres. El comerciante explicó que en stock se puede tener un máximo de dos kilos de marihuana, según marca el Ircca, es decir, 400 paquetes. Además, apostó a que luego se sumarán otras farmacias y opinó que, de a poco, hay que ir venciendo tabúes, como antes para un hombre “era complicado comprar un preservativo”, o a una mujer “le daba cosa pedir una pastilla anticonceptiva”.

En la calle 25 de Mayo, allá por la Ciudad Vieja, en la farmacia Tapie, un empleado avisó que sólo quedaban 20 paquetes de marihuana. Las cuentas no mentían. Algunos de quienes hacían cola iban a volver a sus casas con las manos vacías. “Hay que avivarse y venir antes de ir a trabajar”, dijo un muchacho. Eran casi las cinco de la tarde. Una señora vio la cola y se intimidó. Para su alivio, le avisaron que podía entrar sin esperar. No quería marihuana.

Adentro de las farmacias se mezclaban los vocabularios. “Voy a pegar de las dos”, dijo un joven en la Antártida. “No se dice ‘pegar’ en la farmacia”, lo corrigió otro.

(No) están hablando del faso | A nivel oficial predominó el silencio, y a diferencia de lo que ocurrió en periódicos de todo el mundo, en el portal de Presidencia no se subió un solo artículo sobre el tema en toda la jornada. El ex secretario general de la Junta Nacional de Drogas Julio Calzada no ocultó que le pareció “extraña” esta situación. Diego Olivera, quien actualmente ocupa ese cargo, dijo a la diaria que tiene la “satisfacción de que se concreta un hito esperado por todos, que es posible por un trabajo técnico e institucional fuerte”, y que la evaluación de la primera jornada de venta “es positiva”. Señaló que por el momento están abocados a monitorear “todos los aspectos de la operativa” y se está haciendo “una recopilación de información sobre cada dimensión del funcionamiento”. Otro que habló fue el ex presidente José Mujica, que dijo a Subrayado que no fue un día histórico sino “de historieta”, y que él no quiere “meter en cana a un gurí por fumar un coso”, pero lo quiere “avivar”. “No te dejes tragar por esto”.