Estaba previsto que Macron esbozara ayer las grandes directrices de sus planes de gobierno para dar lugar a que su primer ministro, Édouard Philippe, explique hoy ante la Asamblea Nacional cómo se llevarán adelante. El presidente francés se dirigió a los diputados y senadores durante una hora y media, en una sesión extraordinaria que tuvo lugar en el Palacio de Versalles y que contó con la ausencia premeditada de los parlamentarios de La Francia Insumisa –el partido de izquierda de Jean-Luc Mélenchon- y los comunistas–.

En primer lugar, el mandatario aclaró que su programa intenta responder al deseo de la “alternancia profunda” que los franceses expresaron en las elecciones, para terminar con “los años inmóviles y agitados”. Después, planteó los puntos centrales de su reforma institucional, entre los que destacó la reducción en un tercio del número de parlamentarios. “Un Parlamento menos numeroso, pero con medios reforzados, es un Parlamento donde el trabajo es más fluido [...] y funciona mejor”, argumentó. También manifestó su voluntad de introducir “una dosis de proporcionalidad” en la elección del Parlamento, para mejorar la representatividad, y el fin de la “proliferación legislativa”. Sobre esto último, Macron pidió a los legisladores que, en lugar de aprobar nuevas normas todo el tiempo, hagan un mayor seguimiento de las que ya existen.

Además, se mostró a favor de suprimir la Corte de Justicia de la República, el órgano habilitado para juzgar a los miembros del gobierno por el ejercicio de sus funciones, para que esos funcionarios rindan cuentas ante tribunales comunes como el resto de los ciudadanos. También en materia judicial, aseguró que reforzará el papel del Consejo Superior de la Magistratura y limitará la intervención del Poder Ejecutivo en la designación de los fiscales. Agregó un dato polémico: si todas estas propuestas no se aprueban “en el plazo de un año”, serán sometidas al voto del Parlamento “o al pueblo francés vía referéndum”. Fuera de lo institucional, Macron dijo que levantará en noviembre el estado de emergencia –que rige desde los atentados yihadistas de noviembre de 2015– para sustituirlo por las disposiciones a la legislación antiterrorista, “siempre bajo la vigilancia de un juez”.

La última parte de su intervención estuvo dedicada a la Unión Europea, a la que consideró “fragilizada por la burocracia” y por un “creciente escepticismo” que no consideró “injustificado”. Por eso, llamó a recobrar el espíritu de sus fundadores y a poner en marcha “convenciones democráticas” en los países miembros del bloque para “relanzarlo”.

Una vez terminado el discurso, la oposición criticó la falta de propuestas concretas –la líder ultraderechista Marine Le Pen habló de “ambigüedad lírica”– y cuestionó que el presidente se dirigiera a los parlamentarios un día antes que su primer ministro. Para Mélenchon, se trató de un “golpe de fuerza” que socavó su autoridad. Su partido dijo, además, que Macron pretende instaurar una “monarquía presidencial”, algo que sonó fuerte entre las paredes del palacio que simboliza el poder absoluto del rey Luis XIV.

El mandatario avisó ayer que, de ahora en más, este discurso se dará cada año.