Cuando se estrenó el año pasado la versión televisiva de Preacher, serie basada en una ya clásica y concluida historieta de los años 90 -editada en su momento por el renovador sello estadounidense Vertigo y llamada Predicador en la edición para público latinoamericano-, el producto parecía corresponderse con las expectativas (ver http://ladiaria.com.uy/UOq). De la mano del inteligente –y fanático de los cómics– actor Seth Rogen como productor y ocasional director, junto a uno de los responsables de Breaking Bad, Sam Caitlin, y a los creadores de la historieta, el guionista irlandés-estadounidense Garth Ennis y el luego fallecido dibujante inglés Steve Dillon, Preacher se presentaba con la voluntad de mantener la violencia irreverente y profana del cómic original, editado de 1995 a 2000 (que combinaba esas características con una serie de referencias inusualmente cultas), adaptando sus aspectos más perimidos a la dinámica de la televisión actual, y en los primeros episodios parecían haber logrado esto en forma inmejorable, pero la serie no pareció despegar nunca a lo largo de sus diez episodios, y existían serias dudas de que se produjera una continuación para este año.

Ocurre que la primera temporada de Preacher, si bien tenía un gran número de virtudes que deberían haberle asegurado un mayor éxito, también presentaba algunos defectos notorios, que dejaron molestos a los fans del cómic y al mismo tiempo hicieron difícil conseguir una nueva audiencia. En primer lugar, la libertad argumental que se había tomado en algunos aspectos era una de sus virtudes, al haber eliminado muchas características demasiado ancladas en el espíritu transgresor y excesivamente referencial de los años 90, pero estas libertades también habían alejado demasiado a algunos personajes de su identidad básica. Y, lo que es peor aun, la serie había sido excesivamente estática, cuando el elemento rutero y en permanente movimiento del cómic era una de sus cualidades más notorias. A pesar de basarse en una historia desmesurada y plagada de santos, demonios, pervertidos, conspiraciones políticas, asesinos en serie, vampiros, mutantes y rockeros, la versión televisiva de Preacher era demasiado acotada locativa y temáticamente, y esbozaba apenas algunos de los personajes esenciales de la historieta, como el Santo de los Asesinos o Herr Starr, y dedicaba mucho tiempo a diálogos existenciales –bien escritos pero demasiado extensos– sobre la naturaleza del bien y el mal, además de hacer excesivos amagues y guiñadas a elementos del cómic de Ennis y Dillon que sin embargo nunca llegaban a aparecer. Después de diez episodios, Preacher culminó más con un suspiro que con una explosión, y si bien nadie hizo cadenas de odio contra ella ni organizó manifestaciones en su contra –las críticas fueron por lo general amables–, tampoco había gente tachando los días del calendario en espera de una segunda temporada.

Entretiempo rendidor

Sin embargo, el intermedio de descanso después de la primera fue evidentemente utilizado en forma autocrítica por Rogen y el resto de los productores, porque los cinco episodios emitidos hasta el momento de la segunda parecen haber solucionado todos los problemas del año pasado, inyectándole a Preacher una cantidad de adrenalina suficiente para ponerla a tono con un período en el que las series de fantasía, superhéroes y ciencia ficción vienen sacándose chispas, con títulos muy destacados como American Gods, Legion o Westworld. Para esta temporada, el reverendo Jesse Custer -poseído y dotado del poder de hacerse obedecer- su novia Tulip -una asesina a sueldo- y el vampiro irlandés Cassidy salen a la carretera en busca de Dios (literalmente, del dios bíblico que, al parecer, está de paseo por la Tierra, mientras el más allá comienza a colapsar en el caos), y esta búsqueda los lleva a encontrarse –finalmente– con la ciudad de Nueva Orleans, la máquina de matar de El Santo de los Asesinos, la todopoderosa organización El Grial y un gran número de bandas de jazz, que le aportan un toque musical propio y excitante (y que no se limita al estilo tradicional de Nueva Orleans, sino que introduce también sonidos de lo más radicales para una serie televisiva). Todo es más ágil, más variado y más osado formalmente en esta continuación que, haciendo gala del descontrol y la incorrección que destacaban al cómic, se permite hasta representar a un Hitler compasivo (aunque recluido, lógicamente, en el infierno), vuelve al predicador Jesse un personaje mucho más activo y matizado -haciendo evidente cierto balance entre la arrogancia y la simpleza que, en la historieta, lo convertía en un gran antihéroe-, que el actor Dominic Cooper encarna a la perfección. Pero no sólo son ahora más efectivos los elementos de acción y fantasía, sino también los dramáticos y contenidos; la segunda temporada de Preacher es, al mismo tiempo, más entretenida y violenta, y más oscura y dramática.

En contrapartida, y como únicos elementos flojos en una historia llena de nueva energía, Cassidy (Joseph Gilgun) sigue estando desaprovechado (¿para qué tener un personaje vampírico que no se comporta como un vampiro?) y Ruth Negga en el rol de Tulip sigue siendo un importante error de casting; es posible que fuera necesario cambiar radicalmente a la rubia white trash Tulip de los cómics por un personaje que le aportara a la serie una mayor variedad en lo étnico, pero aunque Negga es una actriz con una fisonomía muy personal y llamativa, no hace mucho más que mirar con eterna expresión de fastidio al resto de los personajes, sin rastros de la sensualidad irascible del personaje original. En todo caso, a estas alturas ya es muy tarde para cambiarla, y la presencia de la actriz no es algo tan importante como para no darle otra chance a esta serie, que se ha vuelto a poner de pie cuando ya la estábamos olvidando.

Preacher, basada en el cómic de Gath Ennis y Steve Dillon. Con Dominic Cooper, Joseph Gilgun y Ruth Negga. AMC.