El uso de dispositivos digitales conectados a internet por niños y adolescente es un campo complejo y sensible. Como sucede en relación con otros temas de interés público o claves para el desarrollo humano, es razonable –y hasta deseable– que padres, madres, maestros y decisores de política se encuentren alertas sobre la temática. Sucede que estar alerta no es sinónimo de estar informado. A diferencia de áreas como las de la salud, la educación y la seguridad, en las que –con aciertos y errores– la nueva generación de política pública intenta fundarse en evidencia empírica, no parece suceder lo mismo con la discusión y el debate público sobre este tema.

En este artículo intentaré esbozar algunos argumentos de por qué considero que es urgente avanzar hacia una política sobre el uso de internet por menores de edad, a partir de algunos episodios y discusiones mediáticas recientes, así como una serie de estudios específicos sobre la temática.

Los miedos de los medios sobre los medios: pánicos adultos sobre internet

Las discusiones y pánicos sobre los peligros del uso de la tecnología por niños y adolescentes no son ni locales ni recientes. Desde los miedos con respecto a la televisión, a la que se consideraba destructora de la vida en familia, y las afirmaciones engañosas sobre el vínculo entre videojuegos y violencia en los niños hasta cuestiones más sensibles, como el consumo de pornografía en menores y comportamientos de riesgo como el sexting, los discursos en los medios de comunicación tienden a exagerar o amplificar miedos adultos. Salvo contadas excepciones, este debate se centra en los peligros que conlleva el uso de internet, sin que exista una preocupación mínima por la evidencia detrás de las afirmaciones y debates. Y, en parte como consecuencia de esto, hasta la fecha tampoco existe una estrategia o política nacional clara enfocada en el uso seguro de internet por estas poblaciones (a excepción de una preocupación más global en la Agenda Digital 2020).

El tratamiento predominante de la temática, al menos hasta la fecha, se parece bastante a lo que algunos autores denominan “pánicos morales” (“asustaviejas”, en criollo, me aportaron unos colegas). Basta con entrar a cualquier portal de noticias, escuchar la opinión de políticos preocupados por el estado de la niñez en Uruguay (la famosa “pérdida de los valores de antes”) o leer los posts/publicaciones de padres o madres, para autoafirmarse en que internet es un mundo lleno de peligros. Desde contenidos tóxicos, imágenes de alto contenido pornográfico, discursos de odio y juegos que hacen que los niños se suiciden hasta el grooming y los violadores/secuestradores de menores. A todo esto podría sumarse los riesgos de adicciones a internet y el peligro del cyberbullying, que según las redes sociales parece triplicar al acoso que tradicionalmente sufrían los menores (spoiler alert: no, la mayoría de la literatura coincide en que el bullying tradicional continúa siendo más prevalente que el online).

Les quiero presentar sólo un ejemplo de este tipo de discursos, probablemente uno de los peores, a mi entender. En 2015 se viralizó el “experimento social” de un youtuber estadounidense que se hacía pasar por un chico de 15 años para “atrapar jovencitas” y mostrar los peligros de internet. El giro de tuerca es que los padres terminaban participando en las cámaras ocultas y, en uno de estos casos, literalmente haciéndose pasar por secuestradores de su propia hija, traumándola de aquí a un par de decenas de años.

Más allá del alarmismo excesivo, ¿qué es lo que tienen en común todas las afirmaciones o valoraciones mediáticas sobre los peligros de internet? Que la amplia mayoría de ellas no está basada en evidencia empírica, es decir, en evidencia científica que vaya más allá de las anécdotas (como, por ejemplo, el grupo de niñas seleccionadas en forma claramente intencional por un youtuber con ganas de incrementar su número de seguidores).

El circo mediático en torno a “La ballena azul” es otro excelente ejemplo sobre el problema de los pánicos adultos: una noticia falsa viral que generó enorme pánico en padres y autoridades públicas, pero sobre la que no se ha podido comprobar ninguna de las muertes que se le adjudican (ver The Blue Whale gama paradox, digital literacy and fake news y “Blue Whale” Game Responsible for Dozens of Suicides in Russia?). La salud mental de niños y jóvenes, al igual que sus vidas digitales, merecen un tratamiento más serio.

No estoy negando aquí que los riesgos existan. Todo lo contrario: necesitamos abandonar el alarmismo moral y la inmediatez de este tipo de enfoques para abordar los riesgos en forma preventiva, efectiva y comprehensiva. Sólo así podremos elaborar programas y políticas serios para reducirlos.

Necesitamos datos veraces sobre la prevalencia de los riesgos (¿cuántos chicos y chicas se contactan con extraños por medio de internet?; ¿cuántos se comportan de otra forma riesgosa?, sobre qué poblaciones se encuentran en mayor riesgo (¿cuáles son los factores de este riesgo?; ¿es la edad?; ¿el género?; ¿el nivel de alfabetización digital?; ¿factores que no tienen nada que ver con la tecnología?). Asimismo tenemos que tratar de contextualizar el peso de los comportamientos de riesgo en la vida digital de los niños; vida que es mucho más que estar evitando extraños y criminales.

Por último, ¿no sería razonable preguntarles a los propios niños cuáles son las cosas que más los angustian de internet, o qué tipo de cosas consideran riesgosas y qué otras no?

Los mejores informantes sobre cómo hacer más seguro el uso de internet en niños y adolescentes son los niños y adolescentes

Generar evidencia empírica sobre cómo los niños utilizan internet y cómo navegan entre los beneficios y peligros del mundo digital puede arrojar varias sorpresas. Por ejemplo, un estudio europeo sobre el significado que los niños dan a las situaciones problemáticas en internet (realizado en el marco de Kids Online, en Reino Unido, en 2014) señala que los contenidos sexuales –preocupación principal de los adultos sobre el tema– no son las únicas situaciones problemáticas que reportan los niños. Los contenidos violentos y de crueldad animal, por ejemplo, resultan tanto o más problemáticos para los internautas menores de edad.

Es más, estudios poblacionales comparados a nivel internacional, como los de la red Kids Online (tanto en su versión europea como en la global) presentan un número importante de datos clave para elaborar política. Por ejemplo, que los niños y adolescentes no son seres indefensos a la deriva en un mundo digital de peligros, sino que establecen conscientemente algunas estrategias preventivas y sobre cómo reaccionar ante algunos riesgos vinculados a internet. Poniendo énfasis en la palabra “algunos”, ya que no todas las situaciones de riesgo son vistas como problemáticas por estas poblaciones.

Recomendaciones basadas en evidencia y no en pánicos morales

Los consejos y guías sobre los “tiempos frente a la pantalla” son un excelente ejemplo del tipo de problema. Las recomendaciones del tipo “0 horas de pantalla antes de los 2 años, 2 horas luego” (también conocidas como “2x2”) o “el día a la semana sin tecnología”, adoptadas entre otros por la Academia Americana de Pediatría (AAP) en 1999 (pero modificadas el año pasado) llevaron a que numerosos interlocutores locales, tanto oftalmólogos como psicólogos –u otros menos legitimados– pusieran todo el peso en un solo brazo de la balanza: los riesgos y peligros –físicos y psicológicos– del uso de internet en edades tempranas.

Más allá de que la propia AAP levantó su embargo a las pantallas, les pido simplemente que hagamos el ejercicio de imaginar a un niño de seis años que llega a su primer día de escuela sin haber utilizado nunca una tablet, una computadora o un smartphone. Parece razonable asumir que se encontrará –al menos– con una pequeña desventaja con respecto al resto de sus compañeros, tanto desde el punto de vista académico como social.

Blum-Ross y Livingstone sistematizaron las conductas de mediación parentales en Inglaterra, así como el missmatch existente con la diversidad de consejos que reciben los padres por parte de numerosos interlocutores. Con base en este estudio, hacen una serie de recomendaciones –mucho más sensatas, a mi entender– que contemplan tanto los beneficios como los riesgos a la hora de consumir contenido multimedia.

• El consumo de contenido multimedia no sólo conlleva riesgos, sino potenciales beneficios vinculados al desarrollo cognitivo y social de los menores, aun en relación con actividades que para los adultos puedan parecer una pérdida de tiempo, como los videojuegos.

• Diferentes padres tienen estilos de cuidado y mediación diversos que pueden ser eficaces y deben ser respetados (abandonando los enfoques de recomendación basados en reglas y horas límite).

• Pasar de una visión centrada en la cantidad de horas a otra que se focalice en el tipo de contenidos y en los contextos en que ocurren los usos de internet. Si los niños comen y duermen bien, están sanos, tienen una vida social rica, les va bien en la escuela y tienen sus propios hobbies e intereses, el tiempo de pantalla no parecería ser tan relevante como muchos especialistas hacen creer.

¿Y por casa cómo andamos?

En gran medida, Uruguay es un país que se destaca en el contexto global en lo que hace a la relación entre tecnologías, educación y niñez. Es claro que el Plan Ceibal se encuentra en gran medida detrás de este destaque y que varias de las iniciativas nacionales vinculadas al uso seguro de internet en niños y adolescentes atraviesan a esta institución y sus programas (por ejemplo, Concurso Seguridad en Internet o recursos para docentes sobre navegación segura y responsable).

Campañas como “Seguro te conectás” y “Tus datos valen”, de la Agencia de Gobierno Electrónico y Sociedad de la Información y Conocimiento, aunque con diversos targets etarios, también colaboran explícitamente en la temática. La priorización de la temática general del uso de una internet segura en la Agenda Digital Uruguay 2020 habla, asimismo, de los inicios de una mayor concientización en el área.

Por otro lado, actores no gubernamentales, como UNICEF, han hecho algunas campañas específicas sobre el ciberacoso o bullying, como en el caso de “Derecho a vivir sin violencia”. Asimismo otras organizaciones de la sociedad civil, como Voz y Vos y Proyecto Shoá, han desarrollado distintas iniciativas sobre el tema.

Sin embargo, carecemos aún de una política o estrategia nacional específica sobre el uso seguro de internet por menores de edad y, hasta hace pocos meses, carecíamos de iniciativas para generar datos veraces sobre la temática (ver Kids Online Uruguay, actualmente en campo).

Afortunadamente, creo que estamos avanzando hacia este camino en el corto y mediano plazo. A modo de reflexión personal, propongo tres ideas/ principios que creo que deberían guiarnos en esta ruta, sobre todo porque ya ha sido transitada en otros países.

-El foco único sobre los peligros de internet y el olvido de los potenciales beneficios de estas tecnologías es contraproducente para el desarrollo humano en etapas tan cruciales. Deberíamos evitar recomendaciones/políticas que pongan todo su peso en la limitación/restricción del uso de internet (salvo situaciones puntuales de uso problemático).

-El pánico moral es un pésimo motor de las políticas públicas. Los episodios más mediáticos sobre cibervictimización en línea pueden ser utilizados positivamente como disparadores para señalar la necesidad de trabajar sobre el tema. Sin embargo, no parece ser muy recomendable hacer política pública sólo en reacción a estos.

-No siempre los adultos somos los mejores informantes sobre qué puede angustiar/ molestar a los niños en internet (ni qué hacen ellos allí). Necesitamos información de calidad, incluyendo su voz y visión en cómo lograr un uso más seguro de internet para los uruguayos más pequeños.

Una versión previa de esta nota fue publicada en Razones y personas.