El fútbol fue primero un juego. Rápidamente se convirtió en deporte, después en una oportunidad comercial que lo volvió primero un negocio y, concomitantemente, un centro de poder. En esa cadena, que sumó eslabones viciados, el fútbol fue mutando –lejos de aquella todavía intacta pasión lúdica que hoy nos hace correr detrás de una pelota– en una gran oportunidad económica para terceros que, finalmente, poco tienen que ver con aquellos 11 que están de un lado o los que están del otro.

Un día el fútbol, aquel juego que trajeron tempranamente a nuestras costas los ingleses locos, dejó de ser juego para transformarse en una góndola de una gran superficie, capaz de vender desodorantes, rulemanes, papas fritas, toallitas íntimas, yerba, prestamistas, seguros, bebidas, panchos y telefonía. El fútbol se transformó en un programa de televisión en el horario noble de la noche. Pasó a ser el Truman Show de los televidentes, de los productores, de los periodistas, pero fundamentalmente de los negociados, de los vendedores.

Y entonces el show dejó de ser lo que se hacía dentro de la cancha y se disfrutaba desde la tribuna o contra el alambrado y, conforme a los avances de la tecnología, se fue transformando en un envío televisivo que nos agarra en nuestras casas con la misma expectativa de quien mira la novela, la serie o la película. Así, nos estacionamos embelesados ante la pantalla verde que, lentamente, nos va inoculando cómo vestirnos, qué tomar, qué comer, a quién votar, de quién enamorarnos y cómo creer que vivimos: con miedo, felices, en un caos o con un precioso porvenir.

Esto ya estaba vendido, y entonces Tenfield, el dueño de la producción, puede ponerlo cuando quiera –un lunes de noche, a cinco días de que se reanude la competencia oficial–, denominarlo con el pomposo nombre “Copa de Campeones Uruguayos”, aprovechar la verosimilitud y anterior concubinato con la Asociación Uruguaya de Fútbol para que lo tomemos como oficial y, por último, cobrar o compensar la publicidad de los patrocinadores. Por eso anoche el clásico fue MasterChef, una producción nacional, bien vendida, para un numerosísimo público foco de los lunes de noche.

Pasame el control

De entrada, pareció que saldría un juego abierto. De hecho, a los dos minutos Esteban Conde tuvo una terrible atajada ante la vivacidad ofensiva de Diego Rossi, que puso el puntín después de un desborde por izquierda, pero fue involucionando en las expectativas de juego, en una contienda entreverada y con pocos aciertos.

Recién a los 20 minutos pareció reavivarse el juego, cuando Rodrigo Aguirre sacudió su zurda desde afuera del área y Kevin Dawson se estiró bien abajo, generando el primero de los tres tiros de esquina consecutivos que consiguió el elenco de Martín Lasarte.

Y el cambio en el juego trajo consigo el cambio en el marcador: cuando Nacional se puso 1-0 con uno de los goles clásicos más lindos de los últimos tiempos. Iban 27 minutos cuando el volante Sebastián Rodríguez se hizo con prestancia de la pelota, a la altura de su eje central de la cancha, progreso con intención e intensidad, como si fuese “López, último hombre”, el protagonista del fantástico relato del argentino Eduardo Sacheri.

Cuando se acercaba a la medialuna del área rival, decidió adelantarla recta para que lo esperara Aguirre, que apenas le paró la pelota como quien para un ómnibus para un tercero que viene corriendo para alcanzarlo, y entonces Sebastián Rodríguez le metió un derechazo impresionante a la globa, que fue a morir en el ángulo derecho del coloniense Dawson, que por más que se estiró, no pudo evitar el grito de gol tricolor.

En adelante, el partido empezó a ser de Nacional, fundamentalmente porque Peñarol nunca se encontró como colectivo ni pudo precisar una estrategia mediante una figura táctica que parecía mostrar sólo un delantero, Diego Rossi, y unos cuantos valores ocupando la mitad de la cancha. En su función de contención, ese sector pareció no conformar al director técnico Leo Ramos, que tempranamente, antes del final del primer tiempo, en el minuto 39, decidió que saliera del campo Ángel Rodríguez y que entrara Alex Silva, haciendo pasar a Mathías Corujo al medio.

Enseguida volvemos

La segunda parte mostró a Peñarol con una clara intención de jugar en campo tricolor, pero muy desarticulado como equipo, y sólo con el potencial de que sus individualidades pudiesen resolver el empate. Cuando promediaba la segunda parte, Cristian Cebolla Rodríguez, desde su rara posición de cinco atacante, hizo una jugada casi idéntica a la de Sebastián Rodríguez en el gol de Nacional y fue cortado, con una falta que mereció la tarjeta amarilla, por Agustín Rogel, lo que determinó que recibiera la roja por la suma de amonestaciones. Lasarte decidió recomponer su línea final dando ingreso a Rafael García y sacando a Fernández.

Con un futbolista menos en la cancha por la expulsión de Rogel, y cuatro cambios casi simultáneos, a Nacional le costó hacer pie fuera de su área. Entonces Peñarol tuvo su mejor momento. Poco a poco, la inercia de la desordenada ofensiva carbonera, sin más destaques que el del Cebolla como compositor único, dio paso al acomodamiento defensivo tricolor e incluso a algunas carreras por la izquierda, con un buen ingreso de Gonzalo Bueno en su reaparición en Nacional.

Terminó 1-0. El próximo capítulo es el miércoles, y aunque nadie nos podrá spoilear el final, ya sabemos que estaremos en pantalla para asegurar el retorno comercial a los anunciadores que confiaron en la empresa.