Populares desde el inicio mismo de la ficción cinematográfica y protagonistas de hitos esenciales del cine de espectáculo –las sagas de James Bond y Misión imposible, por mencionar sólo dos–, los espías o agentes secretos tienen a bien poblar nuestras pantallas de manera regular y su abundancia se nutre tradicionalmente de una fuente anterior o paralela: la literatura.

Pocos autores transitaron más este subgénero que el estadounidense Tom Clancy y el británico John LeCarré, ambos responsables de la creación de personajes que trascendieron los bestsellers que les dieron vida –Jack Ryan en el caso de Clancy, George Smiley en el de LeCarré– para generar la mejor taquilla en la gran pantalla. Ambos autores ya fallecieron, pero su obra sigue reapareciendo con frecuencia también en la pantalla chica. Casualmente, Amazon es hogar de al menos dos de sus adaptaciones más recientes.

Rescatando al soldado (Jack) Ryan

Si Jack Ryan es, cuando menos, un intento de Tom Clancy de alejarse del duro agente secreto, capaz de cualquier cosa ya sea física o de combate –antes que nada, Ryan es un cerebral analista–, pronto fue evidente para el autor nacido en Baltimore que necesitaba como mecanismo para que funcionaran sus ficciones un anverso o contracara de su héroe. Así nació John Clark.

En la novela El cardenal del Kremlin (la segunda de la saga de Ryan, de 1988) Clark se presenta como un hombre de acción capaz y es descrito por Clancy como “la cara oscura de Ryan y el responsable de hacer todo lo físico que él no puede”. Pero el que podría haberse limitado a ser un personaje secundario necesario para pegar cada tanto un par de tiros pronto cobró su propio vuelo. A partir de la novela Without Remorse (1993) Clark fue protagonista de sus propias historias y llegó a rivalizar con Ryan en popularidad, sobre todo desde que la novela Rainbow Six (1998) se adaptó con muchísimo éxito en su propia franquicia de videojuegos (que ya supera las 20 entregas, nada menos).

En cine, Clark ha tenido apariciones puntuales, interpretado por Willem Dafoe en Peligro inminente (1994) y por Leiv Schreiber en La suma de todos los miedos (2002), aunque siempre supeditado a secundario de Ryan y su relato principal.

Ahora, en cambio, toma el rol protagónico con la adaptación de aquella primera novela que lo tenía como héroe y cuenta su origen. John Kelly (Michael B Jordan) es un agente de operaciones de la Armada estadounidense con pocos rivales en cuanto a efectividad y desempeño, que termina participando en una turbia misión en Siria. Allí debe enfrentar, para su sorpresa y la de su equipo, a soldados rusos que aparecen repentinamente. Meses después y ya en Estados Unidos, una supuesta revancha de los desairados enemigos cobra la vida de varios miembros del equipo y de la familia de Kelly.

Tras recuperarse, asume la identidad de John Clark y lidera una misión en busca de venganza para terminar descubriendo que nada era como él creía.

La mano de Clancy se advierte en esta adaptación del italiano Stefano Sollima sobre guion de Taylor Sheridan (el mismo equipo detrás de la secuela de Sicario: soldado), especialmente en la descripción del turbio accionar de las agencias secretas y las misiones planificadas cuidadosamente a escondidas del mundo.

También es evidente que la novela era de 1993, por lo que los rusos como antagonistas no terminan de funcionar. Asimismo, todo el énfasis está puesto en la ejecución de la acción –algo que Sollima narra diáfanamente– antes que en los personajes, y el propio Kelly/Clark termina por ser un rostro enojado capaz de eliminar enemigos, más parecido al protagonista de su videojuego que a un personaje que pueda involucrarnos emocionalmente.

Esta funcional aventura de acción, entonces, resulta por completo desalmada y rutinaria, a pesar de la buena factura de sus escenas de acción.

Hay esperanzas, sin embargo, en el éxito de esta traslación de John Clark al cine. Jordan firmó por dos películas con el personaje y Without Remorse cierra incluso a la usanza de las películas Marvel: con una escena poscréditos en la que ya se menciona Rainbow Six. Incluso, con Amazon llevando adelante una serie de televisión sobre Jack Ryan (con un adecuado John Krasinski, el de The Office) en la que todavía no ha aparecido John Clark, hasta podemos especular con un futuro cruce que aproveche todavía más y mejor al personaje en cuestión.

Burócratas de oficina

Habiendo formado parte del servicio secreto británico entre 1960 y 1964 (su carrera terminó abruptamente con una traición que lo delató ante los soviéticos y puso en peligro su vida), a John LeCarré siempre lo sacó de quicio la imagen de los espías que daban las novelas sobre el estridente James Bond y su parafernalia.

Como contrapartida al héroe de Ian Fleming, y con verdadero conocimiento de causa, LeCarré creó en 1960 a George Smiley, a todas luces un oficinista, un hombre de mediana edad, poca capacidad física y cero atractivo para con las mujeres, pero que sin embargo conoce de primera mano el verdadero mundo del espionaje y sabe perfectamente qué hacer en él.

Un antihéroe con todas las letras –casi siempre por completo desencantado del juego que le toca jugar y de aquellos a quienes representa–, Smiley protagonizó media docena de novelas y fue secundario en otras tantas hasta volverse un enorme personaje literario por mérito propio, conformando no sólo la contracara del más popular Bond sino permitiéndole a LeCarré pintar de manera realista el mundo de los servicios secretos, con sus traiciones, sus maquinaciones y, sobre todo, la grisura de un accionar muchísimo más rutinario y burocrático que heroico o emocionante.

Luego, el cine y la televisión hicieron su parte. Smiley llegó varias veces a las pantallas, ya en la piel de un inolvidable Alec Guinness, de Rupert Davies, de James Mason o, más recientemente, de Gary Oldman en la estupenda El topo, de Tomas Alfredson.

Pero no sólo sobre Smiley cimentó LeCarré su legendaria carrera literaria. Son varios los thrillers independientes surgidos de su pluma. Es el caso de la novela The Night Manager, publicada en 1993, en la que por primera vez el autor centraba su ficción en un contexto posterior a la Guerra Fría y reflexionaba sobre el tráfico de armas.

Producción de la BBC antes de ser distribuida por Amazon, la adaptación de The Night Manager, a cargo del guionista David Farr y la directora Sussane Bier, exhibe las virtudes usuales en las series de la cadena británica.

Abrimos con la “primavera árabe” que conmovió Egipto y gran parte del resto de Medio Oriente allá por 2011. Jonathan Pine (Tom Hiddleston) es el gerente nocturno del hotel más prestigioso de El Cairo y termina recibiendo de manos de una huésped de dudosa reputación información que incrimina en el tráfico de armas internacional a Richard Dickie Roper (Hugh Laurie), un reconocido filántropo.

Esta somera sinopsis adelanta apenas los primeros 20 minutos del primer capítulo de seis. Ir más allá atentaría contra el disfrute que conlleva mirar The Night Manager sin saber qué timonazos nos aguardan segundo a segundo. Pronto aparecen otras historias relacionadas con Roper y el tráfico de armas que apelan a niveles gubernamentales y de alto poder, en las que cobra importancia el rol del traficante para mantener el statu quo.

El gran hallazgo de la serie, la fuerza motora detrás de lo evidente, es la increíble Angela Burr que interpreta Olivia Colman: una agente de segunda línea del espionaje británico, embarazada, superada, sin presupuesto, quien es, sin embargo, la que irá por todas y por todos. En un contexto en que lo actoral reluce –Hiddleston deja atrás a su Loki haciendo un buenazo, y Laurie consigue alejarse del doctor House y compone un villano temible sin caer en la caricatura–, Colman es un completo disfrute cada segundo que aparece. No es la única, ya que las seis horas de serie permiten espacio para desempeños notables de Tom Hollander, Alistair Petrie, Douglas Hodge, David Harewood y Tobias Menzies, entre otros.

Apenas algunos estiramientos de lo verosímil (lo fácil que Pine se vincula en distintas situaciones y lo poco que lo recelan) apartan a esta serie de la perfección. El capítulo final, donde todo cierra a la usanza del mejor LeCarré, sin estridencias, sin tiros o batallas desorbitadas, es una maravilla de tensión. Todo funciona como un mecanismo de relojería que vuelve notable a The Night Manager.

Without Remorse, dirigida por Stefano Sollima. The Night Manager, dirigida por Sussane Bier. Ambas en Prime Video.