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Hoy celebramos que la Universidad de Educación pública fue finalmente fundada en Uruguay. Por fin tendremos formación docente de la más alta calidad, una universidad autónoma, cogobernada, con una flamante rectora, apoyada ampliamente por la mayoría de los órdenes.

En la primera sesión del Consejo Central universitario estas fueron sus primeras palabras:

“Estimados colegas, por fin hemos superado la falsa oposición que tanto daño le ha hecho a este país por décadas: o se era universitario egresado de la Universidad de la República, o se era egresado terciario no universitario de los Institutos de Formación Docente, y esto creaba identidades defectuosas, corporativismos ciegos, competencias vanas, y los sempiternos perdedores de estos defectos eran los estudiantes, los “nuevos”, como dice Hanna Arendt, aquellos que vienen al mundo a recibir lo mejor de nuestra herencia y por varias circunstancias ajenas a ellos, no siempre la recibían. Nos ha llevado décadas superar esta situación, pero ahora la hemos superado. ¡Por fin! Hay una nueva Universidad de Educación que ha llenado sus cargos docentes por concursos abiertos de oposición y méritos, con bases sólidas y ecuánimes, ajustadas a los estándares de las mejores universidades del mundo”.

Lamentablemente, después de haber escuchado las palabras me desperté, me di cuenta de que todo era un sueño o una fantasía, que lamentablemente todo sigue igual que antes, tan mezquino, tan vano, tan desapasionado, tan sin amor al mundo, como dice Hanna Arendt (ella dice que quien no tiene amor al mundo no merece ser llamado profesor, y tiene razón). Pues entiendo que el profesor es fundamentalmente eso, un gran amante, o debería serlo, que puede trasmitir el cuerpo erótico del saber sobre el mundo a los nuevos, a los que recién entran a él, porque él mismo es un enamorado de ese amor que nunca va a terminar de poseer, expresado en el saber, el conocimiento, en la disciplina que estudió a fondo y seguirá estudiando. Él está prendido a ese amor y por él se transforma también en estudiante, pudiendo así contagiar y trasmitir ese amor a los otros.

Conste que no quiero ni pido sólo profesionales docentes universitarios, quiero más, quiero amantes de la sabiduría y del saber, apasionados de su tarea y de su búsqueda, amantes rigurosos que despierten conciencia, que hagan de la clase una fiesta, un goce, un entreacto que nos proteja del monopolio de la productividad, de la sola competencia, del utilitarismo, de un realismo sin utopías, de una economía ciega, de una búsqueda de efectividad tonta, de una realidad fría y calculadora. Ese espacio, como dicen Arendt, Masschelein y Simons, Larrosa, Recalcatti y otros, es el espacio educativo, ese entretiempo que hay que defender con uñas y dientes, ese paréntesis de la vida corriente, esa “forma de vida” abierta a la pluralidad, que nos hace iguales en la diferencia. Ese momento y espacio para el goce de la reflexión, la vida del pensamiento, la profundidad de la crítica, ese “tiempo libre” para un tipo de trabajo no sometido o que no debería estar sometido a la lógica del capitalismo, algo que vale por sí mismo y que nada ni nadie puede medir para exigirle que sea lo que no es o no debería ser. Un momento excepcional y único en nuestras vidas, que contempla o debería contemplar nada menos que lo mejor de nosotros mismos como humanidad.

La ética del docente es precisamente dar cuenta no sólo de un saber disciplinar, pedagógico y didáctico, sino también de una forma de vincularse con los otros, a partir de un no saber que le rodea o desborda y con el que es capaz de lidiar a partir de un profundo respeto y cariño por sus estudiantes, en un camino que no se acaba y no se acabará nunca. Hay que vérselas con el saber y su falta, continuamente, con su afirmación y su ausencia. Hay que afirmar la vida en cada acto educativo, en el que además de ciencia, hay que tener mucho arte y paciencia, artesanía y pensamiento, y dejarse sobre todo sorprender por el acontecimiento, por lo que no estaba ni puede estar planeado.

Pues sí, lo que acontece cada día en el aula, a cada segundo, no se ha de repetir, y hay que apretar el acelerador de las ganas a fondo, para tomarse y “perder” el tiempo como una manera de ganárselo, justo en el momento en el que esto tiene “mala prensa”, justo en el momento en el que el tiempo es dinero, y en el que todo parece estar a la mano inmediatamente y sin esfuerzo, a partir del clic de una máquina, y no hay nada que requiera esfuerzo a la hora de querer supuestamente saber o informarse.

Lamento profundamente lo que está pasando, pues este país, nuestros hijos, nuestros nietos se merecían y se merecen mucho más de lo que les estamos dando. Esta pobre caricatura de nosotros mismos, que sigue atada a peleas de antaño, que quiere defender el derecho adquirido de unos pocos antes que la educación de mayor calidad que se merecen nuestros muchos y queridos estudiantes.

Pueden y deben haber varias universidades. Muchas y diversas carreras e itinerarios, puentes, y cercanías posibles para la formación docente.

Olvidemos si los egresados vienen de un lado o de otro, superemos la falsa oposición, mezclemos todo lo mejor venga de donde venga, si es bueno, y si no es tan bueno, mejorémoslo. Pensemos por un momento no en nosotros y en nuestros pobres intereses, pensemos en el país, en los que vienen al mundo, seamos hospitalarios con ellos. Superemos errores históricos. Hagamos una casa nueva con lo mejor de las casas viejas, pues tenemos que recibir a los nuevos para que ellos construyan un mejor país. Hace falta reconciliación y miradas que miren más alto de lo que hemos mirado hasta ahora.

Andrea Díaz Genis es docente e investigadora universitaria en filosofía y filosofía de la educación.

(*) Este artículo de opinión, que se presenta al comienzo como una fantasía, parafrasea libremente la tonalidad de la película La vida es bella, del director italiano Roberto Begnini, en la que un padre protege a su hijo de la realidad más cruda apelando a la fantasía. Dado que tratamos de formación docente, con esto no queremos igualar la realidad de lo que describe la película a la formación de nuestros docentes, sino afirmarnos en la posibilidad imaginaria que tenemos para proyectar un futuro posible bueno y saludable, que nos permita cuestionar a fondo el estado presente de las cosas.