El primer llamado de atención de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU) sobre las presiones ejercidas a los periodistas -personalmente o a través de los medios- en el marco de esta campaña electoral por parte de los dirigentes políticos fue el 28 de julio. El comunicado mencionaba específicamente al candidato del Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle Herrera, a quien, además, se le atribuye como una forma de presión el “trato cuestionable” con periodistas mujeres mediante “improcedentes galanteos”.

El 28 de agosto de 2008 asistí, para realizar la cobertura periodística para este medio (ver la diaria, 29/08/2008), a la convocatoria que “el Herrerismo y Correntada Wilsonista plasmadas en la formación de la nueva corriente política Unidad Nacional” realizaron para ese día a las 8.30 en el Sheraton Montevideo Hotel. El entonces precandidato y el senador Francisco Gallinal dieron a conocer los técnicos de sus respectivos institutos -Manuel Oribe y Aportes- y, como es habitual en este tipo de actividades políticas, periodistas y camarógrafos nos dispusimos a organizarnos para la entrevista.

En ese contexto, Luis Alberto Lacalle Herrera se me acercó y me sorprendió agarrándome firmemente el rostro con su mano derecha. “Ésta es la gatita más linda de todas”, expresó en voz alta. Luego, se paró frente a una cámara de televisión que tenía el foco encendido (el cámara estaba haciendo pruebas de luz), estiró su mano y pasó su brazo por mis hombros. Enseguida lo aparté. “¿Qué? ¿No te gusta salir en la tele conmigo?”, me dijo y abrazó a otra periodista.

Este tipo de prácticas de Luis Alberto Lacalle Herrera es muy frecuente. Es un secreto a voces gravísimo que circula y está presente entre los colegas, mujeres y hombres, y también entre los dueños de los medios de comunicación. Gravísimo por la falta de respeto hacia la profesión. Gravísimo por la presión que puede significar en las compañeras a la hora de hacer su trabajo. Y más grave es todavía porque se trata de un hombre público, un ex presidente de la República que aspira a serlo una vez más.

¿Por qué las periodistas no lo denuncian? Por el sentimiento de degradación y de cosificación que nos provoca este tipo de trato. Porque da vergüenza. Porque da miedo. Porque no nos animamos, como no me animé yo mucho tiempo, a pesar de tener el respaldo de este medio para hacerlo. Porque es poner en riesgo un puesto de trabajo. Porque este tipo de violencia es difícil de probar. Porque es la palabra de las colegas mujeres -y de los colegas varones que muchas veces son testigos de estos tratos- contra la palabra de Luis Alberto Lacalle Herrera. Porque el candidato no se toca. Ahora le tocó.