El Partido Colorado tuvo su regalo de Navidad con dos meses de antelación. El 17% de los votos que obtuvo en la primera vuelta de las elecciones casi duplica el 9% de 2004, cuando llegó a su piso histórico luego de gobernar este país durante tres de cada cuatro años de vida independiente. Tal avance en un solo lustro convierte un rendimiento mediocre en un logro titánico. El mérito de Pedro Bordaberry, el candidato presidencial, es doble: no sólo les arrancó el timón del lema a los dos ancianos y poderosos capitanes que iban a hundir el barco, sino que también recuperó votantes colorados que se habían fugado al Partido Nacional, el sector opositor mayoritario.

Al mismo tiempo, Bordaberry pudo ubicarse ante la opinión pública, incluso fuera de su lema, como figura de recambio de un sistema político avejentado hacia los próximos comicios presidenciales, cuando tendrá 54 años. Los miembros de la actual troika frenteamplista (Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori) andarán entre los 74 y los 79 años de edad en 2014. El blanco Jorge Larrañaga, que entonces tendrá 58, viene de derrota en derrota y en bajada: pasó de perder en la primera vuelta de 2004 a no superar siquiera las internas de junio. En cambio, Bordaberry está en ascenso: la votación colorada en Montevideo pasó en seis meses de 8% en las elecciones generales de 2004 a 26% en las municipales de 2005, con él como candidato a intendente, y cinco años más tarde logró encender brasas que parecían apagadas.

Pocos daban dos vintenes por el actual líder colorado, a quien unos cuantos condenaban de antemano por posesión de apellido. Su primera oportunidad política se la dio el “gobierno de coincidencia nacional” encabezado por Luis Alberto Lacalle, que le encargó la Dirección Nacional de la Propiedad Industrial. Pero no despegó hasta 2000: Jorge Batlle le asignó al hijo de su enemigo mortal y ex dictador Juan María Bordaberry la subsecretaría de Turismo y luego la titularidad de ese ministerio y del de Industria.Buena parte de la ciudadanía percibió entonces que era un demócrata liberal de ideas contrapuestas a las de su padre, un católico preconciliar, monarquista, ultraconservador, ultraderechista y criminal.

Con su paso al costado al cabo de la desastrosa gestión de Batlle, el popular ex ministro Alejandro Atchugarry le abrió a Pedro Bordaberry espacio para tomar las riendas del Partido Colorado. Mientras Batlle y el también ex presidente Julio María Sanguinetti bombardeaban al gobierno de Tabaré Vázquez, el líder emergente abrazaba la peculiar visión del “nunca más uruguayos contra uruguayos” del mandatario frenteamplista. Su talante conciliador sedujo a muchos dirigentes hasta entonces afines a sus rivales internos, y eso fortaleció a su sector, Vamos Uruguay. Se instaló en la esquina del ring como la gran esperanza colorada.

En este año electoral emitió señales poderosas hacia los antiguos votantes de su partido, dominados por el desencanto, y, en segunda instancia, hacia la ciudadanía en general. En términos publicitarios, logró los objetivos de promover la venta de su producto e imponer su marca en el público. Formó equipos programáticos y, a pesar de la debilidad de muchas de sus iniciativas, contrastó con sus adversarios colorados limitados a la respuesta refleja ante los actos de gobierno y la oferta del oficialismo. Su consigna “los colorados votan colorado” anuló los velados llamados blancos al “voto útil”. Apoyó a Lacalle en el balotaje, aunque su figuración en la campaña fue más que discreta. Fue el primer líder en entrevistarse con Mujica tras su triunfo, consciente de la fuerza de la imagen de un Bordaberry junto a un ex jefe tupamaro. Y advirtió que su partido asignaría los cargos en los directorios de entes autónomos a expertos, y no a frustrados candidatos a legisladores como “premio consuelo”.

Pero es preciso ver a través de la fotografía. No es legítimo cuestionar las credenciales democráticas de Bordaberry por razones genéticas. Son otros datos los que siembran la duda, entre ellos la grabación clandestina de diálogos privados para defender a su padre en la causa por la que terminó procesado como cabecilla de una perversa banda de asesinos, la conferencia de prensa que brindó con el fin de cuestionar ese pronunciamiento judicial y su apoyo a un principio de presunta seguridad ciudadana como la “tolerancia cero”, que derivó en groseras violaciones de los derechos humanos en todos los lugares del mundo donde se lo aplicó.

Algunas pistas conducen a la renovación colorada. Otras, a la restauración de los peores rasgos del viejo partido, que terminó divorciado de la ciudadanía cuando lo dominaron sus corrientes más conservadoras. Igual, para muchos es posible creer en Pedro Bordaberry. O en Papá Noel, aunque los renos no vuelen.