De estar vivo, Hugo Batalla se carcajearía. Su Partido por el Gobierno del Pueblo (Lista 99) se retiró del Frente Amplio en 1989 junto con el Demócrata Cristiano porque el resto de la coalición de izquierda no aceptó que una candidatura presidencial suya sumara votos, y compitiera, con la de Liber Seregni. Los argumentos se basaban sobre un principio entonces presentado como inoxidable: el doble voto simultáneo falsea la voluntad del ciudadano.

La reforma constitucional de 1997 impuso la candidatura única por lema a la Presidencia, pero dejó abierta la posibilidad de múltiples postulaciones a las intendencias. El Frente Amplio aprovechó la oportunidad en las elecciones municipales de 2005: ganó por primera vez en siete departamentos, además de la capital, entre otras razones porque presentó tres candidatos a intendente en Colonia, Maldonado, Paysandú y Río Negro, y dos en Artigas, Canelones, Cerro Largo, Flores, Florida, Lavalleja, Rocha, Salto, Soriano y Tacuarembó. El paisaje hacia los comicios de mayo próximo pinta aun más pixelado, porque habrá, al parecer, por lo menos dos aspirantes frenteamplistas a suceder a Ricardo Ehrlich en Montevideo.

El fastidio que en muchos dirigentes y expertos despierta el doble voto simultáneo había llegado hasta a los partidos históricos, que explotaron todas sus variantes durante décadas enteras. Wilson Ferreira Aldunate fue uno de los detractores de la artimaña electoral creada en el siglo XIX por el politólogo y matemático belga Jean Borely. Los diputados colorados Juan Justo Amaro y Juan Máspoli presentaron en 2000 un proyecto que la habría desactivado para las municipales. Ese mismo año, Óscar Magurno fue candidato único de ese partido a intendente de Montevideo, y en las elecciones siguientes lo fue Pedro Bordaberry. Los blancos habían elegido el mismo camino en 1994, con Carlos Cat, y lo mantuvieron luego con Ruperto Long y Javier García. Pero todos los partidos, con las previsibles excepciones del Independiente y de Asamblea Popular, largarán la chancleta en mayo.

Al día siguiente del fracaso frenteamplista de 2000, cuando la coalición aumentó su votación en comicios municipales aunque sólo logró retener el gobierno de Montevideo, el hoy presidente electo José Mujica lanzó el debate. “Muchos compañeros del interior plantean que es un error ir con un solo candidato”, dijo a La República. “Ellos reconocen la necesidad de un programa único y de candidatos que no se agredan, pero con perfiles distintos, de modo que permitan llegar a un círculo mayor de opinión”.

Otros dirigentes adelantaron en esa ocasión su postura contraria. “La candidatura múltiple genera un conjunto de problemas muy fuertes. Polariza los enfrentamientos y genera heridas profundas en la cultura frenteamplista, que siente un fuerte rechazo frente a esto”, sostuvo el vertientista Enrique Rubio. El socialista Manuel Núñez advirtió que la regla Borely “produce situaciones de rastrillo” que “erosionan la interna del partido”.

Los argumentos hacia uno y otro lado eluden ahora la cuestión de principios. Las consideraciones financieras refuerzan la candidatura única, pues dividir las campañas resulta más caro. Y el “rastrillo” adquirió connotaciones positivas: más caras en los postes de alumbrado refuerzan la apuesta. Lo cierto es que en estas elecciones municipales el sufragio volverá a ser “tan secreto que ni el propio votante sabe por quién vota”, como decía el fallecido líder cívico Juan Vicente Chiarino. Y que los partidos se fragmentarán aún más.

Todo sea para ganar. Y para gobernar, ¿qué? ¿Sigue valiendo lo de varios candidatos con un solo programa, como decían en el pasado, con una buena cuota de engaño, blancos y colorados? ¿Eso vale aun cuando esos candidatos estén enfrentados a sangre y fuego o tengan perfiles antagónicos, como el intendente fernandino Óscar de los Santos y su rival Darío Pérez, a quienes en 2005 sumó sus votos el entonces nuevoespacista y hoy emepepista Ricardo Alcorta, director municipal de Hacienda y de Obras de la dictadura? ¿Le sirve el recurso a un partido que sumó unas cuantas fisuras internas en los últimos dos años? Las múltiples candidaturas al cargo que sea son cuestión de conveniencia, pero también de calidad democrática. Que los partidos “fundacionales” vuelvan a usar ese naipe no debe extrañar, porque el doble voto simultáneo es parte de su liturgia. Que el Frente Amplio abandone la consigna de “un solo programa y un solo candidato”, y que pocas voces en su interna se opongan a eso desde una posición de principios, sólo sirve para amplificar la alarma de quienes creen que la izquierda gobernante ha avanzado demasiado por el camino de las claudicaciones.