El lunes 21 de julio de 2008, bajo el título “Y ahora ¿quién podrá defendernos?”, la diaria anunciaba la puesta en marcha de la primera defensoría de los lectores de la prensa diaria uruguaya. Desde ese día tuve el honor de aprender junto a todos ustedes a desarrollar la difícil tarea de velar por los intereses de quienes pagan su suscripción, analizar los contenidos periodísticos y publicar -primero bimensualmente y luego una vez por mes- mis comentarios y conclusiones sobre temas específicos.

Desde ese día intenté corregir errores, marcar desvíos, aportar sugerencias e ideas, explicar decisiones, mejorar la calidad de la relación entre periodistas y lectores, y ayudar a que ustedes conozcan mejor los procesos periodísticos que van desde la fuente y el suceso hasta la letra de molde o la foto publicada.

Dos años después de haber puesto aquella piedra fundamental, concluí esa tarea. En el camino quedan una treintena de columnas sobre temas tan variados como el manejo de las fuentes, el sexismo, el humor, el rigor periodístico, el estilo de titulación, Cuba, la gripe AH1N1, la ortografía de algunas palabras, el manejo de la información sobre abortos, la opinión, la ideología y cobertura de campañas políticas o el papel de los medios.

En la carpeta quedan algunas columnas sin publicar, decenas de cartas, comentarios, llamadas telefónicas, mensajes de voz y debates. Ustedes no siempre quedaron conformes con mi respuesta o comentario. En algunos casos no les di la razón. En otros, la mayoría, no existía una razón única. Porque, como lo dije el primer día, el periodismo no es una ciencia exacta. Es una ciencia social que apenas incluye algunos consensos básicos, algunas escuelas y tradiciones más o menos asentadas, e innumerables páginas en busca de explicaciones.

La honestidad, la libertad, el equilibrio, la imparcialidad, el rigor, la corroboración adecuada y la búsqueda de la versión más cercana de la verdad son algunos de los pilares de esta profesión que amo. Pero incluso en relación con estos dogmas personales encontraremos colegas y teóricos que los pondrán en duda y propondrán visiones alternativas.

Por eso y porque no había demasiados antecedentes locales de los que agarrarse, la tarea no ha sido fácil. Ojalá que cada una de las columnas y cada uno de los mensajes electrónicos que intercambiamos ayude a construir una figura del defensor de los lectores que parece cada vez más necesaria en este país, al igual que el “defensor del televidente” o del “radioescucha” y hasta de los usuarios de internet.

En el tintero

A modo de balance, opino que queda en el tintero haber sido incapaz de lograr que muchos lectores entendieran la verdadera naturaleza de la función, que, por ejemplo, no tenía entre sus cometidos asegurar la correcta distribución de los diarios ni encarar cuestiones de pago.

También hubiera sido deseable una mayor participación y comunicación de todos ustedes. Me habría gustado que se convirtieran en verdaderos ciudadanos con soberanía sobre mi tarea. La verdad es que, mientras la diaria llega hoy a más de 7.300 domicilios (lo cual implica más de 20.000 lectores reales), los que me han escrito a lo largo de estos dos años tal vez no alcancen el millar. Un porcentaje que considero menor y que ojalá crezca en el futuro, hasta involucrar a la mayoría de los lectores en la tarea de control editorial de la publicación.

También quedo con la sensación de que muchos de mis colegas, periodistas de la diaria, sintieron mi presencia, comentarios y mensajes, más como una intromisión molesta que como una crítica constructiva y provechosa. Algunos jamás dejaron de verme como “el botón”, tal como me lo planteó un periodista en una charla de boliche. Los cuestionamientos de las columnas no siempre fueron bien recibidos. Quedo con la impresión de no haber logrado hacer muchos amigos dentro de una redacción que, adrede, para evitar mezclar caras con letras y afinidades con juicios periodísticos, visité muy pocas veces. Habría preferido compartir alguna que otra jornada o velada con varios de mis colegas, pero la naturaleza de la tarea lo impedía.

En algunos casos se me criticó por plantear una visión tal vez poco realista de la tarea periodística, en función de los medios de los que dispone la publicación. Puede ser cierto. Busqué en el fondo que estas líneas sirvieran siempre de alegato a favor de un periodismo más profundo que el que suele practicarse en Uruguay. No como crítica particular a la diaria, sino como búsqueda de más y mejor calidad -no cantidad- de información en el país.

Si alguna semilla prendió, me doy por satisfecho. Si algún lector comprendió que el derecho a la información no pertenece a los medios de comunicación sino a sí mismo, y que es él quien debe exigir esa libertad, habré cumplido mi misión.