Hay que tener en cuenta que la lógica de selección de los aspirantes a cargos ejecutivos departamentales dentro del actual oficialismo es muy distinta de la que rige en los partidos Colorado y Nacional. En éstos, lo normal hasta hoy es que el sector más fuerte (o una coalición de sectores que sumen mayoría) presente su propia candidatura, acompañada o no por otras, y sólo en casos extraordinarios sucede que se decida buscar una postulación de consenso. El Frente Amplio (FA), en cambio, nació con el criterio de que todos los postulados a cargos ejecutivos fueran únicos -en ese momento se permitían las candidaturas múltiples de un partido a la Presidencia o a cualquiera de las intendencias- e “independientes” (no sectorizados), como una garantía más de que ninguna de las fuerzas integrantes dominaría a las otras.

En 1971, cuando el FA fue fundado y se presentó por primera vez a las elecciones, las departamentales se realizaban en la misma fecha que las nacionales y la ciudadanía tenía que votar al mismo partido en ambas. El candidato a la Intendencia de Montevideo (el cargo ejecutivo que el FA tuvo más cerca de su alcance desde el comienzo) fue el médico Hugo Villar, notorio por su desempeño como director del Hospital de Clínicas, y la fórmula nacional estuvo integrada por el general Liber Seregni y el médico Juan José Crottogini.

De Arana a Vázquez

En 1984, a la salida de la dictadura y con la mayoría de los dirigentes sectorizados e independientes proscriptos, el Frente y sus sectores se vieron en la necesidad de postular a muchos candidatos “sin antecedentes”. En el caso de las candidaturas comunes conservaba pleno vigor el criterio de apelar a figuras que no integraran sectores, que incluso se vio reforzado por las particulares circunstancias de la recomposición de la alianza iniciada en el 71.

En ese marco se optó en Montevideo por el arquitecto Mariano Arana, que tenía 51 años y no era un recién llegado a la política, ya que había participado en la Agrupación Nuevas Bases, fundada en 1959 e integrada también por Helios Sarthou, Roberto Ares Pons, Alberto Methol Ferré y José Claudio Williman, entre otros, que en 1962 integró la Unión Popular junto con el Partido Socialista y Enrique Erro. Pero su notoriedad era más reciente, como la figura más visible del Grupo de Estudios Urbanos, que había transformado la defensa del patrimonio ciudadano de Montevideo en un emblema de la resistencia a las políticas de la dictadura. Arana no estaba muy convencido de volcarse a la actividad partidaria y Seregni tuvo que realizar un considerable esfuerzo para que aceptara la candidatura. El colorado Aquiles Lanza le ganó por menos de 15 mil votos y la campaña del arquitecto fue una bocanada de aire fresco que se destacó en contraste con la fórmula Crottogini-José D’Elía, representante de una continuidad histórica más que de una renovación.

Cinco años después, 1989 fue un año terrible para el FA, marcado por el desenlace adverso de dos largos procesos. Uno fue el del referendo contra la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que se perdió el 16 de abril. El otro fue el de las discrepancias entre la mayoría frenteamplista y los sectores y personalidades del FA agrupados detrás de Hugo Batalla (líder del Partido por el Gobierno del Pueblo -PGP- y candidato más votado al Senado en 1984). Éstos reivindicaban ser una de las “dos izquierdas” presentes en la coalición (la mejor, renovadora y democrática) y reclamaban que eso se expresara en dos candidaturas a la presidencia de la República, pero el resto del FA no aceptó ese planteo y hubo ruptura.

Como si eso fuera poco para abatir ánimos izquierdistas, el 28 de abril de 1989 murió Raúl Sendic (aún fuera del Frente con el MLN, cuyo pedido de ingreso era bloqueado por el PDC). El 17 de enero había muerto Alfredo Zitarrosa. Y el 9 de noviembre de ese año, 17 días antes de las elecciones uruguayas, cayó el Muro de Berlín.

En ese marco, Arana decidió sectorizarse, encabezó la fundación de la Vertiente Artiguista y dejó vacante la candidatura a la IMM, que pocos habían pensado en disputarle. Se manejaron varios nombres, entre ellos los de José Germán Araújo (en ese momento aliado del Partido Comunista en Democracia Avanzada, y que había sido expulsado del Senado por los partidos tradicionales en 1986, el mismo día en que se aprobaba la Ley de Caducidad) y Alberto Pérez Pérez (que era presidente del Congreso del PGP pero decidió quedarse en el FA), sin que los dirigentes frenteamplistas se pusieran de acuerdo. Arana insistió en proponer a un médico oncólogo y dirigente de fútbol, al que pocos identificaban con la política pero que ganó con más de 100 mil votos de ventaja y tuvo gran éxito desde entonces.

Tabaré Vázquez era afiliado al Partido Socialista pero carecía de antecedentes militantes. Con su postulación se rompió el tabú que impedía candidatos comunes sectorizados, pero de todos modos no se trataba de un dirigente de primera línea y quedó implícito que era inconveniente postular a una figura de la fuerza mayor (que, en el FA posterior a la ruptura, era la 1001). Los candidatos nacionales fueron Seregni y Danilo Astori, entonces “independiente”, que encabezó además todas las listas al Senado y cuya proyección desde la dictadura lo perfilaba como el más probable sucesor del general.

De Vázquez a Arana

En 1994 Vázquez ya había ganado la cuereada por la candidatura presidencial y por la formación de una alianza más amplia, el Encuentro Progresista, con Rodolfo Nin Novoa como compañero de fórmula.

Quebrado el tabú de la sectorización, fue nuevamente candidato a la IMM Arana, que había recibido una buena votación con la Vertiente y se había desempeñado como senador pero no se perfilaba como competidor por el primer lugar en el FA. Su triunfo fue rotundo, con más de 160 mil votos de ventaja, y la ciudadanía de Montevideo lo identificó como la persona ideal para el cargo, a tal punto que no se conocieron alternativas a su postulación para un segundo mandato consecutivo en 1999, cuando logró una victoria aún más nítida, con cerca de 270 mil votos de ventaja y superando la suma de los candidatos de los lemas tradicionales, acompañado otra vez por la fórmula nacional Vázquez-Nin.

Esos comicios fueron los primeros después de la reforma constitucional que separó los nacionales de los departamentales, y la comodidad para reelegir a Arana ayudó al FA a transitar sin contratiempos por el nuevo escenario que marcaba esa separación, casi sin percatarse de que el balotaje, en el que resultó derrotado tras ser el partido más votado en la primera vuelta, no era la única consecuencia política relevante de la reforma.

De Arana a Olivera, pasando por Ehrlich

Pero en 2004 ese nuevo escenario ya estaba claro. El Frente concentró primero sus esfuerzos en las nacionales y asumió, como habían tenido que hacerlo antes los demás partidos, que la definición de las candidaturas a intendentes era necesariamente posterior a que cada sector “marcara” sus votos en las nacionales y con ellos mostrara qué peso interno tendría en los próximos años. Con ese resultado a la vista, el Movimiento de Participación Popular, que fue el sector más votado con aproximadamente un tercio de los apoyos a la fórmula Vázquez-Nin (triunfante en su tercer intento), expresó el deseo de que la candidatura municipal montevideana correspondiera a uno de sus dirigentes, y José Mujica lanzó al ruedo el nombre de Luis Rosadilla. Pero los demás sectores se resistieron a romper uno de los pocos tabúes que quedaban en pie. Se manejaron otros nombres, entre ellos el del seregnista Alberto Rosselli y el de la socialista Hyara Rodríguez, y finalmente el propio Mujica jugó un papel clave en la oferta de esa postulación a Ricardo Ehrlich.

Éste había sido integrante del MLN y estuvo preso por ese motivo a comienzos de los años 70, pero durante muchos años de exilio y en su posterior regreso a Uruguay no se había reintegrado orgánicamente a ese sector ni, luego, al Movimiento de Participación Popular (creado en 1989). Contaba, además, debido a su desempeño en la Universidad de la República, con la simpatía de otros agrupamientos del FA, incluyendo a varios de los llamados “moderados”, y claramente no era un dirigente político. En la cresta de la ola del triunfo nacional, ganó con cerca de 290 mil votos de ventaja y superó, como Arana en 2000, a la suma de los candidatos blancos y colorados.

El tabú que sí se rompió en 2005, pero en el interior, fue el de las candidaturas múltiples. En las elecciones departamentales anteriores, el FA sólo ganó la intendencia de Montevideo, aunque había sido el lema más votado en las nacionales, y sus dirigentes interpretaron que las 18 derrotas se debían en importante medida a la presentación de candidatos únicos. La holgada ventaja montevideana llevó a que en el departamento más poblado no se considerara necesario rever la tradición, ni discutir en qué medida expresaba una cuestión de principios.

Este año los frenteamplistas pensaron en la posibilidad de presentar dos candidatos en Montevideo, cuando estuvo claro que la puja entre Carlos Varela y Daniel Martínez no se resolvería mediante negociaciones a favor de uno de ellos, pero la idea levantó muchas resistencias. Es el penúltimo tabú en pie. El último, no escrito pero políticamente vigente, es el que aún impide que la candidatura a la IMM corresponda al sector mayoritario del FA.