La política es en gran medida construcción de imágenes y de significados. Los hechos no bastan. Es crucial el modo en que son percibidos, el sentido que se les asigna y que debe mediar para que los consideremos acontecimientos relevantes de la vida real.

El fracaso de la postulación de Daniel Martínez como candidato del Frente Amplio a la Intendencia Municipal de Montevideo puede ser analizado con énfasis en los errores de quienes la impulsaron o en la crítica a los procedimientos empleados para bloquearla, pero no parece que así se pueda dar cuenta de todo lo que ocurre en estos días. Para muchos frenteamplistas -con razón o sin ella, y aunque no sepan gran cosa sobre los entretelones del proceso- ese fracaso fue una derrota de sus esperanzas de renovación, una frustración de sus deseos de recuperar el entusiasmo al final de un ciclo electoral que dejó insatisfacciones y dudas. Y también fue un amplificador de esas dudas.

No es que Ana Olivera sea una mala candidata; lo malo ha sido el proceso que llevó a que se le asignara esa responsabilidad. Postularla implica cambios porque es mujer, comunista y militante, porque no es universitaria de alto grado ni frecuenta algunos círculos sociales íntimamente relacionados con el poder político. Pero está en duda que esos cambios sean los que priorizaban muchos frenteamplistas. La larga relación de Olivera con las tramas internas de la administración frenteamplista de Montevideo quizá no sea, en ese sentido y en este momento histórico, un punto a favor.

Es que muchas de las esperanzas depositadas en Martínez -con razón o sin ella- nacieron de malestares con “lo establecido” que abarcan desde la conducta del elenco dirigente del FA en el proceso electoral del año pasado hasta la percepción, municipal y espesa, de que 20 años de gobierno departamental de Montevideo han conducido, en los últimos años, a que falten fuerzas para plantear nuevos avances, e incluso para superar problemas crónicos de los que ya no se puede culpar a ninguna “herencia maldita” ajena ni a un gobierno nacional saboteador.

Nunca sabremos si Martínez era la persona más indicada para operar, en este momento y desde la IMM, como factor de renovación y refundación de una mística; el hecho es que para muchos frenteamplistas de muy diverso perfil -con razón o sin ella- pareció que lo era, y ahora parece que el ex ministro de Industria fue aplastado por un grupo decidido a no permitir que se perfilen recambios con potencia propia. Un saldo preocupante, que puede ser el preludio de desencantos mayores. Por otra parte, se frustró la posibilidad de una cooperación extraña entre sectores que, desde lugares muy distintos, coincidieron en la iniciativa frustrada. De un lado, chavistas con barba, boina y matera; del otro, “intelectuales inorgánicos” con laptop y lejanos pasados militantes. Lástima: habría sido interesante.

De postre, la mayor parte de los frenteamplistas alineados con sectores debe de haber quedado poco feliz con el desenlace. Los del Partido Socialista, por algunas razones obvias y otras no tanto (en algún momento deberán evaluar la suma de problemas internos y equivocaciones que los llevaron a varias derrotas sucesivas en este ciclo electoral). Los de Asamblea Uruguay, porque Carlos Varela quedó por el camino y porque el propio Danilo Astori, a quien identifican como abanderado de una renovación del FA, apareció aliado con José Mujica para pisarle la cabeza a un dirigente que se presentaba como renovador. Los del MPP, porque difícilmente los haya llenado de satisfacción el apoyo de su líder a un astorista, porque tampoco es probable que los consuele la teoría de que eso era una hábil maniobra para que triunfara una comunista, y porque en los hechos van a perder terreno en la gestión de la IMM. Los de Alianza Progresista y el Nuevo Espacio, porque la miraron de afuera y porque poco tiene que ver Olivera con ellos. Los de la Vertiente Artiguista, porque volvieron a perder sin que estuviera claro a qué jugaban y por qué. Todos, porque este proceso dejó recelos hacia la fórmula electa y en especial hacia Mujica, que -como ya había ocurrido en varias ocasiones- dio la impresión de que sus compromisos con otros dirigentes no son necesariamente confiables.

Es muy probable que Olivera gane, pero sería disparatado esperar que resuelva los problemas que deja su postulación. Vaya uno a saber si con Martínez podría ser mejor. Pero en algún momento al FA le pueden pasar facturas unos cuantos que -con razón o sin ella- hoy están entre tristes e irritados.