La discusión sobre el cuplé de los charrúas de la murga Agarrate Catalina (ver la diaria del 23/02/10, página 10) está llena de malentendidos, y sería muy graciosa si no tuviera algunas facetas alarmantes.

Desde el sentido común más elemental, el asunto no parece dar para mucho. La Asociación de Descendientes de la Nación Charrúa (Adench) y el antropólogo José López Mazz se indignan por una docena de chistes de tablado y parecen exigir que las murgas sean instrumentos pedagógicos. Para muchos, esto basta para descalificar sus planteos y cerrar el caso, a lo sumo con algún comentario despectivo sobre los reclamantes. O sobre el peligro para las libertades y la democracia que implica demandar límites en el uso del humor, a partir de lo que algún sector de la población considera que no se debe tomar a la chacota (en este sentido, es interesante recordar las protestas y amenazas en varios países por la publicación de caricaturas de Mahoma).

Pero es posible hilar un poco más fino y quizá valga la pena.

  1. La reivindicación de lo charrúa es un fenómeno significativo. Una heterogénea corriente, que abarca desde investigaciones rigurosas hasta desatinos pintorescos, se mueve con fuerza contra el relato histórico nacional que exaltó nuestra presunta ajenidad respecto de lo indígena. El péndulo va en la dirección inversa por motivos también heterogéneos, que incluyen legítimas convicciones sobre la necesidad de corregir errores e injusticias, pero también movidas ideológicas para subrayar nuestra pertenencia a Latinoamérica y devaneos new age. Sería bueno que alguna vez se debatiera seriamente sobre qué cuota de razón tiene cada parte, en vez de intentar que, como en el caso de Artigas, se sustituya la “leyenda negra” por una “leyenda de bronce”.

  2. La murga, como los charrúas, podrá ser medio bruta, pero no es tan bruta como parece. El espectáculo 2010 de Agarrate Catalina tiene varias partes relacionadas entre sí, y los comentarios sobre los charrúas que tanto revuelo causaron son puestos en boca de personajes vestidos de conquistadores españoles (¿habrá que recordar que un personaje no necesariamente representa los puntos de vista de su autor?), que reaparecen al final para decir que los uruguayos “precisan civilizarse nuevamente”, empezando por “el viejo ése con pinta de pichi que votaron de presidente”.

Acto seguido, los personajes critican a un murguista disfrazado de Mujica, como antes habían criticado a los disfrazados de charrúas, e insisten en que hay que “civilizar al Pepe”. Un grupo se dedica a hacerlo, “para al fin poder tener un presidente como debe ser”. El resultado es Lacalle, cosa que la murga recibe con espanto y decepción.

En otras palabras, lamentamos informar a Adench y López Mazz que si hubieran prestado más atención se habrían dado cuenta de que “el mensaje” de Agarrate Catalina (murga que suele abusar de los mensajes, y que en realidad parece convencida de que es un instrumento pedagógico) no es un alegato contra los charrúas. Ni, obviamente, contra Mujica.

  1. ¿En qué se parece Pepe Mujica a los charrúas? La historia de un grupo rebelde y valeroso, denostado y traicionado, al que se intentó exterminar mediante la violencia y cuya extinción se decretó, pero que persiste y aflora, triunfante, al que gente de ahora reivindica como raíz y emblema de una mejor cultura, ¿es el mito de los charrúas o el de los tupamaros? El apego a la tierra, la austeridad y una especie de espiritualidad sin religión, la cultura del ser y no del tener que invoca Adench, ¿son atributos de los charrúas o del Pepe? ¿Cuánto se parecen los kung san de Mujica a los charrúas de la Catalina?

  2. ¿Y a qué se parece la ambivalencia uruguaya hacia el presidente electo, al que como le decimos una cosa le decimos la otra? Si tuviéramos más claro cómo queremos ser, ¿resolveríamos si Mujica nos parece admirable u horrendo? ¿Podremos tener más claro cómo queremos ser si no somos capaces de discutir como es debido un simple cuplé?