Fue procesado en Argentina por el delito de “privación de libertad” en la causa que instruye el juez Norberto Oyarbide por la “desaparición forzada” de Adalberto Soba, ocurrida en 1976 en aquel país. Termina entonces su detención “administrativa” y comienza ahora sí el proceso penal en su contra, luego de que fuera extraditado desde Brasil en enero de este año, y después de tres años de permanecer detenido a la espera del fallo del Supremo Tribunal Federal.

El represor goza hoy de las garantías que sus víctimas no tuvieron. Según manifestó su abogado defensor, Eduardo San Emeterio, en exclusiva a la diaria, el ex militar padecería entre seis y ocho obstrucciones en las arterias coronarias, por lo que requeriría una intervención quirúrgica, que espera confortablemente alojado en el Hospital Militar Central (HMC) de Buenos Aires, “si es que se consigue la solidaridad de sus camaradas uruguayos para costear la operación”, puesto que “el HMC no contaría con los recursos necesarios para afrontarla”.

En cambio, si alguna de sus víctimas hubiese presentado un cuadro similar, una sesión de picana y un colchón apolillado en algún húmedo galpón de los miles de centros clandestinos de detención que funcionaron durante la última dictadura en la Argentina hubiesen sido el trato dispensado. Sin jueces, sin abogados defensores ni la legalización de la detención surgida del secuestro. Menos aun se habría hecho mención a los tormentos y posteriores desapariciones.

San Emeterio presenta a su defendido oriental y a los argentinos (entre los cuales se cuenta a Luciano Benjamín Menéndez, condenado a dos cadenas perpetuas) como pobres personas sumidas en una persecución vengativa, que padecen los infortunios de la soledad de la celda. Incluso el propio San Emeterio comparó su actual situación con la que, en los años de plomo, debieron afrontar los abogados que presentaban el recurso de habeas corpus para dar con los secuestrados por el terrorismo de Estado, práctica profesional que los sentenciaba al secuestro, la tortura y el asesinato. Entre el 6 y el 8 de julio de 1977, los grupos de tareas secuestraron a cientos de estos abogados en lo que se conoce como “la noche de las corbatas”; sólo que San Emeterio, en vez de ser secuestrado, torturado y asesinado, padece el ladeo de sus otrora camaradas ante la posibilidad de quedar “pegados” y enfrentar una posible detención.

La victimización que San Emeterio hace de Cordero va más allá y lo presenta como un pobre hombre echado a lo que la providencia le conceda, padeciendo una soledad que es paliada en las esporádicas visitas de su actual pareja, que viaja cada tanto desde Brasil, mientras que su ex mujer y su hijo no han asomado las narices por la capital argentina. Una “víctima” empobrecida y abandonada por sus ex camaradas, que ni siquiera tienen la delicadeza de responder los correos electrónicos que les escribe su abogado buscando un apoyo que, según parece, nunca llegará.