Pasaron 51 años y 84 días desde el triunfo de la Revolución Cubana y la izquierda uruguaya aún discute si lo que hay allá es o no una dictadura. El único partido permitido es el que gobierna, no se admiten medios de comunicación independientes del Estado, las libertades de expresión y de acceso a la información están restringidas y las autoridades niegan el ingreso de misiones internacionales que pretenden corroborar o descartar denuncias en materia de derechos humanos. ¿No son detalles suficientes para definir al régimen?

Unos cuantos sectores del Frente Amplio creen que no. A falta de razones, tienen motivos. En sus primeras décadas, la revolución conducida por Fidel Castro fue para ellos un modelo aceptable de cómo llegar al poder y ejercerlo. Además, Castro es uno de los pocos líderes mundiales que desafiaron la prepotencia de Estados Unidos, cuyo gobierno sometió a la isla a un embargo injustificable y de gravosas consecuencias mientras apoyaba brutales dictaduras de derecha en la región. Como la de Uruguay, que tuvo en el carismático comandante cubano a un enemigo tenaz.

La mayoría de quienes visitan Cuba aseguran que el régimen goza de gran popularidad, aunque no la ponga a prueba en las urnas ni existan encuestas que la constaten. Algunos indicadores sociales son la envidia de muchos países ubicados en sus antípodas ideológicas. Pero dictaduras son dictaduras, y ésta lo es, si bien no de las peores.

Cuba es una presencia constante en la prensa mundial. Por eso, gobiernos, parlamentos, políticos y hasta artistas suelen tomar partido a favor o en contra, sea por preocupación legítima o por oportunismo. La ocasión más reciente fue la muerte, el 23 de febrero, tras 86 días de huelga de hambre, del obrero Orlando Zapata Tamayo, preso de conciencia, según Amnistía Internacional, o delincuente común, según La Habana. Cumplía una condena a 36 años de cárcel por desacato, desórdenes y desobediencia civil, faltas que en una democracia se purgan con pocos meses entre rejas, si es que se penan.

La Comisión de Asuntos Internacionales del Senado uruguayo rechazó la semana pasada un proyecto opositor de declaración contra Cuba por este caso. El canciller Luis Almagro afirmaba por esos días carecer de “datos suficientes”, por lo que un pronunciamiento oficial sería “precipitado”. O sea que el presidente José Mujica se había precipitado la semana anterior, al atribuir la presión para repudiar a La Habana al “mundo rico” que “siempre se arroga el derecho de juzgar a los demás”. La Mesa Política del Frente Amplio y el PIT-CNT coincidieron luego en calificar de “lamentable” la muerte de Zapata Tamayo, cuyo nombre ni mencionaron, pero imputaron la trascendencia del suceso a una supuesta campaña internacional contra el gobierno de Raúl Castro.

Ocho destacados académicos de izquierda replicaron el miércoles, mediante la diaria, con una declaración muy crítica sobre la situación en Cuba. Entre los firmantes figura el historiador Gerardo Caetano, a quien Mujica consideró hace un par de años como posible presidente del Frente Amplio.

Los países democráticos se enfrentan con dos alternativas al tratar con dictaduras. En la primera, resuelven si se lavan las manos invocando el principio de no injerencia en los asuntos internos de otra nación o si impulsan la instauración de las libertades. Si los que eligen la segunda opción deciden promover el aislamiento del régimen, terminarán abroquelándolo y agudizando la represión y las penurias de la población. Rinde más recurrir a la colaboración y el acercamiento diplomático para ganar influencia y facilitar la apertura. Eso incluye hablar claro. Condenar muertes como la de Zapata Tamayo, por ejemplo.

Gran parte del oficialismo uruguayo conserva su histórica simpatía por el régimen de Castro, que se reforzó a partir de 2005 con misiones cubanas solidarias, entre ellas las de médicos oftalmólogos y educadores de adultos. La hoy no tan novedosa mayoría de gobiernos izquierdistas en América Latina multiplicó el respaldo internacional de La Habana. Mientras, el embargo estadounidense, bastante atenuado desde el año pasado, se tornó inútil para disculpar la falta de libertad en Cuba. Tampoco sirve de excusa la “autodeterminación de los pueblos”, pues el pueblo en cuestión sólo puede elegir entre la Revolución y la nada.

El Frente Amplio y el PIT-CNT saben de dictaduras. Sufrieron una de las peores. Y con esa experiencia todavía tan fresca que duele hasta los huesos, se empecinan en negar lo evidente: en Cuba hay dictadura. Será una dictadura popular, será una dictadura solidaria, será una dictadura magnífica, será tu dictadura favorita. De cualquier manera, eludir esta palabra, simple y precisa, prostituye el amor que el pueblo cubano y el uruguayo se pasan declarándose.