Las intendencias han sido para el Frente Amplio (FA) una joya preciada y despreciada; “escuela de todas las cosas”, para aprender a gobernar y adquirir vicios peligrosos.

La de Montevideo, que asume mañana por quinta vez consecutiva, es la que más conoce; le ha dado los motivos de festejo más gozados y los peores dolores de cabeza. Llegar a ella fue el fruto claro de un largo y poderoso proceso urbano de acumulación, con base en los trabajadores organizados y las capas medias, que desde el gobierno departamental se expandió, a partir de políticas sociales y obras de infraestructura, a la población con menores recursos económicos y culturales. Pero luego el FA se enfrentó en la capital, por primera vez, con el problema de “quedarse sin programa”, y la debilidad para proponer nuevas metas -o al menos para retomar con nuevos ímpetus los problemas que no pudo resolver en el primer envión- hizo que sus fortalezas iniciales se convirtieran en zonas de alto riesgo.

En la relación con los empleados municipales cometió errores muy graves y aún está por demostrar que puede revertirlos. El complicado vínculo con ADEOM Montevideo, incomprensible y/o inaceptable para la mayor parte de la ciudadanía del departamento, potencia la mezcla de descontento y desencanto de una “clase media” que se siente desamparada. La experiencia de los centros comunales zonales mostró los límites de la apuesta a institucionalizar la participación ciudadana, que presuntamente iba a ir en aumento, y el fracaso de ese proyecto amenaza con arrastrar la idea misma de que hay que gobernar muy cerca de los vecinos.

Los puestos de dirección en la comuna montevideana fueron oportunidad de templar a varios de los mejores cuadros frenteamplistas, pero luego se fueron convirtiendo en los últimos orejones del tarro, que muchos no deseaban ni como premio consuelo. O a los cuales se bloqueó el acceso de quienes querían ir a más.

A medida que se fue asignando menor prioridad a la gestión municipal en la contienda política nacional, la conducción se “descentralizó” y perdió gradualmente consistencia. El reparto de responsabilidades entre sectores, fracciones de sectores e incluso pequeños grupos de personas diluyó la capacidad colectiva de evaluar desempeños, corregir errores y marcar rumbos. El costo ha sido alto: se mide en episodios resonantes como el de los casinos municipales, y también en la burocrática indolencia con que se ha tolerado la mediocridad o el franco deterioro de muchos servicios.

Conquistar otras intendencias en el interior fue mucho más difícil para el FA, y de enorme valor cuando se logró, pero en varios casos no se supo cuidarlas ni apoyarlas. La vida les ha querido enseñar a los frenteamplistas, en esos escenarios, que los gobiernos no se ganan de una vez para siempre, pero ellos no parecen poner demasiado empeño en entender por qué. O a qué se debió que en otros casos se conservaran. Los quinquenios que comienzan pueden ser, en más de un caso, últimas chances de aprender.