Un hecho puntual y brutal (una pobre perra matada a golpes por unos adolescentes en Nueva Palmira) ha servido para que la sociedad uruguaya segregue, cual glándula estimulada, un montón de disparates. Antes que nada, está mal maltratar animales, faltaba más. Pero no deja de llamar la atención lo siguiente: ¿por qué este video despertó tantas reacciones, tantos gritos histéricos, tantos deseos de linchamiento, y finalmente una internación en el INAU “por protección” (y no como castigo, que era lo que habrían preferido los demandantes justicieros)?

En nuestro país se matan animales de mil maneras. Empezando por los que comemos, que se ultiman ya de un garrotazo, ya retorciéndoles el pescuezo, ya por degüello (dependiendo de la especie). Pero también se matan, por ejemplo, perros, porque a alguien no le gusta su presencia. Tal es el caso de personas que, molestas por sus ladridos, o por el peligro potencial que representan, o porque tienen un odio irracional debido a que cuando eran chicos un can abusó de ellas, rocían el vecindario con algún poderoso veneno. A veces -como pasó hace poco- se envenena también a alguna persona debido a la escasa capacidad discriminante del método utilizado.

En Semana de Turismo se sale a cazar por “deporte”, y durante todo el año se matan peces por asfixia a la vista de todo el mundo. Y ni hablar de las horribles condiciones en que encerramos a animales, algunos de ellos muy parecidos a nosotros, con el único fin de exhibirlos.

Frente a todos estas situaciones -algunas más justificables, otras menos-, se alzan de vez en cuando voces contrarias, pero rara vez llegan a los niveles del caso que nos ocupa. Que yo recuerde, nunca. ¿Cuál es la diferencia? Que esta vez había un video.

Exactamente el mismo razonamiento se puede realizar frente al video de los cascos azules en Haití.

Es evidente que presenciar un hecho provoca reacciones primitivas más fuertes que el simple conocimiento de éste por otras vías. En otras palabras, una cosa es que te lo cuenten, y otra es verlo. Pero, ¿tiene que ser así? Ese sentimiento primario de indignación, ¿debería durar más de unos minutos? Claro que no. Una violación, o un asesinato, no son más o menos graves porque los veamos o no. Es cierto que los testigos directos se violentan más, pero repito: una vez pasados por el filtro de la razón, un hecho observado y otro similar del que nos hablaron deberían despertar las mismas reacciones, sobre todo en cuanto a cosas como pedir justicia y movilizarse por ella.

En vez de bajar la pelota al piso, lo que se hace es transformar la ira en una falsa bandera principista, ya sea ecológica, humanitaria o mística, que cubre lo vergonzante (que no debería serlo, en principio) de la primera reacción animal.

Un agregado: que los jóvenes implicados tengan terribles dramas, dramas de verdad (una tiene leucemia, otro está bajo tratamiento psiquiátrico y otro tiene una vida llena de restricciones por sus problemas cardíacos) parece no incidir en la liviana evaluación que la sociedad, o parte de ella, hace de los hechos. “¡Castigo, castigo!”, gritan las hordas, sin notar que si el castigo se generalizara, muchos de ellos, si no todos, terminarían presos. Y me incluyo, por supuesto, en esta última parte.

He llegado a oír hablar en defensa de la dieta vegetariana a partir de lo sucedido. Caramba, no sé cómo se justifica (sin caer en un antropocentrismo inaceptable) que las plantas carezcan del derecho a la vida que se les otorga “naturalmente” a los animales. Más aun cuando, al defender a estos últimos, se hace uso, implícitamente, de la misma crítica al antropocentrismo. Pero eso es un detalle más en la colección de absurdos provocada por la falta de costumbre de pensar que afecta, curiosamente, al Homo sapiens (ya sé que “sapiens” no es “piensa” al verres, pero siempre me sonó a eso).

Creo que un índice de la demencia -o de la hipocresía- de una sociedad puede obtenerse midiendo la diferencia entre las reacciones que despierta un hecho comprobado y condenable: a) cuando es narrado, y b) cuando es filmado y subido a Youtube.

Repito: aborrezco el maltrato animal. Pero que en un país donde se maltrata a diario tanto a animales como a personas (hablo de la violencia doméstica, de la violencia frente al diferente, etcétera), que un hecho, uno, despierte tales reacciones resulta, por lo menos, sospechoso. Si hay justificación para la irritación demostrada, entonces deberíamos estar inmersos en una sangrienta guerra civil desde el inicio de la historia. Seguiremos abusando de otros seres vivos (incluyendo perros, personas, espinacas y bacterias) como hasta ahora; en algunos casos porque somos lisa y llanamente malos; en otros porque somos unos infelices que canalizamos por ahí nuestras justificadas frustraciones, y en otros pocos porque no tenemos más remedio.

Uno no es partidario de los linchamientos, obviamente. Pero, llegado el caso, sería más digno guardar las antorchas, las estacas, los tridentes y las balas de plata para ocasiones que valgan más la pena; de ellas está llena la vida cotidiana.