El Plenario Nacional del Frente Amplio (FA) no logró acuerdo el sábado pasado para legitimar la existencia de “comités de base virtuales”, organismos formados por adherentes que (sin desmedro de elegir en asambleas, cada 25 de agosto, sus representantes en las coordinadoras o departamentales, como lo hacen los demás comités) puedan mantenerse en contacto, discutir y adoptar resoluciones mediante internet. La iniciativa quedó a estudio de una comisión y, como suele ocurrir en estos casos, es muy difícil prever en qué terminará convirtiéndose, si se convierte en algo.

La denominación es infeliz, ya que el adjetivo “virtual” indica que algo parece real pero no lo es. Sin embargo, eso es exactamente lo que opinan unos cuantos militantes actuales del FA sobre el nuevo tipo de comités de base que se quiere incluir en el estatuto: que no serían “verdaderos” como los que existen ahora, sino algo muy cercano a la ilusión o el engaño.

Esa opinión no tiene asidero estatutario, ya que para realizar las tareas asignadas a los comités no es necesario que sus integrantes se reúnan de modo sistemático en el interior de un inmueble. Quizás alguien piense todavía que la esencia de esas tareas tiene algo que ver con pintar pasacalles, salir en un camión a pegar afiches con engrudo o tomar mate, pero salvo en el último caso, incluso ese tipo de actividades tiene equivalentes válidos en internet (por ejemplo, Twitter produce efectos muy similares a los de una consigna en la vía pública, con impacto potencialmente mayor y “tecnología limpia”). Los problemas son otros.

Es probable que cierto número de militantes vea en esta nueva propuesta organizativa una amenaza a la actual relación de fuerzas en el menguado universo de los comités, y al peso colectivo en la estructura del FA de quienes pueden y quieren dedicar horas de su tiempo a congregarse entre cuatro paredes. Una inquietud tan mezquina no es digna de debate, pero merecen atención los argumentos de quienes temen que las comunicaciones mediante internet permitan manipulaciones e incluso fraudes: de todos modos, establecer garantías de que eso no suceda es relativamente sencillo desde el punto de vista técnico.

Lo que debería estar claro es que la fundación de “comités virtuales” poco tiene que ver con una eventual inclusión de las llamadas “redes frenteamplistas” en la estructura orgánica del FA. Aunque esas redes también utilizan internet, no son comités de base, reales ni virtuales: sirven para otra cosa, que a su vez le sirve a la fuerza política, y por decisión de sus integrantes funcionan con reglas poco adecuadas a la elección de delegados a otros organismos o la adopción habitual de decisiones.

Tampoco son los “comités virtuales” -ni las redes- el único cambio necesario para lograr más participación política de la juventud. Que ésta emplee internet con mucha más frecuencia, facilidad y naturalidad que la tercera edad no quiere decir que sus malestares, desintereses y desencantos vayan a desaparecer si se le ofrecen vínculos mediante computadoras.

Se debe tener en cuenta, además, que esos vínculos pueden realizarse con modalidades muy distintas, y que no todas son propias de las mismas generaciones: el uso del correo electrónico, por ejemplo, decae notoriamente entre los más jóvenes, que parecen preferir comunicarse mediante las llamadas “redes sociales” o con mensajes de texto desde computadoras o celulares.

La tecnología no va a resolver por sí sola los problemas políticos, pero puede ayudar. Rechazarla, obviamente, no va a servir de nada.