Sobre la despenalización del aborto se escuchan argumentos extremadamente dispares. Tradicionalmente, los que se oponen han hablado del derecho a la vida del ser en gestación; de que ya es un ser humano, etcétera. Se suelen cuidar (al menos en Uruguay) de no insistir con cosas como “ya posee un alma”, que han demostrado no ser muy marquetineras en una sociedad un poco más atea que la media.

Por el contrario, hoy está de moda complementar dichos argumentos con un “lo dice la ciencia”. Utilizar “la ciencia” (o más bien una interpretación libre de ella) para dar un barniz de modernidad y objetividad a una idea, debe ser tan viejo como la ciencia misma. Pero, como dije, es un recurso que sigue vigente.

En este caso se apela a la genética. Desde hace algunas décadas sabemos que gran parte de las diferencias entre unos y otros seres vivos (entre un ratón y un jazmín del país, o entre dos humanos cualesquiera) están “escritas”, desde antes del nacimiento, en un tipo de molécula conocida como ADN. Se ha llegado a homologar dicho ADN con la esencia misma de la individualidad. El propio Tabaré Vázquez defendió ese concepto cuando llegó a decir “yo, como médico, SÉ que...” (y ahí explicaba que cada ser humano es diferente porque tiene un genoma distinto; y que dicho genoma existe desde la fecundación).

Sin embargo, nuestro ADN es eso: una estructura compleja en la que hay un conjunto de instrucciones para fabricar un ser humano y mantenerlo funcionando por cierto tiempo. Nada menos, pero tampoco nada más. Con igual derecho, podríamos decir que la misma ciencia invocada por los autodenominados “defensores de la vida” también ha mostrado que, en las condiciones apropiadas, el ADN de cualquier célula del cuerpo puede dirigir la creación de un organismo completo, en un proceso denominado “clonación”. La célula huevo, producto de la fecundación, no tiene un carácter especial o distintivo a tal respecto. Simplemente, su ADN está “en las condiciones apropiadas”. Es tan “humana” como cualquier célula del cuerpo, y tan poco “persona” como las demás.

Posteriormente, se divide una y otra vez y, en algún momento el conjunto celular resultante se empieza a parecer demasiado a un ser humano como para no tratarlo como tal. Definir ese momento es tarea de la sociedad toda, no sólo de científicos, filósofos, políticos o teólogos, que se equivocan como cualquiera. Y seguramente, a medida que sepamos más sobre nosotros, y “la sociedad” vaya cambiando, cambiará el sentir general sobre el tema.

Por ahora, no hay por qué no considerar respetable la afirmación de que la célula huevo ya está dotada de alma. Tan respetable como los barquitos de Iemanyá, los rosarios, las plegarias a Alá, las circuncisiones o la danza de la lluvia. Pero tergiversar la ciencia para darle fuerza a un argumento religioso, no. Y, como médico, Tabaré Vázquez debería haberlo sabido.