El actual vicepresidente de Egipto, Omar Suleiman, nació en 1935 en la ciudad de Qina, en el Alto Egipto, situada a orillas del río Nilo. Los nativos de esa región no suelen llegar a la cima del poder, pero su ingreso a los 19 años a la Academia Militar de El Cairo, la capital, le permitió sumarse a los hombres del entonces líder nacional, Gamal Abdel Nasser. Terminó su instrucción militar en la Unión Soviética. En aquellos tiempos Egipto estaba cerca del “bloque socialista”; de hecho el Partido Nacional Democrático fue integrante de la Internacional Socialista (IS), que lo expulsó el 1º de este mes por el “dramático fracaso del gobierno egipcio en responder a su pueblo” y por el de ese partido en “dar cumplimiento a sus promesas” (pocos días antes, la IS había expulsado también a la Unión Constitucional Democrática de Zine el-Abidine Ben Ali, luego de que éste fuera obligado a renunciar al gobierno de Túnez).

Suleiman participó en las guerras contra Israel de 1967 y 1973, y anteriormente había intervenido en una guerra civil en Yemen. Unos años después se licenció en Ciencias Políticas y en Derecho. Mientras estudiaba empezó a trabajar para los servicios de inteligencia del Ejército egipcio. Se sabe poco de su vida en esos años, en los que recibió capacitación del Ejército estadounidense reservada a la elite de las Fuerzas Armadas, en Fort Bragg. Esto le permitió tejer lazos profesionales con Estados Unidos y sobre todo con sus servicios de inteligencia.

A mediados de los años 80 era vicedirector del servicio de espionaje militar y en ese entonces conoció a Hosni Mubarak, quien asumió la presidencia en octubre de 1981. Diez años depués fue nombrado director de su servicio y en 1993 Mubarak lo puso al frente de la Dirección General de Inteligencia Egipcia, una de las agencias más poderosas de Medio Oriente en esa área. Su ascenso lo puso ante un desafío no menor, porque en aquel momento se producía una oleada de atentados y asesinatos islamistas. El cargo le valió cierta fama y lo llevó, por ejemplo, a ser el interlocutor de la CIA para las entregas secretas de sospechosos de terrorismo que iban a ser interrogados al margen de las garantías del derecho estadounidense, según reveló la periodista Jane Mayer en un libro sobre la “guerra contra el terrorismo” lanzada por George W Bush, pero hasta 2000 no se sabía mucho sobre el jefe de los espías egipcios.

En ese año Mubarak le encargó, en plena segunda Intifada, mediar entre israelíes y palestinos y desde entonces adquirió mayor notoriedad. Uno de los primeros éxitos asociados con sus gestiones fue el cese del fuego que logró en 2003, y también ofició como intermediario entre facciones palestinos luego de que Israel se retirara de Gaza.

A pesar de todo, Suleiman se destacó hasta ahora por su discreción. De altura media, musculoso pero enjuto y un poco calvo, su apariencia no llama la atención. En sus apariciones públicas junto a Mubarak se muestra modesto y humilde. Pero muchos de los que han tenido la oportunidad de conocerlo dicen que quedaron impactados por su mirada profunda, su elegancia y por una actitud digna y orgullosa que le dan fuerte presencia. Habla poco, pero cuando lo hace va directo al grano, con discursos bien argumentados que transmiten calma y seguridad. Supo ganarse la confianza de los servicios secretos de Israel y de los gobernantes más duros de ese país, al punto que el ex ministro de Defensa israelí Benyamin Ben Eliezer, considerado un “halcón”, dijo que “se puede contar con él”, porque “cumple sus promesas”.

En Egipto le dicen “Suleiman el salvador”, porque en 1995recibió información sobre un posible ataque contra Mubarak en Etiopía e insistió en que se trasladara a Adis Abeba su vehículo blindado. El atentado se produjo, el blindaje detuvo las balas y Suleiman ordenó que se trasladara de inmediato a Mubarak hacia el aeropuerto para volver a El Cairo.

Pero no sólo es el salvador, sino también el alter ego del mandatario. Sus allegados dicen que los dos hombres se reúnen dos veces por día y que Suleiman le puede decir cualquier cosa a Mubarak. El vínculo entre ellos es tan fuerte que el ahora vicepresidente fue testigo en 2007 del casamiento de Gamal Mubarak, hijo del mandatario y considerado hasta hace pocos días su probable sucesor. Suleiman se transformó en una especie de “tío” de Gamal y estuvo encargado de prepararlo para tomar la posta del gobierno. Pero hace unos meses, antes de que comenzaran las actuales protestas, surgió un movimiento a favor de la candidatura presidencial de Suleiman, que no hizo mucha gracia en los círculos más cercanos a Mubarak.

Algunos piensan que carece de la experiencia necesaria en materia de economía y de gestión pública para gobernar el país y que eso puede ser un problema para buscar salidas a la situación económica, que es uno de los motivos de las protestas. Pero es claro que su nombramiento como vicepresidente le abrió el camino hacia el liderazgo de una de las potencias claves del mundo árabe. Las disposiciones de la Constitución sobre candidaturas le impedían postularse, pero hace pocos días prometió reformarlas, en el marco del diálogo con grupos opositores.