Mercosur holandés

Fanelli señala que el bloque de integración regional “tiene bastante más para ofrecer en el plano de la competitividad sistémica”, alternativa parcial a la reprimarización de la producción exportable generada por “la lógica natural de las ventajas comparativas”. Evoca el contexto internacional de fines de los años 80, cuando “la crisis de la deuda empujó” a Argentina y Brasil “hacia la integración” en la búsqueda del aumento de “su competitividad sistémica”, camino que “se reforzó en los 90, la mejor etapa del Mercosur”. “La idea era simple: todos los países que lograron crecer fuerte en la posguerra, lo hicieron en base a ganar escala y sofisticarse tecnológicamente en la producción industrial”. Si bien “ese espíritu se perdió”, la geografía “es la misma” y las chances de integrar “a San Pablo con Buenos Aires y ganar escala y sofisticación” permanecen presentes. “Es más, hoy contamos con más recursos que antes para invertir en el intento, debido a los beneficios extraordinarios de los recursos naturales”, tornándose indispensable la construcción de “la infraestructura física y social que necesita el Mercosur para que el sector privado desarrolle su potencial en la región”. Asimismo, el bloque puede “ser un arma importante para apalancar la capacidad de presión internacional de la región”, ya que si bien los dos socios grandes integran el G20, “no hay una estrategia regional” en el seno de esta entidad. Para ambos, pero “sobre todo para Brasil”, tal estrategia es “crucial” para hacer “escuchar su voz”, algo necesario para enfrentar problemas como la “liquidez excesiva” proveniente de EEUU, que “incentiva la entrada de capitales y la apreciación” del real, que quita competitividad a la producción exportable. “No en vano fue Mantega el que popularizó la expresión ‘guerra de monedas’”, un contexto por el cual Brasil “debe sufrir la competencia de la industria china sin poder mantener depreciada su moneda como sí lo hace el país asiático”. El autor razona que “con China e India creciendo y demandando recursos naturales”, los grandes del Mercosur pueden tentarse con “vivir de sus recursos naturales y abandonarse, adormilados, en los placenteros brazos de la enfermedad holandesa”. Por enfermedad holandesa se entiende el proceso en virtud del cual la economía de un país deviene destino de crecientes flujos de capitales atraídos por el descubrimiento de un recurso no renovable. El autor reflexiona: “JJ Rousseau entró en los libros modernos de teoría de los juegos por haber planteado el dilema que enfrenta un individuo que debe elegir entre cazar un ciervo en cooperación con el resto de la tribu o dedicarse en soledad a cazar una liebre. La rentabilidad de cazar un ciervo es muy superior, pero hay que ponerse de acuerdo con el resto y creer que todos efectivamente colaborarán en la tarea. Cazar liebres es mucho menos rentable pero es más seguro: se puede hacer solo y no hay que creer en nadie. Por eso, cuanto mayor la incertidumbre estratégica respecto de la conducta del socio, mayor la probabilidad de dedicarse a cazar liebres. ¿Será que, a modo de festejo de los 20 años del Mercosur, nos vendría bien releer a Rousseau?”.

En un artículo escrito por el analista José Fanelli y publicado por el Observatorio Económico de la Red Mercosur se recuerda que esos dos aspectos citados fueron propósitos “clave para la formación del bloque” integrador de los países del Cono Sur sudamericano.

Fanelli señala que ello resulta “central” para aquellos Estados líderes de la región, considerando “un mundo donde China” mantiene la aplicación de “una política con sesgo mercantilista”, mientras que Estados Unidos (EEUU) sigue aplicando un “relajamiento monetario” que genera “una liquidez excesiva”, la cual “se traduce en amenaza de guerra de monedas y, en el caso de Brasil, de formación de burbujas domésticas alimentadas por la inundación de capitales del exterior”. Cabe apuntar que un fenómeno similar, aunque de menor magnitud en virtud de las diferencias de escala entre una economía y otra, afecta a Uruguay, que por arrastre de ese proceso asiste a una caída tendencial de la cotización del dólar. Tal escenario regional se desarrolla en medio de la impotencia para “cambiar el estado de apatía” de Paraguay y Uruguay, país este último que “de vez en cuando” se conforma “con declaraciones sobre la intención de formar acuerdos de libre comercio con otros socios” de extrazona.

A su vez, hacia la interna de los dos socios más fuertes del bloque del Cono Sur, de 1990 en adelante Argentina “creció sistemáticamente más que Brasil”. Entre 1990 y 2010, la economía de Argentina se expandió en 4,32% y la de Brasil, en 3,08%; entre 2000 y 2010, las marcas fueron de 4,01% y 3,70%, respectivamente, y entre 2005 y 2010, los crecimientos fueron de 7,05% y 4,26%, respectivamente. Sobre el punto, Fanelli, de nacionalidad argentina, señala: “Esto no habla muy a favor del potencial de crecimiento de nuestro vecino, ya que este hecho ocurrió a pesar de que en ese lapso se produjo en Argentina una crisis de grandes proporciones en 2001-2002”, habiendo sido “particularmente importante la diferencia de tasa de crecimiento promedio en los últimos cinco años”.

Asimismo, el coeficiente de inversión (porcentaje del PIB) en ambos grandes del bloque evolucionó conforme a ritmos similares: entre 1990 y 2010, Argentina exhibió una tasa de inversión equivalente al 18,40% de su PIB y Brasil mostró una inversión de 18,16%; entre 2000 y 2010, los resultados fueron de 19,22% y 17,59%, respectivamente, mientras que entre 2005 y 2010 los coeficientes marcaron 22,46% y 18,03% en cada caso. “Nótese que en los últimos cinco años la diferencia se amplió significativamente: la Argentina ha estado invirtiendo en promedio 4,5% del PIB más que Brasil”, apunta el autor, quien añade que los coeficientes de inversión de Brasil “son muy bajos cuando se los compara con los observados en Corea en la etapa de alto crecimiento e industrialización en ese país o en Chile, en el período en que ese país creció a buen ritmo”.

Nada es casual

El autor señala otras variables de incidencia sobre la inversión para explicar “la baja tasa” de Brasil en la materia. “La tasa de interés está entre las más altas del mundo; la presión tributaria es superior a lo que se espera para un país del nivel de desarrollo de Brasil y, por último, la tasa de ahorro nacional es baja: a pesar de invertir poco Brasil muestra un déficit repetido en su cuenta corriente. No gasta mucho en bienes de capital pero necesita del ahorro del resto del mundo para financiar ese gasto”, observa.

En ese punto, el saldo de cuenta corriente como porcentaje del PIB entre 1990 y 2010 fue del 0,24% en Argentina y de -1,26% en Brasil; entre 2000 y 2010, de 2,71% y -0,86%, respectivamente; entre 2005 y 2010, de 2,80% y -0,42% en un caso y otro.

Analizando estas cifras, Fanelli aporta que “el desempeño de Argentina en la década de los 2000 se diferencia sustancialmente de la dinámica que había mostrado en toda la posguerra: crece a tasas más altas y sin generar déficit de cuenta corriente”.

Matizando esa lectura, indica que tal resultado “no podría explicarse sin tomar en cuenta que los términos del intercambio han sido muy favorables en el período”, y como elemento negativo añade que “el mal clima de inversión” en la vecina orilla “hizo que buena parte de los superávits de cuenta corriente fueran utilizados por el sector privado para adquirir activos externos”. Traducción del autor: “Los argentinos ahorran pero no invierten lo suficiente porque no confían en las reglas de juego de su propio país”, que no obstante exhibe “uno de los niveles per cápita más altos de tenencia de dólares billete en el mundo”. Y si bien el clima de inversión en Brasil es “muy superior” al que ofrece Argentina, ello “justamente” refleja que en el gigante sudamericano “son los fundamentos económicos (precios relativos, mala infraestructura), más que la falta de seguridad jurídica, los que debilitan la inversión”.

En materia de financiamiento, Brasil presenta un déficit permanente del sector público por más de una década, mientras que Argentina verifica una evolución contraria desde la crisis de inicios de los años 2000, “aunque en los últimos meses ese positivo resultado se deteriora de la mano de un muy fuerte aumento del gasto público”. Simultáneamente, en ambos países, el balance de financiamiento del gobierno se desarrolla “en el contexto de un espectacular incremento de la presión tributaria, que la ha llevado a estar por encima de lo que se espera para países de nivel de desarrollo similar al de Argentina y Brasil”.

Al mismo tiempo, el sector privado brasileño generó superávit positivo de financiamiento, que no obstante “ha caído de manera significativa en los últimos años” a causa del proceso de creciente apreciación cambiaria. Ello explica que “esté aumentando el financiamiento proveniente del resto del mundo”, significando esto que “en el Brasil actual [...] el déficit fiscal es financiado por el resto del mundo y el país está más expuesto que antes a una reversión en los flujos de capital”. Aunque el sector público brasileño “redujo su endeudamiento externo”, ocurre que “el sector privado toma fondos del exterior y se los presta internamente al sector público”.

La tasa de interés de referencia de política monetaria en Brasil es alta (10,75%), y el autor se pregunta “por qué el sector público no toma directamente crédito en el exterior y se ahorra el costo de la intermediación doméstica”. A continuación, se responde: “Puede ser que las entradas de capital toman en parte la forma de inversión extranjera directa o inversión de cartera”, por lo cual, si el gobierno tomara fondos externos, “aumentaría aun más la presión sobre el tipo de cambio”, profundizando la revaluación del real. Y resume: “La única forma, entonces, de reducir la exposición financiera de Brasil sería reducir el déficit fiscal, lo cual se revertiría en un menor déficit de cuenta corriente, menor presión de la demanda de fondos públicos sobre el mercado doméstico y menores tasas de interés”.

Argentina, sin déficit fiscal, produce superávit privado de “sobra”, asumiendo la función de “financiador neto del resto del mundo”, pese a que aún siendo un mercado emergente necesitado de “invertir en capital físico y humano” exportó capitales “por valor de 32% de su PIB desde 2002 en adelante”. Semejante guarismo “pone en blanco sobre negro el costo de un mal clima de inversión doméstico”, lamenta Fanelli.

Self security

El autor también analiza que ambos socios aplican una política “de auto-seguro contra shocks externos acumulando reservas” monetarias que promedian el equivalente al 15% del PIB, “casi lo mismo que invierte Brasil en todo un año”. Pero duda de “la rentabilidad” que genera esa estrategia, señalando que Brasil “acumuló más de 250.000 millones de dólares en reservas sin haber tenido superávit de cuenta corriente”. Esto significa -prosigue- que el país “financió la acumulación de dólares con fondos del exterior que entraron sea vía créditos, sea vía inversión de cartera o inversión extranjera directa”. A continuación se pregunta la utilidad de acumular un volumen tal de reservas siendo que el sector público de la economía redujo sensiblemente su exposición en dólares. Y se contesta: “La única respuesta sensata es que las reservas actúan como un seguro de liquidez en divisas para el sector privado y los inversionistas externos”. Y agrega que “en cierta medida” el gigante sudamericano actúa “como una empresa que toma fondos externos a ella para acumular caja y estar en condiciones de devolver rápidamente a sus acreedores... los fondos que tiene en caja sin invertir en activos físicos”. Fanelli aventura que “la rentabilidad social de esta estrategia no parece alta”. Claro que también recuerda que Argentina “acumuló enormes cantidades de reservas internacionales en su Banco Central”, pero, a diferencia de su principal socio, “lo hizo en base a superávits de cuenta corriente y sin recurrir al endeudamiento”, política que “parece mejor” que la del gran vecino. “Pero si se mira mejor no es muy diferente”, razona el analista, ya que “la exposición en dólares del gobierno también bajó en la Argentina”, país que, a su vez, “ni siquiera tiene entradas de capital como Brasil debido al mal clima de inversión”. En este caso, reflexiona el autor, la acumulación de divisas tiene por objetivo que “el sector privado argentino cuente con suficiente liquidez externa si decide, abruptamente, aumentar la salida de capitales por encima del saldo de cuenta corriente”. Y enfatiza: “Sí, se entendió bien: la política económica de la Argentina vapulea al sector privado de forma que éste no tiene confianza para invertir, pero al mismo tiempo acumula suficientes reservas para garantizarle a ese sector privado que podrá mandar capital al exterior sin problemas en caso de que la falta de seguridad jurídica le resulte realmente insoportable”. A modo de ejemplo, Fanelli recuerda “la enorme salida de capitales” desde su país “durante el conflicto con el campo, la estatización del sistema de pensiones y el conflicto con el Banco Central”.

Alerta: primarización

De todos modos, indica el articulista, el superávit comercial brasileño lleva años de caídas y en 2010 no alcanzó al 1% del PIB, implicando “un desequilibrio mayor en la cuenta corriente y una mayor exposición” del país norteño “a los cambios en la economía internacional”, al tiempo que en Argentina el superávit comercial evoluciona “en igual sentido”. Se trata de movimientos que “no sorprenden” porque en ambos países la moneda local tiende a la apreciación tras la crisis internacional. No obstante, mientras que en la vecina orilla la revaluación del peso “es fruto del desorden macroeconómico” (inflación y salarios formales creciendo por arriba de la depreciación nominal, haciendo subir los costos internos), en el gigante norteño se constata “en gran medida por la intensa entrada de capitales” alimentada por las políticas monetarias expansivas del mundo desarrollado, principalmente de EEUU.

La apreciación cambiaria -que también se verifica en Uruguay- arroja un efecto negativo “desde el punto de vista de la competitividad”, cuando la economía global ejerce una presión “natural” hacia una “creciente primarización de las exportaciones de la región”.

En Brasil, las ventas externas de productos primarios representaban 29% del total 1990, 25% en 2000 y 43% 2009, en tanto que en Argentina, los guarismos marcaron 44%, 48% y 48%, respectivamente. Cabe apuntar que la tendencia es diferente en el comercio intra-Mercosur, cuyos intercambios “tienen un mayor componente industrial”, al punto que “la mejor calidad de las exportaciones intrarregionales es, sin dudas, uno de los logros importantes en estos 20 años de integración” regional.