José Mujica tiene 77 años y opinó, en una entrevista publicada ayer por el semanario Búsqueda, que considera conveniente la presencia de personas relativamente jóvenes en los equipos de gobierno, pero que “es bueno que los presidentes sean viejos”. “Hoy existen muchas formas superiores de acumular sabiduría y van a ser siempre más grandes a favor de los viejos porque vivieron más”, alegó, y agregó: “Si uno observa la historia de la Antigüedad verá que los ancianos siempre jugaron un papel central. Una institución con más de 2.000 años, como es la Iglesia Católica, tiene en su haber el primer Comité Central del mundo occidental: el Colegio Cardenalicio. Y ése es un colegio de viejos que se reúnen con mucho tiempo de discutir y fijar la línea de 20, 30 años para adelante. ¡Y vaya si la Iglesia Católica es una multinacional que camina y camina!”.

No sabemos a qué “formas superiores de acumular sabiduría” se refería Mujica, pero así, sin matices, la idea es muy discutible: significa que Ronald Reagan, por asumir el gobierno de Estados Unidos con casi 70 años de edad, y George W Bush, por hacerlo con 59, fueron presidentes más sabios que Barack Obama, investido a los 47. O que en el balotaje de 1999 fue bueno para el país que Jorge Batlle, con 72 años de acumulación de sabiduría en aquel momento, derrotara a Tabaré Vázquez, que tenía sólo 59. Por cierto, también es discutible la tesis inversa: ejemplos hay de presidentes jóvenes pero nefastos, y tenía razón Georges Brassens cuando cantaba que “el tiempo no tiene nada que ver con la cuestión”, porque (en una traducción afín a la terminología de Mujica), “el que es nabo, es nabo” a cualquier edad.

En todo caso, la comparación con la Iglesia Católica fue poco feliz en boca de este presidente, ya que no se trata de una institución caracterizada por su progresismo, y algo tiene que ver con eso que sus papas sean elegidos por un cónclave de veteranos (en el cual, sin embargo, sólo pueden votar los que tienen menos de 80 años cuando muere el papa anterior).

La exageradamente celebrada reunión, esta semana, de cuatro ex presidentes en una mesa redonda organizada por el Partido Colorado podría considerarse un equivalente uruguayo del Colegio Cardenalicio: Vázquez, Batlle, Luis Alberto Lacalle y Julio María Sanguinetti suman en la actualidad 304 años de edad (bastantes más, por cierto, que nuestro país), pero buscar puntos de acuerdo entre sus respectivas sabidurías no parece un procedimiento eficaz para identificar los mejores rumbos futuros.

No hace mucho corrió el rumor de que el actual presidente vería con buenos ojos una postulación para sucederlo de Raúl Sendic hijo (que cumplirá 52 años en 2014), pero es cada vez más claro que el candidato del Frente Amplio para las próximas elecciones será otro, y Mujica lo sabe. En la misma entrevista de Búsqueda dijo que, según cree, “si la biología lo permite, [...] el próximo presidente va a ser Tabaré”, y quizá le parezca conveniente ir justificando que éste asumiría su segundo mandato a los 75 (o sea, un poquito mayor que Mujica en marzo de 2010).

Como las encuestas indican que Vázquez es el más probable ganador en 2014, la mejor chance para la renovación generacional frenteamplista sería que, como dice Mujica, tengamos “un viejo conduciendo un equipo de jóvenes”. La fórmula se ha puesto en práctica en más de una ocasión anterior y -para algo sirve la experiencia- conocemos sus riesgos: uno de ellos es que la diferencia de peso político entre el primer mandatario y sus lugartenientes determine que éstos no puedan moverse más allá de los espacios otorgados por el “anciano en el papel central”, y dependan de su favor para seguir en carrera, siempre como potenciales fusibles cuando haya problemas. Que así suceda depende, por supuesto, de cuán sabio sea en realidad el viejo conductor, pero apostar a eso no abre la perspectiva más regocijante que se pueda imaginar.