El local de la fundación Nancy Bacelo, ubicado casi en el Parque Rodó, está en el punto medio entre una casa y un museo. Sus paredes están tapizadas de afiches de la Feria nacional de libros, grabados, dibujos y artesanías (cuyo espacio tradicional ocupa hoy la feria Ideas +), evento que Bacelo llevó al frente durante 46 años, pero el lugar además tiene libros. Están los que publicó con el sello Ediciones Populares, que ofrecían autores como Delmira Agustini y Julio Herrera y Reissig a cinco pesos (lo que hoy serían unos 80) por una movida similar a la que realiza hoy La Propia Cartonera. Pero también están los libros de Bacelo (Batlle y Ordóñez, Lavalleja, 1931-2007), poeta inquieta, que publicó unas 13 obras que la fundación recopila hoy en El vuelo magistral que esconde todo, un extenso volumen editado con apoyo del Fondo de Incentivo Cultural del MEC y de la Academia Nacional de Letras.
Acordarse de no olvidar
Es 1961 y la Suiza de América empezó a desmoronarse. La caída del Estado del bienestar trae inflación y los movimientos obreros y estudiantiles se intensifican, animados por la revolución que ardía en Cuba. En ese contexto, Bacelo y el español radicado en Uruguay Benito Milla (responsable de la hoy legendaria editorial Alfa) deciden armar una feria como lugar de encuentro. El atrio de la Intendencia Municipal de Montevideo fue el lugar escogido para la primera edición.
“El piso era de pórtland, entonces un día a Nancy se le ocurrió que había que poner pinocha”, comenta Marta Artagaveytia, miembro de la directiva de la fundación que estuvo vinculada al proyecto de la feria a partir de 1962. “Los bomberos no nos querían habilitar el lugar porque no se iba a poder fumar, te pinchabas los pies”, destaca para retratar las condiciones precarias de los primeros años.
Poetas jóvenes como Washington Benavides, Amanda Berenguer, Circe Maia e Ida Vitale realizaban lecturas y vendían sus libros en la feria. Además, el concurso de poesía que promovió el evento editó obras tempranas de Sylvia Lago, Hugo Achugar, Víctor Cunha, Cristina Carneiro y Roberto Echavarren. Paralelamente, Bacelo impulsó el cruce entre artistas plásticos y poetas, ya fuera desde la creación de libros-objeto o en instancias por las que pintores y escritores producían, en sinergia, una o varias obras. El encuentro de disciplinas reunía a críticos de la generación del 45 como Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal; a actores como Alberto Restuccia y a músicos como Eduardo Darnauchans -quien volvió a los escenarios después de su proscripción con un recital en la feria- y quedó plasmado en el extenso archivo fotográfico de la fundación.
Ya en los 70, la dictadura expulsó la feria del atrio. El lugar nuevo fue la ex quinta de Baldomir, que era propiedad entonces de la Asociación de Estudiantes y Profesionales Católicos, donde está hoy la Torre de los Caudillos, en Rivera y Bulevar Artigas. “Era una época durísima”, comenta Artagaveytia. “Vigilaban las letras de las murgas que iban a actuar; había que llevarlas al Departamento 2 de Inteligencia. En esos años no se pudo hacer el concurso literario de la feria, porque era imposible hacer convocatorias de ese estilo. Todos los días había controles, pero si no hubiese sido por la feria, todo hubiese sido mucho peor. Al menos era un desahogo. Por lo menos ahí se juntaba gente -afirma- pero no podíamos intercambiar ideas políticas porque no sabías con quién estabas hablando. El que vos creías que era el más revolucionario podía ser un informante de la Policía. Lo más importante era que sobreviviera la feria”.
Hasta el nombre sufrió cambios durante ese período: se llamó Feria de libros y grabados, porque los militares prohibieron el término “nacional”, y no pudo ser Feria de nacional de libros y grabados. “A la única institución que le dejaron conservar el nombre fue al Club Nacional de Football, porque ahí sí creo que se armaba una revolución”, señala Artagaveytia.
Para Silvia Guerra, colaboradora de la fundación y editora del volumen que compila la obra de Bacelo, fomentar un espacio de esas características “en un país que ha tenido siempre dificultades para encontrarse” fue una carrera cuesta arriba.
Además de la feria, Bacelo fundó en 1966 la revista bimensual Siete poetas hispanoamericanos, que durante 12 números editó poesía ilustrada por artistas como Oscar Ferrando, Fidel Sclavo y Hugo Alíes, y difundió a autores como Juan Gelman, Esther de Cáceres y Mario Benedetti. Por momentos parece que Bacelo estuvo más ocupada en difundir obras de otros poetas. Artagaveytia entiende la edición de El vuelo magistral... como un acto de karma: “Nancy postergó su poesía en pos de los demás. Hacía los libros y los regalaba”. “Tampoco se distribuyeron: sólo se vendían en la feria. Hoy ninguno de los 13 libros circula”, agrega Guerra.
La segunda mitad de la década del 80 fue para Artagaveytia un período de decadencia de la feria: muchas figuras importantes del ámbito estaban en el exilio, y la efervescencia cultural había mermado. Para Guerra, la feria acompañó siempre los cambios en la sociedad y los años 90 no fueron la excepción: aquella impronta de los primeros años se redujo al clima depresivo y fragmentado que caracterizó al período posdictadura.
Como de noche
El 1º de setiembre de 2007 falleció Nancy Bacelo, con 76 años de edad y 45 años de ferias en su haber. Fue asesora y luego directora de la Galería del Notariado, periodista de Canal 5 (puesto al que accedió por concurso) y funcionaria de la Intendencia Municipal de Montevideo. La feria, ahora huérfana, no pudo seguir adelante: “Nosotros no podíamos ni con la vida, menos íbamos a poder organizarla”, recuerda Artagaveytia.
Justo Bacelo, hermano y heredero de la poeta, no estuvo de acuerdo en seguir con el evento, que estaba íntimamente ligado al trabajo de Nancy: “Ella era la feria y la feria era ella. Claro, los artesanos ya tenían todo un andar con respecto a ese diciembre que para ellos, en lo económico, era muy importante. Ahí surge Ideas+, que se nutrió de la misma gente que tenía necesidad de trabajar”, afirma Artagaveytia. De todas formas, la fundación realizó en 2009 un único concurso de poesía en honor a la autora, que premió el poemario El expreso entre el sueño y la vigilia, de Roberto Echavarren, también premiado por la feria 42 años atrás.
Hoy, la fundación se propone rescatar la obra poética de Bacelo y trabajar acorde a sus ideas. “De su trabajo quedó un fondo editorial importante; quedó un conjunto de obras plásticas importantes creadas en los cruces entre las artes que Nancy promocionaba; quedó un archivo fotográfico, audiovisual y sonoro imponente, que tiene mucho que ver con la historia de la cultura y la historia política del país. No hay mejor historia de un pueblo que la que se mira a través de lo que hicieron sus artistas. Estamos en una lucha empecinada para que eso no se pierda, porque es la historia de los últimos 50 años del Uruguay. No solamente está la memoria activa sino que también hay un cruce que tiene que ver con el género (ahora que se habla tanto del tema), porque la inmensa mayoría de la gente que trabajó por la feria eran mujeres. Es un archivo que tiene que ser restituido y abierto, para que la gente venga a consultar, para que los libros circulen, y que no se pierda”, asegura Guerra.
La institución organiza con frecuencia eventos vinculados a la poesía y a la edición, como un encuentro de pequeñas editoriales de poesía realizado en 2010 al que asistieron alrededor de 15 sellos, además de seminarios literarios, lecturas de poesía y encuentros con autores de varios países. También está la intención de recuperar la experiencia acumulada tras las sucesivas ferias, aunque aún no está claro el formato. Uno de los proyectos más importantes es el relevamiento del archivo (incluida la biblioteca de la misma Bacelo, donada por su hermano), tarea que actualmente está incompleta. Ante la pregunta acerca de lo que se precisa para terminar el proceso de clasificación, la respuesta de Silvia Guerra es clara y concisa: “Hay que conseguir plata”.