Hace unos días circulaba por Facebook esta frase: “‘El marxismo no se corresponde con la realidad’ dijo un hombre con un sombrero gigante que habla con personas invisibles”. Se refería a declaraciones realizadas por el papa Benedicto XVI en el marco de su visita a Cuba.

En su homilía de Pascua -así como en diversas declaraciones pascuales a la prensa- el arzobispo de Montevideo, Nicolás Cotugno, tocó el tema de la despenalización del aborto, haciendo hincapié en que se podía llegar a estar en contra de dicha despenalización por medio de la razón.

“No mates esa vida que es una vida autónoma, es una persona autónoma y que no tiene sólo como autor un esposo y una esposa que en un acto de amor se entregan, y ahí Dios es amor e infunde el alma. Es un hecho natural. Es un hecho de la persona humana, que la realidad está en ti, mamá, en ti, mujer, es una realidad que viene de la naturaleza a la que se llega a través de la razón. Y todas las otras consecuencias se desprenden de este hecho racional”.

¿Alguien entendió algo? Si quiere hablar de la razón, ¿por qué dice que hay que respetar esa vida porque dios le infunde alma? ¿Cómo puedo, por medio de la razón, llegar a esa curiosa conclusión?

“¿Y quién eres, tú, hombre, para poner la mano donde Dios ha puesto su omnipotencia y su amor?”. Realmente, parece que estuviera predicando a favor del aborto, cosa que no hacen ni los que apoyan la despenalización. ¿Por qué digo esto? Porque si el único argumento es religioso, yo, que no lo soy, no me tengo por qué someter a él.

En el fondo estamos ante la esencia de la discusión. He oído muchos argumentos a favor de la tesis que equipara aborto con asesinato. Pero en el fondo, todos, si los apurás, terminan derrumbándose, a no ser que recurran en última instancia a lo religioso. Un ejemplo tabarevazquiano: “El ADN de una célula huevo es único e irrepetible”. ¿Y? ¿O sea que puedo matar a un gemelo, siempre que deje vivo al otro? Un ser clonado, con el mismo ADN que el “padre-madre”, ¿no tendría derecho a la vida? Y está también el tema del aspecto, que más que un argumento es una especie de recurso subliminal intimidatorio y generador de culpa (algo en lo que esta gente es experta en virtud de una tradición milenaria). Volvamos a Cotugno: “Con las nuevas tecnologías todos hemos visto ahora el feto a los cuatro meses de embarazo. Pues bien: ¡yo te mato!”. Razón pura, lógica implacable (sin mencionar que la mayoría de las legislaciones permisivas en cuanto al aborto, extienden dicha permisividad sólo hasta los tres meses). El problema es que un mono también se nos parece; pero en este caso, además, es independiente, tiene conciencia, camina, respira, se comunica con sus congéneres, busca comida, pelea. O sea, se nos parece mucho más. Sin embargo, no he escuchado a ningún miembro de la iglesia haciendo una acalorada defensa de los monos.

Es muy respetable que alguien que cree en esas cosas actúe en consecuencia. Ahora, no nos vengan con que sus argumentos son racionales; no digan, como Joseph Ratzinger, que los demás están fuera de la realidad. Crean en lo que quieran, sigan jugando a Harry Potter (para lo cual disponen de amplios recintos subvencionados generosamente por todos nosotros), que mientras no sean un peligro para la comunidad nadie los va a perseguir ni a quemar en hogueras. Pero no intenten que los demás vivamos de acuerdo a las conclusiones a las que llegan con sus extraños razonamientos. Esto va más allá del aborto, el marxismo o cualquier tema concreto. Si yo le voy a hacer caso a una religión, ¿por qué no a todas las demás? ¿Por qué tengo que vivir de acuerdo con lo que los seres invisibles les transmitieron a los antepasados de ustedes, si ustedes no hacen lo mismo con lo que los seres invisibles de gente de otra fe transmitieron a los antepasados de ellos?

Las mujeres que mueren por abortos mal hechos sí que son personas. De eso no tengo duda, y no tuve que leerlo en ningún libro viejo de autor desconocido. Y por cada una de esas muertes son responsables aquellos que pasan su vida llamando a la responsabilidad. Bueno, en los ratos que les dejan libres sus conversaciones con personas invisibles.