Mohamed Mursi, presidente del Partido de la Libertad y de la Justicia, el brazo político de los Hermanos Musulmanes, compitió a la presidencia de Egipto porque la primera opción de su partido, el empresario multimillonario Jairat al Shater, no pudo ser candidato debido a viejas condenas judiciales. El respaldo de su organización, que desde hace 84 años teje un fuerte entramado social en todo el país, compensó la falta de carisma de Mursi. Éste alcanzó la presidencia egipcia con 51,73% de los votos, frente a 48,3% de su rival, el general retirado Shafiq, anunció ayer la Comisión Electoral, luego de una semana de espera.

El presidente electo, de 60 años, estudió ingeniería en Egipto y se doctoró en Carolina del Norte, Estados Unidos. Casado y padre de cinco hijos, fue militante en un grupo antisionista, el Comité de Resistencia al Sionismo, además de dedicarse a los Hermanos Musulmanes. Obtuvo una banca de diputado en 2000 y fue reelecto en 2005.

En 2010 fue nombrado vocero y miembro del buró político de los Hermanos Musulmanes, y antes de adoptar posturas conciliadoras en la campaña, se destacó por otras más conservadoras y se pronunció en contra de que una mujer o un copto (egipcios cristianos) pudieran ser presidentes. Pero los afiches de campaña lo mostraron acompañado por una mujer con niqab, un velo islámico integral, por otra con velo común y por un sacerdote copto.

El candidato prometió respetar los logros de la “revolución” contra Mubarak, no obligar a las mujeres a usar velo y ser garante de los derechos de la minoría cristiana. En su primer discurso como presidente electo ratificó esas promesas y dijo que no hará diferencia entre “musulmanes y cristianos, hombres y mujeres”, porque “todos son iguales ante la ley”.

Mursi dijo que protegerá a la autoridad de las Fuerzas Armadas, saludó a la Policía y a los servicios secretos, y aseguró que trabajará para hacer que la Justicia sea “un tercer poder, independiente del Ejecutivo”. Por otra parte, agradeció a los “mártires” de la revuelta contra Mubarak porque a su entender le permitieron convertirse en el primer presidente electo desde el golpe de Estado que derrocó al último rey de Egipto en 1952.

Ayer Mursi cumplió con otra promesa y renunció a los Hermanos Musulmanes y a su partido político. Además, su equipo de campaña anunció que el presidente no piensa jurar su cargo ante el Tribunal Constitucional, como lo establece la constitución provisoria redactada por la Junta Militar en el gobierno, sino ante la cámara baja, que fue disuelta por los militares luego de que el Tribunal Constitucional declarara ilegal su elección. Argumentó que esa cámara “es la única entidad legítima que ha sido elegida por los egipcios”.

Ese anuncio se suma a la intención de los Hermanos Musulmanes de continuar las protestas que mantiene desde el martes en la plaza Tahrir en contra de la disolución del Parlamento y de enmiendas constitucionales aprobadas por la Junta Militar.

Esto parece anunciar una pulseada entre militares e islamistas, aunque a lo largo de los 30 años del gobierno de Mubarak, y durante las manifestaciones en contra del ex presidente, algunos egipcios reprocharon a los Hermanos Musulmanes su postura ambigua. La organización creció gracias a la relativa tolerancia de Mubarak y tardó en sumarse a las protestas en su contra.