Tres millones y medio de personas asistieron en vivo -la mayoría, por medio del canal de la NASA- al descenso del astromóvil Curiosity en la superficie marciana el 6 de agosto. La máquina había estado viajando desde el 26 de noviembre del año pasado, cuando despegó de Cabo Cañaveral (en Florida, Estados Unidos). La expectativa no la concitaba la duración de la travesía, sino lo sofisticado de la maniobra de aterrizaje -realizada de forma autónoma respecto del centro de control en la Tierra- y lo delicado de la carga: un auténtico laboratorio móvil de casi una tonelada de peso, capaz de recoger muestras, analizarlas y enviar los resultados.

Si el Curiosity es en sí mismo todo un prodigio tecnológico -en rigor, lo es toda la Misión Laboratorio de Ciencia Marciano que lo rodea-, no menos atractiva es su misión: confirmar que, como indican los estudios satelitales, en el planeta rojo hubo ríos y lagos. La presencia de agua está directamente ligada a la posibilidad de que haya habido alguna forma de vida allí y también a que en el futuro puedan establecerse colonias humanas.

Este propósito parece lejano, pero no es absurdo: una indicación de ello es el homenaje de la misión al recientemente fallecido Ray Bradbury, quien con sus Crónicas marcianas popularizó la idea de que el cuarto planeta del sistema solar podría llegar a poblarse.

Así, fue bautizado con el nombre del escritor el lugar donde aterrizó el Curiosity, en una parte del cráter Gale, la misma zona donde a fines del siglo XIX se detectó, con telescopios, la presencia de canales. La elevación de los bordes del cráter, hacia donde desde hace una semana comenzó a moverse el Curiosity, permitirá investigar distintas capas geológicas acumuladas en la “montaña”.

El cráter Gale está ubicado en el hemisferio norte de Marte, que es más bajo que el hemisferio sur. La hipótesis que explica ésta y otras diferencias entre ambos hemisferios apunta a que hace 3.900 millones de años un objeto de 2.000 kilómetros de diámetro impactó en el norte del planeta, produciendo una notoria depresión en su superficie y distorsiones en su campo magnético. La estación de la NASA que orbita Marte detectó en esa zona del astro minerales arcillosos que serían señal de que allí hubo agua líquida, y por lo tanto, ambientes favorables a la vida.

Planeta del sonido

Aunque es su objetivo central, el Curiosity no tiene por único cometido encontrar evidencia de que hubo agua en Marte. Clasificar compuestos orgánicos, inventariar la distribución de carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y azufre (los elementos químicos imprescindibles para la vida), identificar efectos residuales de procesos biológicos, investigar la composición química y mineralológica de las capas superficiales del planeta, analizar los procesos que llevaron a la modificación de rocas y suelo, elaborar una hipótesis sobre la evolución de la atmósfera marciana que llegue a los tiempos del impacto y, por supuesto, relevar el estado, distribución y ciclo del agua y el dióxido de carbono son otros de sus objetivos.

Para ello, Curiosity cuenta con múltiples sensores, herramientas de análisis y dispositivos de comunicación que lo diferencian claramente de su predecesor más inmediato, el Spirit, que “amartizó” en 2004: montado sobre seis ruedas, pesa 899 kilos, cinco veces más que él, y puede moverse casi diez veces más rápido. Claro que está lejos del vértigo: 90 metros por día, pero dada la dificultad del terreno rocoso y deparejo, se cree que como mucho llegará a la mitad.

Al igual que las sondas Viking que desembarcaron en Marte a mediados de los 70, Curiosity obtiene energía de un generador termoeléctrico con células de plutonio, que deberían mantenerlo funcionando mucho más allá del final previsto de la misión, de aproximadamente un año, tal como ocurrió con otros aparatos enviados a Marte, que continuaron operando durante años.

Entre otras cosas, tiene un brazo mecánico de 2,1 metros de largo capaz de recoger objetos de muestra (y de quitarles el polvo y fraccionarlos), así como de excavar varios centímetros para alcanzarlos. El miembro articulado porta un espectrómetro de rayos X que puede determinar la composición química de las muestras y una cámara capaz de obtener imágenes de altísima resolución (14,5 micrómetros por píxel); otras 16 cámaras están dispuestas en diversas partes del Curiosity. Además, el brazo puede depositar el material en el interior del vehículo para posteriores estudios, que son llevados a cabo por un módulo de análisis de gases y compuestos orgánicos, y por un módulo de análisis químico y mineralológico, que le dan el verdadero carácter de “laboratorio” al vehículo.

Colonia roja

Aunque comandada por el Jet Propulsion Laboratory (JPL), una repartición del California Institute of Technology (Caltech) que trabaja para la NASA, la del Curiosity no es una misión únicamente estadounidense. Alemania contribuyó con parte del presupuesto (que ronda los 2.500 millones de dólares) y con un módulo de análisis de la radiación que atravesó la nave durante su descenso, considerado imprescindible para prever la salud de los viajeros en futuros vuelos tripulados. La Federación Rusa proporcionó un Albedo Dinámico de Neutrones, que puede detectar la presencia de hidrógeno y hielo en las capas superiores del subsuelo. España, por su parte, construyó una estación meteorológica que reporta en tiempo real las condiciones climáticas, y aunque uno de sus sensores ópticos fue dañado por una piedra durante el aterrizaje -ya se planea modificar el sistema de retrocohetes que, tras el trabajo de un paracaídas de 50 metros de largo, suavizó el contacto con la superficie marciana-, contaba con otro de repuesto.

Aunque Curiosity, tras tres semanas de calibración, ya opera a pleno y está enviando información, aún faltan varios meses para que recorra los 20 kilómetros que la separan de su destino en las orillas del cráter, aunque ya está más cerca de su primera escala, a 400 metros hacia el este de su punto de llegada, donde debutará como excavadora.

Por lo pronto, ya batió algunos récords: realizó la primera transmisión de voz humana hacia la Tierra desde otro planeta -una grabación de Charles Bolden, administrador de la NASA- y anteayer se lució una variante al enviar hacia el centro de comando la canción “Reach for the Stars” (Apunta a las estrellas) del cantante conocido como will.i.am.