El argumento “¿Qué quieren, que tengamos otro Cromañón?” (refiriéndose al trágico incendio del local así denominado, en Argentina) cae bajo su propio garrote. Pertenece a una categoría que no sé si está definida en algún lado, y que consiste en enfrentar una posible tragedia a la existencia de algo que se quiere eliminar. En el caso de Espacio Guambia, la comparación es absurda. La queja de Antonio Dabezies no tiene nada que ver con una exigencia, sino con la imposibilidad de cumplirla: mientras no se regularice la situación, se le obliga a contratar un bombero cada vez que abra el local, pero bomberos no hay. O sea: una parte del Estado obliga a un ciudadano a cumplir un requisito para el cual es necesaria la participación de otra parte, y esa otra parte argumenta que no tiene personal suficiente para participar, entonces se multa una y otra vez al ciudadano. Me recuerda a cuando la Intendencia de Montevideo se te atrasa varios meses con un pago, y entonces vos te atrasás con la UTE y la UTE te corta la luz y te cobra un recargo.

Pero volvamos al argumento. Consiste en oponer una posible tragedia a la eventualidad de que permanezca algo que se pretende cambiar. En algunos casos (la oposición a la instalación de una planta de energía nuclear, por ejemplo) ese tipo de argumento parece sensato, y en otros (supongamos que se propusiera prohibir los autos para evitar accidentes), absurdo. Y sin embargo, prohibiendo los autos realmente se estarían evitando muchas más muertes y mutilaciones que en el caso improbable de un accidente en una planta nuclear. Simplemente, la gente no está dispuesta a dejar de andar en auto, lo cual es más o menos entendible. El tema es que esas cosas funcionan porque producen una especie de miedo puntual, que se pone en la balanza del mismo lado que el resto de los argumentos, o, llegado el caso, en lugar de ellos. No es un “argumento” en el sentido de “razonamiento que se emplea para probar o demostrar una proposición”. Es un elemento irracional que actúa en favor del manipulador.

¡Obviamente, nadie quiere otro Cromañón! Faltaba más. Pero si habláramos de tirar abajo y volver a construir la mitad o más de los edificios públicos, sacando dinero del bolsillo de todos y quién sabe de dónde más, yo creo que los principistas del bomberito reconsiderarían su posición. Por otra parte, si nadie, ni el propio Estado, puede hacer frente a las exigencias que ese mismo Estado impone, ¿no será que hay que rever dichas exigencias? En noviembre pasado me tocó cantar en el Solís, y me sorprendió que había un bombero al lado del escenario. ¿Será que el Solís, con toda su modernización, tampoco cumple con esas exigencias? Sería bueno saberlo; en tal caso, el deber de todo ciudadano sería no entrar más a esa bomba de tiempo, y no sólo eso, sino hacer piquetes en la puerta cada vez que haya función, para evitar una tragedia.

Ya sé lo que va a pasar. Antonio Dabezies es una especie de monumento a la actividad cultural desinteresada, a la buena onda, a la solidaridad con el músico al que le fue mal. Sin hablar de la resistencia contra la dictadura a través de la valiente e histórica revista de humor El Dedo, antecesora de Guambia. Probablemente la IM acabe actuando razonablemente en este caso, encontrando alguna solución. No es cuestión de perder votos. Pero así no vale: tiene que haber un criterio, y éste no puede consistir en dejar a las personas embretadas ante la ineficiencia burocrática y la falta de sentido común de los políticos de turno. No queremos Cromañón, pero tampoco cromañones. Apoyar a la cultura no es gastar muchísimos dólares en premiar al mejor candombe-fusión-joven del año. Apoyar a la cultura es dejarla en paz.